Jorge Sequera: “La especulación supera con creces al fenómeno de la gentrificación”
Jorge Sequera es investigador posdoctoral en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Oficina de Urbanismo Social. Su tesis doctoral, defendida en 2013, versó sobre las políticas de gentrificación en el centro de Madrid (más concretamente en Lavapiés), y es ya un trabajo de referencia. Ha trabajado en Sudamérica y actualmente lo hace sobre la ciudad de Lisboa, entre otras cosas. Ha tenido la gentileza de respondernos a algunas preguntas.
¿Podríamos distinguir entre distintas formas de lo que se conoce como gentrificación? ¿Cómo caracterizarías el fenómeno tal y como se está produciendo en el barrio de Malasaña?
La gentrificación, como proceso asociado a un modelo especulativo de hacer ciudad, es un fenómeno complejo y responde a diferentes intereses. Por un lado, responde al capital privado, que en busca de nuevos nichos de mercado es capaz de esperar hasta que un barrio esté en condiciones de abandono absoluto por parte de los poderes públicos, para invertir en él y que resulte rentable; por otro, responde a las nuevas necesidades artificiosas que los mismos poderes públicos han desarrollado alrededor de nuevas narrativas: las nuevas centralidades, las clases creativas, el embellecimiento de la ciudad, la ciudad de la cultura, la multiculturalidad, etc. En última instancia, ambas partes confluyen en la búsqueda de un nuevo sujeto que no solo responda a las necesidades de nuevos modelos económicos y laborales, sino que además puedan ser ejemplarizantes, civilizantes, que puedan hegemonizar el sentido de las cosas, que puedan higienizar socialmente un barrio. Y finalmente, que desplacen.
Lo que ocurre en estos momentos es que estamos asistiendo al uso la gentrificación como mantra. Todo el mundo habla de gentrificación, todo es gentrificación. Sin embargo, la ciudad capitalista está especulando 24h, es sistémico, inmanente y responde a otra serie de procesos complejos que pueden o no ser acompañados por la gentrificación.
Cada proceso de gentrificación tiene su particularidad y no repite necesariamente los mismos patrones, como así se está comenzando a ver, tanto desde la academia como desde el mundo del arte o el activismo. Entiendo que es sugerente y útil para la acción colectiva utilizar la gentrificación como forma de campaña o eslogan para mostrar desavenencias con el perverso modelo de configurar las ciudades. Pero no se pude repetir como un mantra, y menos desde la academia crítica, que allá donde haya cupcakes habrá gentrificación. Esto es, de alguna manera, infantilizar un proceso complejo y multiescalar, reducirlo a una parodia. Si pensamos en Latinoamérica, por ejemplo, debemos ser mucho más serios, ya que los procesos son particularmente más violentos y que responden a procesos de valorización del hábitat popular (por ejemplo, las favelas chic en Rio de Janeiro) y la eliminación de la economía informal (expulsión de la venta ambulante en el zócalo del DF). Si pensamos en otras ciudades del Sur de Europa, como Lisboa, no son los hipsters o los cupcakes, sino la compleja intersección que existe entre una población fuertemente envejecida y el vaciamiento de los barrios históricos, junto a un turismo de masas, de pisos turísticos y de emprendimientos inmobiliarios de alto standing que han llegado antes que los clásicos pioneros de la gentrificación (jóvenes cualificados, artistas, etc.)
Si pensamos en Malasaña, tenemos que decidir qué parte nos estamos imaginando. Si estamos pensando en el Malasaña nuclear - aquel que rodea a la Plaza del Dos de Mayo- hace ya más de 10 años que la vivienda es más cara que en la media de la ciudad de Madrid en este nuevo ciclo y que nunca fue vivienda barata. Para pensar Malasaña, no debemos olvidar su posición geográfica, rodeada de barrios como Chamberí o Moncloa y arrinconado por la celeridad de Chueca. Creo al mismo tiempo que hay una gran diferencia entre la Malasaña de los propietarios históricos, la de los nuevos inquilinos que alquilan en pisos cuarteados hasta la saciedad y la de aquellos que han vivido y trabajado hasta hace bien poco en la trasera de la Gran Vía, aquello que ahora se conoce como Triball (acrónimo que recuerda burdamente al marketing de Manhattan para vender su barrios). Esta realidad poliédrica hace que el proceso de gentrificación no sea uniforme en el barrio de Malasaña, es más, no tengo claro si podemos hablar de gentrificación en una gran parte de sus áreas, sobre todo en aquellas más cercanas a barrios nobles. En cambio, creo que sin lugar a dudas, sí podemos hablar de esas políticas de gentrificación en la zona de Pez-Luna, lo que se conoce como Triball.
