Entrevista

Alfonso García-Villalba, escritor: “Nuestra realidad es puro delirio”

Nadie escribe como Alfonso García-Villalba. El narrador murciano lanza en la editorial Franz ‘La nueva subjetividad’, su última ¿novela? y dobla con ella la apuesta por la literatura mutante, la hibridación de géneros, los espacios límite de la ficción. Una Región de Murcia invadida por misteriosas dunas, unos personajes en deriva, una atmósfera entre lo distópico y lo místico, una prosa adictiva e hipnótica y un conjunto de técnicas narrativas y ensayísticas de última generación son los ingredientes principales de un libro mayor, tan inclasificable como impactante, que posiciona la de García-Villalba como una de las propuestas literarias más originales, disruptivas y enriquecedoras del idioma. Esta conversación se ha dilatado a lo largo de varias semanas, entre lo analógico y lo electrónico, entre interrupciones, viajes, chats de WhatsApp y ruidos del presente, y en eso se parece a La nueva subjetividad.

El observatorio de La Murta, el desierto de Mahoya, las ramblas de Valladolises, Balsicas, Los Belones, hoteles en ruinas, rotondas en medio de la nada... La nueva subjetividad es un texto con coordenadas en una Murcia desértica, poética, decadente y mística que hacen pensar en una peculiar psicogeografía, ¿qué puedes contarnos del trabajo de ese Alfonso García-Villalba director de localizaciones en la (super)producción La nueva subjetividad?

Supongo que sencillamente abro los ojos y observo, poco más. Parece que contemplar a conciencia lo que nos rodea no es algo muy común y, con la abducción colectiva que padecemos a través de la tecnología, siento que estamos sustituyendo la contemplación de la realidad por su representación. Todo así como muy barroco, pero en modo low cost, onda Ryanair, ¿no? Barroco pero del malo, performance barata. Algo que, en cierto modo, es bastante triste porque nos aboca de forma imperdonable hacia el simulacro, hacia los espejos y los espejismos… y, queramos o no, nos empuja a dejar de estar en el aquí y en el ahora, en el presente. Y supongo también que dejar a un lado todo eso y estar, en cambio, en el presente y contemplar lo que te rodea, aquí y ahora, te hace ser más consciente del modo en que un paisaje o una habitación de hotel, por ejemplo, pueden influir en tu estado de ánimo, modificarlo, incluso expandirlo. Quizás lo que me estás preguntando tenga que ver con el modo en que los personajes que habitan La nueva subjetividad experimentan el avance del desierto, las dunas que se van comiendo poco a poco los signos de una civilización decadente y explotadora y, en cierto modo, ésa es la realidad que habitamos en el Sureste, aquí, ahora. De ahí todos esos páramos que van apareciendo a lo largo del libro, por ejemplo cerca del aeropuerto de Corvera o en todo ese territorio que va de la autopista que lleva hacia Cartagena hasta el Mar Menor y que es colonizado o fagocitado por la arena que, ya sabes, avanza y no para de hacerlo, día y noche, en la novela. ¿Es, en realidad, una novela? Pensamiento en voz alta, perdona. Si entendemos la psicogeografía como el modo en que un determinado ambiente geográfico influye en nuestras emociones podríamos decir que el personaje principal del libro y que hace las veces de narrador en más de algún momento es un sujeto que se deja llevar por una suerte de deriva en la que experimenta esos cambios en su propio estado de ánimo… y lo hace a través del territorio cambiante por el que se mueve, a través de las dunas que avanzan y acaban con campos de golf o con las urbanizaciones, con las vías del tren…

Vale, Alfonso, contéstame a ese pensamiento en voz alta: ¿es, en realidad, una novela La nueva subjetividad? Y también: ¿qué tiene de poética, cómo te llevas con la poesía, cuál es el peso de un libro tan maravilloso como Eso, de Inger Christensen, en el tuyo?

