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Con historia

Y la clase obrera se montó en la bicicleta

Faustina Valladolid

Luis de la Cruz

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En mayo de 1925 la prensa daba la noticia –breve, anecdótica– de un atropello de bicicleta en la calle de Bravo Murillo. El ciclista era Cipriano Mera, albañil, vecino del extrarradio madrileño de Tetuán de las Victorias y uno de los anarquistas madrileños más conocidos del primer tercio del siglo XX. Sabemos que ese mismo año el sindicalista participó, al menos, en una carrera ciclista entre su barrio y Colmenar con el Club Ciclista de Chamartín de la Rosa, que aún hoy tiene su sede en Tetuán. La anécdota nos habla a la vez de la movilidad obrera de los años veinte y de la popularización del deporte, que estaba dejando de ser privativo de las clases altas.

La trayectoria del uso social de la bicicleta desde mediados del siglo XIX fue parecida en todos los países. Tras una primera fase de ruedas altas en la que fue acogida por jóvenes burgueses amantes de la velocidad y el riesgo, las bicis de ruedas equilibradas y cuadros bajos fueron adoptadas por capas más amplias de la sociedad a caballo de los siglos XIX y XX. Aún mantenían la naturaleza recreativa y, por lo tanto, seguían asociadas a las clases medias y altas. Es en el periodo de entreguerras cuando las clases altas empiezan a subirse de forma masiva al automóvil y la clase trabajadora, impulsada por la extensión periférica de las urbes y el abaratamiento de las máquinas, adopta la bicicleta como forma de transporte.

Pero el auge de la bicicleta entre la clase trabajadora en España era raquítico aún, mucho menor que en otras ciudades como Londres, donde los obreros llevaban a cabo un 30 % de los trayectos sobre dos ruedas a la altura de los años treinta. No disponemos de datos para Madrid, pero sabemos que en 1932 en la ciudad de Barcelona había solo 8200 bicicletas, menos que automóviles en ese mismo momento, que suponían un 3% de los trayectos diarios según los cálculos del geógrafo José Luis Oyón (en todo caso, los traslados en automóvil suponían solo el 4%).

Un paseo por la prensa deportiva de los años treinta nos permite, sin alejarnos de aquellas calles por las que pedaleaba Mera, acercarnos al ciclismo madrileño. El origen humilde y trabajador de los ciclistas, como el de los boxeadores, era conscientemente aireado en los reportajes de una prensa deportiva en busca de expandir sus lectores.

Durante años, el ciclista de los Cuatro Caminos –según se insistía en la prensa de la época– fue Vicente Carretero, que inició su carrera profesional coincidiendo con la llegada de la República. El 3 de julio de 1933, los periodistas de la revista As quedaron con Carretero en un bar de Cuatro Caminos y en su casa –donde vivía con ocho hermanos– y le fotografiaron con la sierra de carpintero, oficio recién abandonado del que hace gala y que, se explica, ha ayudado a esculpir su complexión atlética.

El 26 de agosto de 1935 el mismo periódico dedicaba dos páginas a un joven Julián Berrendero, que subía “como un loco” el puerto de la Morcuera, y lo saludaba como el ídolo que esperaba el ciclismo madrileño. El periodista entrevistaba a la promesa del ciclismo, que explicaba que se había criado en Tetuán de las Victorias, donde esperaba “vivir bastantes años”. Por supuesto, también pasó por el club de Chamartín. El reportaje fotográfico subraya el barrio popular, donde sus numerosos familiares –eran siete hermanos– posan con ropa de trabajador y aparecen los niños de la barriada corriendo detrás de su bicicleta como si de un Rocky Balboa de los treinta se tratara.

Berrendero llegará a ser una primera figura del ciclismo. En 1936, tras haber quedado cuarto en la Vuelta a España, participó en el Tour de Francia, donde decide quedarse por la coincidencia con el golpe de Estado y el comienzo de la guerra. Al año siguiente, ganará el premio de la montaña de la prueba gala. Por entonces, había firmado un manifiesto de adhesión a la República y hecho declaraciones contra el golpe de Franco. Terminada la guerra, volvió a España, donde fue detenido y pasó por varios campos de concentración. Liberado en 1941, se recuperó de la desnutrición carcelaria y ganó dos ediciones de la Vuelta a España antes de regentar durante muchos años una mítica tienda de bicis en el barrio de Chamberí que llevaba su nombre.

En febrero de 1936, coincidiendo con la llegada del Frente Popular al gobierno de España, As volvía a entrevistar a un ciclista trabajador. Se trataba de Paco Llana, al que visitan en su horno de bollos de la calle Paravicino, en “la populosa barriada de Cuatro Caminos”. El artículo termina aludiendo a la condición trabajadora de los ciclistas: “¡Decididamente, son los héroes del deporte!”.

La mujer trabajadora se lanza a la pista

La historia de la bicicleta es también la de una herramienta de emancipación feminista. Sobre ello, hay mucho escrito para Inglaterra o Francia. Aunque en esto llegamos tarde en nuestro país, aquí también hay ejemplos de pioneras del pedaleo, como las mujeres que participaron en carrera velocipédica para mujeres celebrada en 1897 en los jardines del Buen Retiro.

La ciclista, de todas formas, encontraría en la prensa y la publicidad de la época la representación de la mirada masculina. A veces, para plasmar la mujer moderna y sensual; otras, para criticar esa misma imagen, incluso desde supuestos prejuicios fisiológicos que tenían que ver con la situación del sillín entre sus piernas.

El 29 de abril de 1935 As dedicaba un extenso reportaje a un nuevo club ciclista femenino que entrenaba en la Dehesa de la Villa y obedecía, como el medio, al nombre de As. “Una avalancha de bellas muchachas”, decía el rotativo con mirada masculina. Entre las corredoras estaban las hermanas Ángeles, Esperanza, Luisa y Carmen Carmona (hijas de un fabricante de bicicletas) y otras pioneras de las carreteras, como Consuelo Torres, Basilisa Mejorada, Carmen Piqueras y Faustina Valladolid.

Esta última, también conocida como Tina Valladolid, fue protagonista de distintos reportajes. Ese mismo año se proclamó campeona en una carrera femenina organizada por el ya mencionado Club Ciclista de Chamartín de la Rosa y, entre la nómina de fotos del reportaje –subtitulado Una obrerita deportiva–, la corredora aparecía con el mono azul de la fábrica donde trabajaba y subida a la bici sobre la que acudía cada día a su puesto de trabajo.

Un año después, la revista Estampa le dedicaba otro reportaje a la ya campeona de Castilla junto a su marido, el también ciclista Demetrio Acero. Tiene entonces “veintidós primaveras, muy bien aprovechados en cuanto a belleza y simpatía”. Aunque ella ha dejado ya la fábrica y él regenta un taller de pintura de bicis, el artículo abunda en los orígenes populares de la pareja, que se conocen desde niños, cuando eran vecinos en el barrio de Delicias.

 Su carrera, como el deporte femenino, raquítico y en manos de la Sección Femenina, había quedado truncada por la guerra y el franquismo. A pesar de ello, aún pudo correr en 1945 una contrarreloj de 100 kilómetros con el fin de lograr el récord oficial femenino de España. Desde 2019, Faustina Valladolid da nombre al centro deportivo municipal de Valdebernardo en representación de aquellas mujeres que, con pantalones y sobre la bicicleta, formaron parte de los pioneros del deporte obrero.

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