Lo que sí ha ocurrido es un fuerte proceso de cambio en el Malasaña horizontal, es decir en sus calles, en sus comercios, que podríamos considerar como un abrupto desplazamiento de otras prácticas que se daban en el espacio público, en parte motivadas por aquellos vecinos propietarios de los que hablaba anteriormente. Algunos ejemplos: 2002. Ley antibotellón aplicada con especial virulencia en los alrededores de la Plaza del 2 de Mayo; cierre de bares y salas de conciertos vía burorepresión por incumplimiento de aforo o de insonorización; cierre de burdeles e instigación del trabajo sexual en la trasera de la Gran Vía, con monitarización policial y videovigilancia incluida; aumento incesante del espacio ocupado por terrazas en el espacio público; adaptación del barrio a vías exclusivamente comerciales, para grandes firmas y franquicias (calle Fuencarral), etc.
Es innegable que la imagen del turista está cada vez más presente en las calles de Malasaña en los últimos años, algo que se asocia a la subida de apartamentos turísticos ¿Qué impactos crees que ambas cosas pueden tener en la realidad de un barrio como Malasaña? En los últimos meses los alquileres han subido en Malasaña entre un 10 y un 15%, según nuestras fuentes ¿Tienes pistas de por dónde van los tiros? ¿Los factores más importantes?
El impacto del turismo es, creo, el nuevo desafío que tenemos para repensar la ciudad. Vemos como en los últimos años, a falta de mejores modelos económicos en tiempos de crisis, tanto las iniciativas privadas como las públicas se han lanzado al vacío detrás del turismo urbano como refugio económico. Sin embargo, necesitamos estudios rigurosos en este sentido, que no reduzcan la ecuación de la subida de precios o el desplazamiento solo a los apartamentos turísticos.
Por supuesto que el incremento de pisos turísticos es un factor importante a tener en cuenta, pero no el único. Creo que si queremos saber qué ocurre con esa subida de precios y la nueva burbuja del alquiler, deberíamos buscar además otras explicaciones sociohistóricas. Por ejemplo, puede que la oferta haya disminuido por culpa de plataformas como Airbnb que arrebatan viviendas del mercado regulado reduciendo la oferta, pero es que también encontramos que la demanda de alquiler no ha cesado de aumentar desde que comenzara la crisis, superando en algunas zonas a la oferta de pisos. Así, de ser una sociedad de propietarios – o mejor dicho, de hipotecados – estamos pasando a ser una sociedad de inquilinos y el mercado está aprovechando el momento. No solo ha aumentado en Malasaña el precio de alquiler, según EnAlquiler en el conjunto de la ciudad ha aumentado en un 21% en el último año.
Otro podría ser lo que llamo la trampa de la habitación: en el centro, existen multitud de pisos compartidos, de 3 a 6 habitaciones. Así, propietarios-rentistas se han dado cuenta de que ganan más dinero cuarteando el alquiler que alquilándolo por completo: tanto a los nuevos inquilinos que vienen de ciudades dormitorio, como estudiantes nacional o erasmus que pasan un curso en Madrid. Este negocio, a estudiar también, permite ganar 5 o 6 veces más al rentista que si lo alquilara a una sola familia, al mismo tiempo que el inquilino percibe que se gasta menos al compartir.
Otra posible hipótesis, que podría explicar no solo la subida de alquileres si no el despoblamiento (transitorio) en el centro de la ciudad, son las nuevas condiciones de sociabilidad que se dan en los centros de las ciudades: casi el 50% de la población de Malasaña vive sola. Esto nos da pistas de otra faceta del mercado del alquiler, que cuartea casas en varios apartamentos y da fruto a esa forma de hiperanonimato buscado en los centros de las ciudades, que implican unas nuevas formas de relacionarse, propias de los procesos de subjetivación del neoliberalismo, que fortalecen la in-dependencia frente a la interdependencia o a formas más comunitarias de vida.
Al mismo tiempo, creo que siendo un factor a tener en cuenta y debemos estar muy atentos a estas economías rentistas que están acelerando su implantación en el territorio, parece que los mercados de Airbnb y los de alquiler regulado son mercados distintos y responden a necesidades distintas. Lo que sí creo es que, nuevamente, en el plano de la calle, las cosas están cambiando en un nuevo viraje ahora sí hacia el turista como consumidor preferente. Vemos como en los barrios con mayor presencia de pisos turísticos el comercio se adapta a esa nueva realidad, respondiendo a otro consumidor, no necesariamente con mayor poder adquisitivo, pero sí con otras preferencias en sus compras, es decir, las propias del que viaja por ocio (restaurantes de todo tipo, tiendas de regalos, gourmetización, etc.). Alrededor, además toda una economía de nuevos trabajos precarios que florecen, en muchos casos como economía sumergida: limpiadoras, fontaneros por horas, guías turísticos, experiencias gastronómicas, etc. No hay más que pasarse por aterradoras páginas como Trip4Real, donde pagaremos por experiencias típicas de un local, Taskrabbit, donde la filosofía de los bancos de tiempo también se han monetarizado, precarizando relaciones laborales o peers.org, donde podrás buscar trabajo relacionado con los pisos turísticos.