Supongo o intuyo, y digo supongo o intuyo porque tener las cosas rotundamente claras es algo que me cuesta bastante…mucho… Y, sí, supongo o intuyo, como te digo, o quiero pensar, que he intentado hacer una novela procurando dejar de hacer novela, huir de la narrativa. Paradojas de la vida. Qué bendición las paradojas, ¿no? Así que lo que ha resultado finalmente es que he derivado hacia una escritura híbrida donde tiene cabida el ensayo sin perder de vista en ningún momento lo ficcional e incluso la literatura confesional. Aunque poniéndole mucho maquillaje y pelucas o bigotes postizos, claro, transformando la realidad, yendo más allá de ésta, más allá de la experiencia y jugando a hacer una suerte de autoficción experimental que es un concepto que tenía ya muy en mente en mi anterior libro, Signos herméticos de una nueva melancolía. Así que la cosa es mezclar géneros, difuminar los límites, hacerse borroso, confundir incluso. Porque el arte o la literatura lo que tienen que hacer es confundir y no expresar un mensaje claro y unidireccional. Porque, al cabo del día, nuestra experiencia pasa por diferentes registros y nos encontramos con diversas experiencias que no son iguales las unas a las otras. Nuestra realidad no es homogénea, cambia a cada rato. ¿Cómo no vamos a hacernos eco de ello? Más aún en un presente que se caracteriza por la velocidad y el vértigo y donde todo puede cambiar en un solo parpadeo. Y creo es necesario tener presente esos múltiples estratos, las diferentes formas en que sedimenta la realidad en nuestra percepción. Y esa diversidad, por poner un ejemplo, se ilustra también en este libro a través de la presencia de lo distópico, pues la distopía también tiene cabida en La nueva subjetividad y se mezcla con lo lírico a través de diferentes sampleos, teniendo en cuenta, y ya que la nombras, algunos versos de Inger Christensen que cito directamente y con los que, en otros momentos, juego y hago que vayan mutando, adaptándose a mi escritura, a mi deseo, a lo que quiero contar. Esa resonancia de otros textos, o si quieres podemos llamarlo intertextualidad, es una estrategia recurrente en el libro y cada tanto puede aparecer en escena algún fragmento, o una frase más bien, de gente como Thomas Ligotti, Julia Kristeva o Diego Sánchez Aguilar, Joy Williams e incluso Quevedo. Y, básicamente, lo que hago es canibalizar ciertos textos de otros autores que son útiles para mi discurso, de modo que los sampleo y modifico, juego con ellos. O me invento un poema inspirado en el místico alemán Eckhart, imaginando de forma delirante como escribiría en el siglo veintiuno este explorador de la luz a través de la oscuridad o fantaseo con la posibilidad de escribir una novela pastoril distópica teniendo como referente las Églogas de Garcilaso y pensando en Garcilaso como un adicto de la dextroanfetamina. O sea, delirio. Pero es que nuestra realidad es puro delirio…

El misterioso deambular de los personajes de La nueva subjetividad, entre el pasado y el presente, de cara o de espaldas al desierto como si fueran dunas, ¿qué relación guarda con la forma de tu texto? Me refiero a esa deriva de la narración, que pasa del monólogo interior a los ensayos de Sontag, Debord o Baudrillard sin una orientación clara.

Precisamente he empleado la expresión deriva antes porque siento que hay una suerte de identificación entre el modo en que sienten y actúan los personajes y el modo en que fue surgiendo la escritura de este libro… y pienso que, de alguna manera, la escritura de La nueva subjetividad, la propia narración, si así se puede llamar lo que he hecho, no es más que una forma de hacer deriva a lo Gilles Vain y que, no me cabe duda, se identifica mucho con esas dunas que avanzan y avanzan y que terminan siendo escritura hecha con arena. Siento, también, que proceder de tal manera puede interpretarse, en cierto modo, como una ruptura, o al menos ésa es mi intención, con los códigos de comunicación dominantes, una ruptura, una fractura en relación con los modos y usos habituales de la producción literaria contemporánea que, con frecuencia, nos encontramos en muchos libros y que parecen más propios de otra época y que, a decir verdad, tienen poco de contemporáneo porque no consiguen trasladar al papel las subjetividades con las que podemos encontrarnos en la actualidad. Por otro lado, podría decir que he articulado buena parte del libro teniendo en cuenta que el pensamiento es narración, que la transcripción del pensamiento es también una forma de narrar, una forma de contar. No creo que sea sano hacerlo de otra manera hoy en día… De ahí esa mezcla de ficción narrativa y ensayo o incluso lírica que se puede encontrar en el texto. De ahí que Baudrillard flote sobre mi escritura pues escribió algunas páginas deslumbrantes en torno al desierto en su ensayo América. Pero también, es necesario decirlo aquí, cobra especial relevancia la lectura que hice de Rutilante cadáver especulativo de Eugene Thacker y sus reflexiones en torno a la oscuridad y la mística o las reflexiones de Jane Bennett en Materia vibrante, un texto que no había leído antes de terminar la escritura de La nueva subjetividad pero con el que me encontré al poco de terminar el libro y que se filtró en las correcciones que iba haciendo con Christel, la editora de Franz, un libro con el que sentí una conexión tan radical que me hace pensar en Jung y en todo lo que flota en el magma de la mente colectiva. Ya sabes, el cosmos que nos susurra al oído sin que nos demos cuenta…no me hagas mucho caso, ¿vale? No me hagáis mucho caso, lo importante es eso: no hacerme mucho caso…

