Crónica de un cortocircuito: una lectura de ‘Factbook. El libro de los hechos’ de Diego Sánchez Aguilar

En el texto que sigue intento demostrar que el éxito de Factbook. El libro de los hechos (Candaya, 2018) de Diego Sánchez Aguilar se está produciendo por todos los motivos correctos: una novela que interpela a nuestra ética y nuestra estética, radicalmente moderna pero anclada a los conflictos fundamentales de nuestra civilización, capaz de iluminar -con la óptica oblicua de la distopía- zonas de sombra del atolladero político y socioeconómico de nuestro absoluto presente, su relación con nuestros deseos y nuestros afectos, con nuestra interioridad. He aquí cuatro tesis, con algún que otro spoiler:

LIMINAL / LIMBINAL. El concepto de liminalidad aparece en `La selva de los símbolos´ (1980), del antropólogo escocés Victor Turner. En su estudio sobre la tribu de los ndembu (norte de Zambia), Turner presta atención a ciertas fases de indeterminación en los ritos de paso, momentos en que el individuo se despoja transitoriamente de su estatus anterior y aún no ha adquirido el nuevo. La liminalidad, por tanto, se define por oposición a estado, a estatus, a estabilidad y hasta a Estado, y sus características son la ambigüedad, la invisibilidad y la carencia.

La crítica más habitual a la postmodernidad (Beck, Bauman, Jameson) señala la hipertrofia en nuestra sociedad de la liminalidad. Debord hablaba en su La sociedad del espectáculo de la infancia expandida, la reinvención continua. Ben Lerner y Tao Lin explotan con acidez las desventuras del eterno adolescente postmoderno, siempre entre la ambigüedad, la invisibilidad y la carencia. De todos ellos bebe Gustavo, ese fascinante protagonista -impregnado de un fatum como de novela rusa- de Factbook. El libro de los hechos, cuando rememora sus largos años de juventud como primogénito de la pequeña burguesía, estirados como un chicle pese a la culpabilidad.

Pero, ¿qué ocurre cuando el rito es interrumpido, cuando la situación, que ya no puede alargarse más, descarrila? Factbook se sitúa en una España paralela, si bien tan cercana que se superpone a la nuestra y se hace casi visible, como un ectoplasma muy parecido a las tres últimas décadas. En esta distopía, la ola democratizadora de los movimientos sociales de principios de siglo y la esperanza digital se condensa, ya en plena crisis, en las plazas del país, y el Partido del 15M gana las elecciones generales. El rito de paso es completado así, en una especie de Segunda Transición política, que sin embargo es abortado abruptamente con la intervención de la Unión Europea, que coloca un gobierno tecnócrata a la griega con una fuerte componente sacrificial.

El país -tal vez el continente- transita así de lo liminal (Turner) a lo limbinal, según el neologismo de la poeta canadiense Oana Avasilichioaei: el rito de paso extendido a través de la ambigüedad, la invisibilidad y la carencia es interrumpido y grandes masas de población son externalizadas a un limbo frío, sin derechos de ciudadanía ni estabilidad económica o laboral, sin voz ni pertenencia a un sujeto colectivo. La dimensión comunitaria, por tanto, de lo ritual desaparece ahora en un cardumen fantasmático, donde tanto la ambigüedad como la invisibilidad y la carencia dejan de ser transitorias para constituir un estado, permanente pero vaporoso (vaporwave), sin solución de continuidad.

Apenas hay una lectura socioeconómica de la década de crisis que pase por alto entre sus efectos la intensificación y cronificación de la desigualdad y la precariedad, el cierre social o creciente dificultad de ascender en la escala, la rampante segmentación del mercado laboral y la drástica reducción de las transferencias sociales, o servicios y recursos básicos provistos por el Estado.

La hiperestesia y el prestigio de la enfermedad y los estados alterados de conciencia, que caracterizan la adolescencia extendida postmoderna, dejan de ser, por tanto, una fase sabática de los hijos de la clase media y deviene sistema. De ahí el vaporwave, donde la etapa de ingenuidad esperanzada que caracterizó los inicios de la sociedad digital se convierte en nostalgia esteticista y decadente, hiperirónica, un mundo flotante (Ishiguro) como envoltura visual y sonora de una sociedad silenciosamente totalitaria.

