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Cuando un cierre invisible de dos meses no reduce la COVID-19 en Madrid: el caso de Andrés Mellado

Cartel de una de las terrazas de la zona confinada de Andrés Mellado

Diego Casado

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El pasado 21 de diciembre, los 23.755 habitantes del área de salud de Andrés Mellado recibieron por decreto la orden de no salir de su barrio: la Comunidad de Madrid les confinaba en sus límites por tiempo indefinido, debido a la expansión sin control del coronavirus. Entonces la incidencia de la enfermedad estaba en 416 nuevos casos por cada 100.000 habitantes. Hoy, cuando se cumplen dos meses de esta medida, los contagios llegan a más del doble de la cifra inicial (la última tasa notificada es de 854) y los vecinos de esta zona de Chamberí no ven la luz al final del túnel ni cuándo acabarán las restricciones.

“El confinamiento no nos pilló de sorpresa, porque cuando se decretó éramos una de las zonas con más COVID de Madrid, lo que nos está sorprendiendo es la duración”, explica a este periódico Gonzalo Díaz, un vecino de la zona de 43 años que confiesa cierto “cansancio pandémico” a estas alturas, cuando se acaba de anunciar que seguirán encerrados hasta al menos el 28 de febrero.

Aunque la medida se aplicó por decreto publicado en el Boletín Oficial de la Comunidad de Madrid, sus vecinos tuvieron que enterarse por la prensa de que estaban confinados. La Consejería de Sanidad no les avisó hasta el 18 de enero, cuando les empezaron a llegar avisos por SMS de su situación. Su cierre es imaginario, porque hay que usar la mente y el ingenio para dibujar los límites irregulares de la zona de salud de la que no pueden salir, ya que no hay ningún aviso en las calles de que alguien entra en zona confinada. Las líneas sobre el plano que pone Sanidad abarcan cinco manzanas de anchura en la parte de Chamberí más al Oeste, desde la calle Isaac Peral hasta Blasco de Garay por la zona baja y hasta Guzmán el Bueno a partir de Cea Bermúdez. En total, 74 hectáreas, aproximadamente la mitad de la superficie del Retiro.

Los vecinos están cansados y algo desalentados, porque pese a que cumplen las restricciones impuestas observan cómo los contagios subieron hasta rozar los 1.157 casos por cada 100.000 habitantes a principios de febrero, cuando se suponía que deberían estar notándose los efectos del cierre perimetral. Además, veían como otras zonas como Guzmán el Bueno registraban más positivos y no eran confinadas. “No queda claro por qué en algunos barrios sí se confina y en otros no”, se queja Gonzalo.

La Consejería de Sanidad tampoco aporta información sobre los contagios y el detalle de los positivos que justificarían los confinamientos. Durante la segunda ola el barrio de Andrés Mellado no fue cerrado pese a su alta incidencia. Entonces se decía que los datos estaban muy condicionados por los brotes en los colegios mayores, abundantes al norte de la zona básica de salud. Sin embargo, el pasado viernes reconoció que el nivel de contagios actual era elevado debido a “una serie de brotes asociados a colegios” y “algún otro brote con residencias de estudiantes”, explicó en rueda de prensa la directora de Salud Pública, Elena Andradas. “Está en un nivel de descenso muy inferior al resto de la Comunidad de Madrid”, dijo para justificar que esta zona siguiera con restricciones, informa Fátima Caballero.

Los datos publicados cada semana por la propia Consejería indican que el confinamiento imaginario de Andrés Mellado no han servido para frenar los contagios y que la zona de salud ha seguido la misma evolución que el resto de áreas no confinadas en cuanto a la evolución de la enfermedad. A pesar de las cifras, el Gobierno regional no cree que en el caso de Chamberí se pueda hablar de “fracaso”, afirmaban sus responsables este viernes.

El escaso efecto de los cierres perimetrales lo confirmaba el epidemiólogo Javier Segura del Pozo en un artículo publicado recientemente en Somos Tetuán. El médico, salubrista y miembro del Comité técnico de la desescalada entre mayo y junio de 2020, apuntaba por qué los confinamientos por barrios no tenían apenas efectos en zonas como Andrés Mellado: “Para que tengan sentido deben darse una serie de condiciones que no se cumplen. Que la diferencia de casos entre la zona confinada y las de alrededor sea significativamente mayor; que, una vez se haga, se lleve a cabo en serio, no con un sinfín de excepciones. Madrid es una ciudad especialmente porosa, con una distribución norte-sur de los trabajos y los cuidados acusada y el porcentaje de personas que trabajan en las inmediaciones de su casa es bajo. Si a esto le añades que no hay muchos controles, llegamos a la conclusión de que los confinamientos han sido un estado mental, un MacGuffin para que parezca que se está haciendo algo y una proyección de una radicalidad que no es tal”.