El problema en las economías del turismo es que ha dado un salto del mercado hotelero al mercado de pisos turísticos no regulado, en su mayoría controlado por pocos propietarios y agencias inmobiliarias. Y en esa nueva realidad, creo que por el momento la única explicación que se ha encontrado es la gentrificación y esto nos reduce la mirada ante un modelo económico realmente novedoso y encarnizadamente devastador de formas laborales anteriores y que ha encontrado su espacio en medio de la crisis social y económica. Es cierto que hay más de un 70% de pisos de este tipo en el centro de Madrid, pero en ese dato escondemos que hay otro 30%, que alquila habitación y debemos indagar por qué. Las preguntas que habría que hacerse deberían responder a estas nuevas realidades: ¿son mecanismos de algunas familias para sobrevivir a la crisis? ¿son formas de perpetuación de la precariedad, ante el desmantelamiento de un estado de bienestar fallido? ¿es un proceso puro de especulación urbana también entre las familias que alquilan habitación? He conocido personalmente dos ejemplos que permiten ver la complejidad del asunto: desde aquel joven que deja su casa durante una semana al mes mientras duerme en el sillón de otros amigos, para alquilar su habitación en Airbnb y así poder llegar a fin de mes; hasta aquel académico crítico con la gentrificación que conocí, que paradójicamente jugueteaba con la posibilidad de comprar una vivienda y alquilarla a través de Airbnb. Ambas, figuras perversas de esa dinámica especulativa, que como decía, supera con creces al fenómeno de la gentrificación.
En cuanto a las resistencias ¿De qué manera se puede resistir los procesos de desplazamiento vecinal asociados a la gentrificación? ¿Qué medidas deben tomar las autoridades? ¿Y qué actitudes podemos tomar los vecinos y vecinas?
Creo que necesitamos nuevamente hacernos las preguntas correctas. Quizá sea insistente, pero creo que estaríamos ante un problema si utilizáramos la gentrificación para abordar cualquier problemática urbana. De alguna manera, tenemos que deshacernos de esa lógica lineal que explica la turistificación de la ciudad solo desde la mirada de la gentrificación. Haciéndolo así, se nos escapan demasiados matices por el camino. Sin duda, se debe luchar por tu barrio y dignificar la vida de las personas que allí residen. Sin embargo, hay una delgada línea con reclamaciones vecinales más reaccionarias y que caen rápidamente en ciertas formas de xenofobia, de turismofobia. Si nos fijamos en algunos de los imaginarios que se utilizan para la cartelería y las campañas antigentrificación en las ciudades del estado español, la mayoría remiten a un pasado mitificado, tratando de transportarlo a un presente inexistente: señoras mayores tomando la fresca en sillas; familias numerosas con el cabeza de familia en el medio de la foto en blanco y negro, etc. Creo que responden a esa visión de pasados nostálgicos, como si de algún modo quisiéramos volver a esas escenas del pasado que imponían a las mujeres ser trabajadoras de la casa, reduciendo sus lugares de esparcimiento y tiempo libre a la puerta de su casa; o como si quisiéramos rescatar las complicadas vidas de ser familia nuclear y administrar 8 hijos, trabajo y conciliación familiar. Una parte importante de la resistencia pasa por comprender la realidad social que nos rodea, y tanto Lavapiés como Malasaña hace mucho tiempo que dejaron de tener esa imagen, hace mucho que son barrios donde la vivienda es cara y hace mucho que son barrios donde las prácticas sociales son propias de aquellos a los que, de una manera contradictoria, no queremos parecernos. No se trata de confrontar la gentrificación con el pasado, sino de preguntarse quizá por qué uno ha decidido residir en ese barrio, por qué hay población que puede ser expulsada o por qué hay población, por ejemplo, inmigrante, que realmente se encuentra ante condiciones de habitabilidad y de trabajo por debajo del umbral de aquello que llamamos precariedad. Porque cuando decimos aquello de “queremos que esto siga siendo un barrio”, olvidamos por un lado, que hace tiempo que esos barrios son ya “burbujas sociales” que no responden a las realidades heterogéneas de otros barrios de la ciudad; y por otro, que con esos eslóganes buscamos generar factores diferenciativos para que el “otro” no pertenezca, para que el fantasma del “otro” fortalezca identidades ficcionadas.
Sin duda hemos de buscar medidas contra el monocultivo del turismo y contra los impactos de los pisos turísticos, medidas contra la gentrificación y medidas para que no haya desplazamiento de personas ni de prácticas sociales enriquecedoras. Y para eso necesitamos tener claro cómo usamos conceptos como la gentrificación y tener miradas más amplias hacia el fenómeno de la turistización.
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