CAPITALISMO SACRIFICIAL. En efecto, el poder político en Factbook se alinea netamente con lo que se viene en llamar fase sacrificial del capitalismo, del que dan cuenta -un recurso fantástico- los infinitos e inútiles change.org que firma Rosa: los mercados exigen para calmarse, como dioses sanguinarios e irracionales, víctimas, dejar caer a sucesivos grupos de culpables. En este culto in-abjurable, la universalidad de la culpa alcanza tal extremo que eleva la desesperación a rango de condición religiosa del mundo (Benjamin).

El capitalismo -continúa Benjamin- es, presumiblemente, el primer caso de un culto que no expía la culpa, sino que la engendra. En ese contexto de universalidad de la culpa (limbo-purgatorio), las únicas salidas posibles son dos. Cada miembro de la pareja protagonista de Factbook opta por una diferente, como en esa canción de Nacho Vegas: si tanto, tanto nos queríamos, / cómo es que echamos a correr / cada uno en una dirección. Me refiero cómo no a asumir esa culpa, en el primer caso (Rosa), y tomar como la inmensa mayoría el camino limbinal hacia la precariedad y el aislamiento; en el segundo caso (Gustavo), aparece un pacto fáustico con un diablillo de la industria cultural, que ofrece poder, notoriedad y dinero a cambio del alma de nuestro protagonista, convirtiéndolo en creador de alienantes ficciones de masas.

Llega entonces, sin miedo ni esperanza, Factbook, una nueva y extraña red social, con reminiscencias bíblicas (el Libro de Hechos de los Apóstoles, crónica de la iglesia primitiva) y el objetivo no declarado de servir de contrapeso a ese mundo flotante y vaporoso del limbo general. La figura ibero-prerrománica del toro (en este caso, el publicitario de Osborne) parece el tótem, de perfecta mudez, que cataliza una insurrección violenta, especularmente sacrificial: los cuerpos del presidente de la patronal, la heredera de un gran banco y otros prebostes aparecen colgados de la estructura de la valla, junto a una pintada que, lacónica, anuncia el nombre de la nueva red social.

Lo que caracteriza a Factbook, suerte de orden monacal (esto es, si Baader-Meinhof fuese un monasterio de clausura), es un uso no aspiracional de la palabra y la imagen, contrapuesto al capitalismo afectivo que impulsa el resto de redes sociales. Tras el fallido proyecto regenerador del 15M, los habitantes del limbo hispánico no solo han visto enajenado su sujeto colectivo: hasta su palabra ha sido vaciada, neutralizada, proscrita, estetizada o adulterada. La desconfianza radical en lo que queda del logos lleva a muchos a huir de los significantes flotantes, y restringen sus manifestaciones públicas al registro anónimo, rudimentario, de hechos, al modo nada inocente de The CIA Factbook .

La tercera y última voz de las que componen la novela, la de los miembros de una especie de brigada de información policial encargada de investigar la actividad de Factbook, fracasa en su objetivo de vincular los ahorcamientos con esta red, y, aunque se decreta su cierre, sus seguidores siguen congregándose en silencio junto a los toros, acampados en medio de ninguna parte en una imagen especular que cierra y sirve de siniestro negativo a las plazas del 15M.

La novela acaba en dos lugares muy diferentes, al mismo tiempo: a cuatro patas bajo el toro, Rosa sostiene en su espalda a una inminente nueva víctima de la red, amordazada y maniatada, y con la soga al cuello. Entre el silencio de la multitud que la observa, Rosa siente que las manos y las rodillas se le hunden en la tierra bajo el peso insoportable del sacrificado y se dispone a dejarlo caer.

Muy lejos de allí, Gustavo, que ha decidido criogenizarse, pasa sus últimos días en la clandestinidad de un hotel abandonado de La Manga, repasando su vida antes de entregársela a otro Mefistófeles, ahora un magnate de la “colonización del futuro”. En este caso, el escenario escogido para el final “no con una explosión, sino con un lamento” (Eliot) se convierte en un símbolo homogéneo para toda nuestra civilización en el contexto del capitalismo tardío, donde los seres humanos habitarían sin hablarse un enorme y decadente edificio en ruinas.

CULTURA, IRONÍA Y CONTROL. El fascinante dilema ético que encarna Gustavo, y que constituye -creo- el núcleo de la novela atañe al papel de la cultura en nuestras sociedades, que es al mismo tiempo un capital que acumular e invertir y una herramienta de transformación o control. Como hijo de la clase media de provincias, Gustavo accede a la cultura como un mecanismo de sublimación, como una vía de escape, la promesa de una vida menos convencional, más rica. Pronto escala hasta posiciones de poder en el mundo hedonista de la contracultura, y es a través de esos contactos por donde accede a la sala de control de las ficciones de masas.