Venga, vale, no te haré mucho caso, pero te comento una cosa que me llama la atención, no solo en La nueva subjetividad sino también en Signos herméticos: conforme te vas deshaciendo de lo narrativo entendido como trama, conflicto, desenlace etc. tus personajes se van adentrando en un mundo más que distópico posthistórico, donde nadie trabaja, comercia o hace planes para el mañana, y me preguntaba si ves una conexión entre esas dos cosas y, si sí, si es algo deliberado.

Mis personajes, sobre todo en los últimos dos libros, no trabajan. O, sencillamente, cuando enfoco lo que quiero contar prescindo de la dimensión laboral de la existencia porque para lo que deseo narrar no es relevante si son físicos cuánticos, fotógrafos o agricultores. Todo eso es accesorio y realista y creo que el realismo es una forma literaria que está excesivamente integrada en la producción de bienes y sentido propia del capitalismo y, por consiguiente, del deseo de orden, un orden del que procuro huir en mi escritura... Así que es algo completamente deliberado porque mi intención es abordar los personajes en estado puro a través de sus emociones, a través de lo que hacen fuera del campo de concentración que es el trabajo. de modo que pongo el foco en todo esto, algo que ya sucedía en Esquizorrealismo, mi primer libro. En Esquizorrealismo los personajes no tenían ningún tipo de vínculo con lo laboral… Creo que todo esto tiene algo que ver con la lectura de la Trilogía Involuntaria de Mario Levrero, seguramente, y Levrero es un autor que es muy kafkiano a decir verdad. Y en esas narraciones de Levrero no importa mucho aquello a lo que se dedican los seres que vagabundean por sus páginas como fantasmas intentando encontrar un sentido a su existencia. Lo que intentan es encontrar una salida dentro del laberinto que habitan. Así que, en realidad, tal vez sea posthistórico lo que escribo aunque es algo que no me planteo, no sé. Solamente quiero que, cuando aparecen mis personajes, que no son más que fantasmas al igual que los de Levrero, lo hagan en primer plano, prescindiendo de todo lo demás, centrándonos en ellos pero sin perder de vista el escenario por el que deambulan, un escenario que es un espacio donde los personajes fluyen a través de él o donde bien terminan por atascarse, sentirse encerrados. Y luego, por otra parte, será algo completamente inconsciente pero entiendo que mis personajes no trabajan porque, simplemente, detesto el trabajo y considero necesario escapar de él. ¿Quién no desea hacerlo?

También quería preguntarte por la forma en que presentas, en la novela, el sexo, que es un elemento muy presente en todos tus libros pero que creo que aquí cobra una relevancia especial, entre lo ritual, lo místico y lo entomológico.

