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La historia del 57, el autobús que secuestraron los vecinos de Vallecas para exigir que les llevara hasta el barrio

Vecinos colocando carteles caseros de la línea 57

Luis de la Cruz

Madrid —

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Corría mayo de 1978 cuando en el barcelonés barrio de Torre Baró se produjo un llamativo hecho: el conductor Miguel Vital secuestró el autobús que conducía, un Pegaso Monotrail articulado de la línea 47 (Pza Cataluña-Guineueta), para demostrar que, al contrario de lo que decían los políticos, los autobuses podían subir las pronunciadas cuestas de su barrio sin asfaltar.

El episodio ha quedado registrado en El 47, una película dirigida por Marcel Barrera, con Eduard Fernández como protagonista, que se puede ver actualmente en los cines. El hecho, por sorprendente que parezca, no fue único en la época. Se produjeron otros similares en el vecino barrio de Roquetes y también en el madrileño distrito de Puente de Vallecas unos años después.

Fue la línea 57 de autobús de la EMT madrileña la que protagonizaría una historia similar a la de la película en 1991. O, mejor dicho, los vecinos, que querían que ampliara su recorrido, que transcurría desde Tirso de Molina hasta la Avenida de San Diego. La FRAVM (Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid) ha publicado un detallado hilo en la red social X con la historia, que también se puede rastrear en el libro Vallecas en lucha del histórico dirigente vecinal Pepe Molina, o en el reciente No es fiera para domar, del periodista Ignacio Pato Lorente.

Sucedió el 18 de abril de dicho año, cuando unos 500 vecinos, convocados por la Plataforma Unitaria de Vallecas –aunaba a 22 entidades de las dos Vallecas– llevaron a cabo la audaz acción –secuestro simbólico– que pretendía reivindicar la extensión de dicha línea para que llegara a la Colonia de San Agustín, en Palomeras. Hasta la fecha, la cabecera de la línea estaba en el Cerro Cabezuelo, un descampado que, según a qué horas, era bastante miedoso.

Un kilómetro más se les antojaba a los vecinos una petición muy razonable que, sin embargo, no habían conseguido fuera atendida después de diversas reuniones con Julián Revenga, gerente del Consorcio Regional de Transportes. Un kilómetro más que recorrió aquel día el autobús (hasta la calle Campo de la Paloma) tras algunos forcejeos que no llegaron a mayores y acompañados por la comitiva vecinal y la policía.

La convocatoria era pública –se colgaron grandes carteles en la calle– por lo que, junto a los vecinos, acudieron a las ocho de la tarde efectivos policiales y miembros del Consorcio Regional de Transportes. Se produjo una negociación improvisada en la última parada de la línea que quedó rota cuando un grupo de niños se coló en el vehículo a través de las ventanas. Después de ellos, muchos otros vecinos tomaron el autobús al asalto.

“Domingo, el conductor del autobús, sabía que algo así iba a pasar pero no pensaba que le tocaría a él. ”Yo no puedo arrancar si no me dan la orden“, decía el conductor. ”Bueno, pero si nosotros insistimos, ¿qué vas a hacer?“, le contestaron los vecinos.”, contaba la crónica el día después en El País.

Después de una hora de discusiones, ires, venires, y hasta la llegada del cuerpo de antidisturbios (que levantó a un grupo de vecinos que se habían sentado en la calzada) el 57 reanudó, por fin, la marcha. Cuando el autobús lleno de vallecanos llegó a su destino junto con la comitiva vecinal, comenzó la fiesta. Un buen número de vecinos los esperaban con una charanga y limonada.

El mes de julio se supo que la Empresa Municipal de Transportes había denunciado a Mariano Monjas, presidente de la Asociación Los Pinos de San Agustín –que llevó la voz cantante dentro de la plataforma unitaria por tratarse de su barriada– y al párroco Pedro Sánchez, de la vecina iglesia Santo Tomás de Villanueva, muy involucrada con el movimiento vecinal. Monjas declaró que “Fue una ocupación pacífica después de las negociaciones infructuosas con el Consorcio Regional de Transportes”.

A pesar de ello, el Ayuntamiento de Álvarez del Manzano se sentó a negociar con los vecinos. Seguramente, la demostración de coordinación vecinal tuvo mucho que ver. También que pudiera ser la primera de otras acciones similares: había catorce líneas en la zona que precisaban mejoras.

La lucha por el transporte público digno para los barrios fue una constante del movimiento vecinal, que tras un primer momento por la lucha de la vivienda y el realojo pasó a luchar por servicios dignos. La llegada de la línea 10 de autobús al barrio de San Agustín había sido para la asociación el preámbulo de esta otra campaña por la 57.

La primera de las asociaciones vecinales había sido la de Palomeras Bajas, constituida en 1968. Nueve años más tarde, ya en plena transición, nacía Los Pinos San Agustín, que tenía como ámbito natural la colonia del mismo nombre construida en los años sesenta en Palomeras Sureste por la promotora Hermanos Santos.

Eran tiempos en los que los vecinos y vecinas luchaban codo con codo por el alumbrado público, el asfaltado de las calles o la recogida de basuras. Ya entonces, la desobediencia civil hizo su aparición con una campaña en la que unas seiscientas familias se negaron a pagar el impuesto municipal de recogida de basuras.

El gran reto de esta etapa para la asociación fue el del trazado de la M-40, que originalmente iba a lindar con el barrio. Pero los vecinos se pusieron delante de las máquinas y finalmente el Parque Lineal de Palomeras Bajas, que iba a quedar al otro lado de la carretera, se trasladó para que sirviera de colchón frente a los coches y los vecinos pudieran disfrutar de él.

No es de extrañar pues, el ímpetu contestatario mostrado por los vecinos cuando, a la altura de 1991, se enfrentaron a los guardias y a los funcionarios para ocupar su autobús. Una determinación que volvieron a demostrar en 2016, cuando consiguieron parar en diversas ocasiones el desalojo del histórico bar La Esquinita, cuyo local pertenecía –volvemos a la casilla de salida– a los mismos Hermanos Santos que construyeron sus pisos.

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