La ironía y el sarcasmo es la coartada que Gustavo se da a sí mismo para participar en la operación, el mecanismo de defensa con que justifica su complicidad con el control cultural de la población. La fase final de su discurso interior incluye el reconocimiento de la inutilidad de ese mecanismo de defensa, la imposibilidad de eludir responsabilidad con esa coartada. Oh dinos cómo curarse de la ironía, de la mirada / que ve pero que no penetra. Oh dinos cómo curarse / del vacío (Zagajewski).

Gustavo es consciente desde el primer momento de que está inoculando en la población, a través de las series de éxito masivo que conduce, el virus del capitalismo afectivo. Sus personajes, diseñados para convertirse en modelos de conducta, están cuidadosamente despojados de todo aparataje crítico o reivindicativo, jamás recurren a la organización colectiva o cuestionan la superestructura que los oprime, y encaran el conflicto en sus fábulas siempre a través de la readaptación, por supuesto exitosa.

Esta forma de control blando, o invisible, se extiende a toda la sociedad también a través de las redes sociales, empleadas masivamente de forma aspiracional, a modo de escaparate donde exhibir la marca de uno mismo. La crítica, la indignación o la lucha colectiva son estigmatizadas como conductas tóxicas y apartadas al margen (personas negativas, ofendiditos, haters, etc.). Se recrudece al mismo tiempo -sabemos gracias al discurso interior de Rosa- el control duro a través de la criminalización de la protesta, la fiscalización de las redes y el endurecimiento de las penas que limitan la libertad de expresión. Ante esta situación, con una superestructura (Marx) cultural dictando normas de adaptación y legitimando el sacrificio de grandes grupos de población, el habitante de la distopía orwelliana que nos propone Sánchez Aguilar olvida que la inmensa mayoría de nuestras ideas y emociones no crecen en nosotros (Durkheim), sino que vienen del afuera y deben pugnar para entrar. Así, cada vuelta de tuerca totalitaria en forma de Decreto-Ley incluye la palabra libertad. Toda similitud con la realidad es puramente deliberada.

LA NOVELA POLÍTICA EN LOS TIEMPOS DE LA CÓLERA. Factbook es, no hará falta que insista sobre ello, una novela profunda, descarnadamente política, que parte de una reflexión clarividente sobre la sociedad española y las tensiones que la recorren, y que despliega a continuación un artefacto literario de tecnología punta, que nos permite identificar esas tensiones en la interioridad de personajes complejos, en la gélida poesía de los escenarios, en el conflicto central de nuestro Zeitgeist. En este contexto, Factbook va un paso más allá de la mera operación de registro -tan postmoderna- de unas patologías. Va más allá de la ironía por la ironía y se propone contribuir al rescate de un humanismo que, desde el presente, sea fiel a sus raíces y se oponga a todo dogmatismo cultural y político, incluyendo el del discurso económico. Y a partir de esto, asumir la actividad poética como síntesis de este proyecto, propugnando la escritura y difusión de obras que reúnan especialización y sentido común con el propósito de recuperar la dignidad humana (Rodríguez Gaona).

En este sentido, es concebible el papel de una literatura de resistencia, unas ficciones capaces de disputar el relato hegemónico del neoliberalismo cultural desde el terreno que le es propio a la narrativa, sin esclerotizarla desde la teoría ni vaciarla de sentido desde lo sentimental o lo espectacular. La encrucijada final de Factbook, entre hundirse en el barro de una sociedad postLogos y sublimarse en la gélida nada de una sobredosis de ironía, puede tal vez salvarse. La árida soflama de Gramsci (“¡Instrúyanse, agítense, organícense!”) no puede ocurrir en el vacío. Una literatura posicionada y valiente como la de Diego (¡Conmuévanse!) es previa e imprescindible, porque, como nos recuerda Alberto Santamaría, en lo que respecta a la cultura, el neoliberalismo ha demostrado en los últimos tiempos un grado de activismo que supera, en mucho, a las formas de entender la cultura que ha desarrollado la izquierda. Gracias, Diego, por la brecha.

* (1)Manual de inteligencia geoestratégica básico editado por la Agencia Central de Inteligencia estadounidense para uso del funcionariado de ese país. Es público y puede consultarse en https://www.cia.gov/library/publications/the-world-factbook/.