No sé si el sexo tiene más presencia en este libro que en otros o si tiene cabida aquí de una forma diferente o más pronunciada que en otros libros. Si sucede así es porque el sexo, desde mi punto de vista, es una forma de comunicación con el otro, un encuentro, una confesión recíproca, comunión en tanto común unión, un acto mágico de doble dirección, amor que se hace piel y sudor y miradas que van más allá de la carne. E igual que nuestra forma de relacionarnos en otros ámbitos de la existencia o igual que nuestras conversaciones se adaptan a nuestro interlocutor, hay múltiples formas a través de las cuales el sexo se manifiesta para conocer al otro, diferentes conceptos que aplicar a ese tipo de encuentros que partiendo de lo corporal están más allá de lo estrictamente físico o eso creo o siento yo. Y, sin duda, pienso que en este libro, en esta ocasión la forma en que lo he abordado tiene mucho que ver con la comprensión de uno mismo a través de la carne y, como no, con la comprensión del otro, el descubrimiento que hacemos del otro, quién es, qué hace, qué quiere, adónde va. Tiene que ver con cosas que tratan sobre la fascinación o la fragilidad o, como bien, dices con la mística y el ritual. Creo que el sexo es una forma maravillosa de conocimiento, de encuentro con el prójimo. ¿Queda mal decir prójimo en la actualidad? A veces ese conocimiento puede ser a través de la ternura extrema, a través de la humildad, incluso a través de algo así que aparentemente no tiene nada que ver con el sexo, no sé. En algunas ocasiones puede tener lugar a través de estrategias de dominación y sumisión que, si se articulan bien, son una forma no convencional de amor y respeto, creo. Lo que sí que tengo claro es que, en mi escritura, siempre procuro que mi forma de abordar el sexo vaya más allá de lo fisiológico. Si no va más allá de lo puramente físico, es una pérdida de tiempo bastante vulgar.

¿Hasta qué punto crees que La nueva subjetividad está relacionada con determinados malestares del presente (ecoansiedad, totalitarismo, aceleracionismo, etc.), como los que describe Berardi en Desertemos o abordan narradores como Diego Sánchez Aguilar o Luis López Carrasco en sus últimas novelas?

Pues no sé, de veras que no lo sé y no quiero sonar presuntuoso o vanidoso ni nada semejante pero nunca escribo pensando o teniendo la intención de hacerme eco de cuestiones del presente o de los conflictos que se puedan estar dando a mi alrededor, nunca lo hago. Yo soy más como Montaigne que decía que él era la única materia sobre la que escribía. Si Flaubert en el juicio al que fue sometido por la supuesta inmoralidad de su novela Madame Bovary llegó a decir que Emma Bovary era él, yo siento que soy todos los personajes que aparecen en mi escritura. Todos. O sea que padezco en silencio el síndrome de Flaubert…O el de Montaigne, quién sabe, no veas cuánto. La cosa es que, ¡no voy a decir que no!, reciclo o sampleo lo que puede que sepa o lo que imagino de ciertas personas a las que he conocido y que articulo una suerte de maquillaje sobre mí mismo a través de la psique de los otros, a través de esas personas, a través de sus vivencias... o sea que me pongo una máscara con la cara de otra persona pero debajo de esa máscara está lo que está. Pero volviendo a lo que estábamos diciendo antes… Si luego, si después de haberme puesto a escribir aquello que me apela directamente hay coincidencia con determinadas cuestiones que afectan a lo que podríamos llamar mente colectiva, eso ya es otra cuestión. Es decir: entiendo que al ser hijo de mi tiempo no puedo sustraerme o escapar de todo lo que sucede a mi alrededor y que, claro está, me afecta como a cualquiera. Que sucediera lo contrario sería vivir dentro de una burbuja radicalmente narcisista, narcisista y rechazable. Sin embargo, tampoco puedo negar, por ejemplo, que mi escritura tiene muchísimo que ver con el libro de Berardi al que mencionas. ¡No te puedes imaginar los meses que pasé esperando que saliera la edición en español de ese libro! Casi que estaba en modo fan total. Y sí, creo que Berardi se hace eco de un movimiento del alma contemporánea que tiene que ver con desertar de las obligaciones, abandonar la cotidianidad, huir. Y abandonar la cotidianidad o darse a la fuga es algo que está más que presente en las páginas de La nueva subjetividad. Y, claro, me gusta mucho el concepto de deserción que maneja Bifo aunque yo prefiero emplear el concepto de huida o, más bien, el deseo de huida que es algo que, creo, flota siempre en mis libros a través del comportamiento de los personajes que aparecen en todo aquello que escribo o, sin ir más lejos, en el ensayo que llevo escribiendo desde hace un año y que, fíjate, se titula Deseo de huida. Supongo que tal deseo tiene que ver con un descontento o insatisfacción que es común a muchos sujetos dentro de la realidad que habitamos. Porque todo es obligación, porque todo es dogma o evangelio en el que creer a pies juntillas. Porque todo es hacer lo que se supone que hay que hacer, pensar lo que se supone que hay que pensar y es bueno para la especie, la humanidad, el capitalismo, la religión, lo que sea. Y también creo que, en mi escritura, y ya que has hablado de ello, termino por mostrar mi rechazo a todo tipo de totalitarismo y creo que lo hago a través de la forma en que articulo mi propio discurso pues siento o espero que todo aquello que escribo sea la manifestación, tanto consciente como inconsciente, de un rechazo a la norma, la expresión de una disidencia respecto a lo que hay que escribir o el modo en que hay que hacerlo, al modo en que hay que sentir o pensar.. Y me sale sin más, me sale solo, no puedo evitarlo. En ese sentido, procuro alejarme de todo tipo de didactismo o pedagogía en mi escritura, un didactismo y pedagogía que, cada vez más y desafortunadamente, está impregnando los discursos de muchas de las manifestaciones artísticas que en los últimos años vienen dándose. Qué tostón ese querer decirle a la gente lo que está bien o lo que está mal. Supongo que tengo algún tipo de trauma infantil…algún trauma con la autoridad…