Sin zonas verdes, pero con terrazas

Pese a la evidencia de que su autoconfinamiento está teniendo menos efecto del esperado, la mayoría de vecinos consultados por Somos Chamberí está respetando las normas desde el principio y se apañan como puede con la situación. ¿Cómo pasar dos meses sin salir de un barrio? La falta de zonas verdes y de esparcimiento es uno de los mayores problemas. No existe ningún gran parque en el interior de Andrés Mellado. Los que quedan más a mano son el Parque Santander o el enorme Parque del Oeste, que están a un paso, pero acceder a ellos implicaría saltarse el confinamiento. Así que solo quedan minúsculas zonas verdes en los Jardines de Concha Méndez o en la calle Joaquín María López. Y allí está prohibido el uso de las zonas infantiles, aunque el hartazgo de algunas familias hace que los precintos policiales desaparezcan de forma recurrente.

“Podrían haber hecho una excepción con el Parque del Oeste, porque es más seguro estar en esta zona verde haciendo picnic que juntándote dentro de un bar o en una terraza”, explica Marisa, una sevillana de 45 años vecina del barrio que echa de menos el verde y poder hacer más vida cultural, yendo a exposiciones o al teatro en La Abadía o el Canal, que están al lado pero fuera de la zona confinada. “Son problemas de primer mundo, en cualquier caso”, puntualiza.

Los chamberileros coinciden en que la vida dentro del confinamiento es muy monótona: las autoridades sanitarias piden salir lo menos posible y eso es lo que hacen. De lunes a viernes llevan a sus hijos al colegio, trabajan, hacen compras en el mercado, un pequeño paseo limitado a sus escasas manzanas de tránsito para despejar la mente y poco más. El ocio se reduce a planes con otras familias y amigos que viven en la misma zona, en círculos muy reducidos, alguna película -la Sala Berlanga es la única pantalla del barrio- o visitas a sus abundantes locales de hostelería en la parte sur del área, que en los últimos meses han ampliado las terrazas. Uno de los problemas para el respeto del confinamiento es que estos lugares son utilizados por otras personas ajenas al barrio, que tienen prohibida la entrada por motivos de ocio.

“Yo entendía que nadie podía entrar ni salir,  pero especialmente los jueves, viernes y sábados esto es un ir y venir de jóvenes, terrazas abarrotadas sin mascarillas...” se lamenta Carmen, otra vecina confinada. “Hace años que el barrio se va degradando, tenía la esperanza de que con la pandemia esto estuviera vigilado, pero nada más lejos de la realidad: los fines de semana las calles Fernández de los Ríos, Fernando el Católico, Hilarión Eslava o Arcipreste de Hita son un peregrinaje constante”, se queja. Los excesos llegan a tal punto que las fiestas ilegales se han multiplicado, incluso en esta área perimetrada. Como ejemplo, la que desmanteló la Policía Municipal el 6 de febrero: en un local sin licencia se juntaron hasta 75 personas sin mascarilla, saltándose durante varias horas el toque de queda y sin respetar ninguna distancia de seguridad.

Intervenciones puntuales aparte, la sensación entre los vecinos es que los agentes no controlan demasiado las entradas o salidas del barrio y que acudir a consumir desde otras zonas de Madrid está permitido de facto. “Ha habido dos fases con los controles”, puntualiza Gonzalo. “Al principio no había ni uno y seguir la norma era una cuestión de voluntad, pero desde que pasó el temporal de Filomena yo sí que he visto que paraban a gente, aunque a mí no me han dicho nada nunca”. Marisa también confirma este incremento de controles a cargo de la Policía Nacional y Municipal: “Yo siempre llevo en el móvil el certificado de empadronamiento, porque piden documentación. Aunque luego, cuando no hay controles, veo a gente con maleta y me da un coraje... yo llevo sin ver a mi madre mucho tiempo”, lamenta.

La estrategia de confinamiento por zonas básicas acabará probablemente con el desconfinamiento de Andrés Mellado en dos o tres semanas. Mientras, los vecinos se resignan a mantenerse confinados: “Lo importante es que esta situación de muchos contagios se arregle cuanto antes”, sentencia Gonzalo. Otros, como Carmen, no pueden evitar pensar en todos los incumplimientos que ven a su alrededor: “Me parece muy bien salvar la hostelería, la Navidad, el verano... y a los vecinos, ¿para cuándo?”.

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