¿Contra qué autoridad literaria te rebelas, no solo en La nueva subjetividad sino en el conjunto de tu proyecto? Te lo digo porque tus libros tienen ese aire de enmienda a la totalidad de la existencia, y bueno, también un poco por la broma recurrente de la Super Flaubert Fiction System que aparece en este último.

Tal vez todo tenga sus raíces en ese concepto que manejaba William Burroughs en sus libros y que él identificaba con Control, así sin más, sin determinante. Control. Burroughs no es, sin duda alguna, el mejor escritor del siglo veinte, claro que no, pero sí que creo que maneja una serie de conceptos muy concluyentes y de gran influencia, creo que cada vez más. El lenguaje como virus o el Control son dos ejemplos de ello. ¿Y qué es eso del Control? ¿O, mejor, qué es lo que yo creo que hago o contra qué procuro pronunciarme y acaso, tal vez, no lo consigo y que, de algún modo, tiene que ver con mi lectura de Burroughs y que yo aplico a la literatura? Considero que, en mi escritura, procuro ir contra la dominación del lenguaje, contra la dominación de nuestra percepción a la hora de acercarnos a cualquier artefacto literario o contra el modo en que una manifestación del lenguaje influye en nuestro modo de pensar, en la conducta. Contra lo que se supone que tenemos que sentir cuando estamos frente a una obra de arte. Contra las narrativas que establecen cánones a la hora de expresarnos. de ahí ese Super Flaubert Fiction System al que aludes. Contra mí mismo o incluso contra el narrador de La nueva subjetividad, contra la pulsión que cualquiera pueda tener a la hora de establecer consignas a través de la palabra. Entiendo la consigna aquí como esa herramienta que establece el poder a través del lenguaje, tal y como expresaron Deleuze y Guattari en Mil Mesetas. Contra esas consignas que tienen que ver con lenguajes que juegan a la lobotomía y pueden devenir formas de opresión. Dudando de todo aquello que yo mismo pueda expresar, cuestionando toda idea, dejándome llevar por la incertidumbre. Dejando a un lado toda forma de imponer una lectura teledirigida de aquello que escribo. Procurando que cada quien al acercarse a los libros que he escrito pueda sacar las conclusiones que considere oportunas. Evitando establecer una verdad que, en ocasiones, pueda ser favorable a algún régimen de control con el fin de crear sentido o significados favorables al mismo. Aunque quizás sea más interesante profundizar hacia dónde o hacia qué escribo en vez de contra qué lo hago. Y creo que, normalmente, cuando escribo lo que intento es crear sensaciones, poco más. Hacia ese lugar siento que me dirijo. Y digo esto, al final, por eso de ser positivos, digo yo. Por eso de ponernos optimistas si acaso.