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El consentimiento, una violencia innombrable

Portada del libro 'El consentimiento'.

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El jueves 20 de mayo se aprobó en España la ley de protección de la Infancia, una ley tan necesaria que escandaliza el hecho de que hayamos llegado a 2021 con una laxitud tal en los delitos contra menores.

Nos sirve como reflexión sobre este tipo de delitos el libro de Vanessa Springora 'El consentimiento', escrito en primera persona, en el que relata su temprana relación con el escritor Gabriel Matzneff. La autora describe su experiencia en un tono mesurado, sin concesiones a lo escabroso, sin dilatarse en descripciones superfluas. Emplea un estilo sin alardes porque la historia personal debe sobresalir, el fondo no puede quedar velado por la forma.

La autora fue seducida a la edad de catorce años por el escritor Gabriel Matzneff, quien además hizo de esta relación material literario. Ella se llama V. en el libro 'La niña de mis ojos', transformada en un personaje literario que encarna la justificación del abuso de menores. Tras años de terapia y perseguida por la posibilidad de haber sido convertida en coartada para este tipo abusos, ella decide responder de igual manera atrapándole a él en un libro. Él, en justa correspondencia, se llama G. en el libro de ella.

En el mensaje directo emitido en la época, él, el gran escritor, se ha enamorado de la niña y el amor todo lo justifica, todo lo puede, todo lo vence. Pero en el subtexto descubrimos que ella, la sublime, la divina, la niña de los ojos del literato no es el sujeto de esta relación asimétrica y abusiva, no es ni siquiera predicado, si acaso apenas un adjetivo utilizado en la misma frase una y otra vez. No es un sujeto sino un objeto intercambiable que su partenaire hará valer durante un tiempo mientras la alterna con otras niñas y niños de su edad tanto en París como en viajes a Manila, para disfrutar de (utilizando las propias palabras del escritor) “culos frescos” de diez y once años.

Hay seducción y no violencia en esta relación. La violencia siempre es sólida. La seducción es un fluido que impregna toda la relación y que no deja huella aparente. La seducción desarma a la víctima de toda resistencia, da una coartada al abusador que se permite poetizar sobre el abuso, convence a la sociedad de que ese tipo de relaciones no son nocivas, al contrario, todo niño y adolescente debería ser iniciado en la sexualidad por un adulto. En el consentimiento no hay agresión, sino lo que la autora llama “una violencia innombrable” porque no encuentra elemento físico al que anclarse. La devastación es igualmente inevitable.

Consentir es aceptar hacer algo que otro ha decidido, es dejar de ser sujeto para ser el objeto de otros deseos o necesidades. Observamos que lo que conduce al consentimiento es un vacío tácito o explícito. En el caso de la autora, la necesidad de una figura paterna, de reconocimiento y de autoestima. En el caso de los niños de Manila, una necesidad económica. Cada uno consiente por un motivo distinto, satisfaciendo con ello el deseo del pederasta, experto, como buen depredador, en encontrar las grietas de carácter que le permiten obnubilar a su presa.

Esta relación y las muchas que tuvo el escritor con otras niñas y niños, eran conocidas por todo el mundo. Comprendemos leyendo el texto que ella no tenía ni la más mínima opción de escapar, pero, ¿Cuál es la clave que explica esta tolerancia social? Se trata de una sociedad que abraza y difunde el mito de la niña que seduce arteramente al inocente hombre adulto, como en la interpretación torticera que se hace del libro 'Lolita' de Nabokov y que tan magistralmente desvela Lola López Mondéjar en su novela 'Cada noche, cada noche', en la que incluso denuncia a Matzneff: “Ese escritor ruso-francés, ¿lo ha leído? Hace apenas dos años publicó un libro defendiendo abiertamente la pederastia”.

Es especialmente sorprendente el trato que recibe Matzneff por parte de Protección de Menores, quienes advertidos de forma anónima de la relación abusiva que mantiene, le llaman a declarar solo para tratarle en la entrevista con una suavidad servil y cómplice, “no se inquiete señor G., esto no es más que una formalidad”. Aunque en caso de haber sido detenido por abuso de menores aún llevaba un comodín en la cartera: una carta del propio presidente de la República y amigo personal.

Numerosos intelectuales de la época firmaron un manifiesto a favor de la relación de adultos con menores que, ahora se sabe, fue redactado por el propio Gabriel Matznef, también firmante, aunque mantuvo su identidad bajo las siglas G.M. Es el zeitgeist que a Springora le tocó vivir, el espíritu de la época que hace que la propia madre de la niña abusada sea tolerante con el abusador. Impregnada del espíritu de mayo del 68 que mantenía que el sexo era revolucionario y liberador, independientemente de la edad o filiación de sus protagonistas, no es capaz de ver el trauma al que su hija está siendo sometida. El consentimiento no es más que el nombre que se le da al abuso cuando todo un sistema social se ha puesto de acuerdo en que tal hecho es tolerable. Consentir es, como decíamos más arriba, aceptar ser objeto del deseo de otro. Pero dejar de ser sujeto para convertirse en objeto es algo que no sucede sin consecuencias. Otra cosa es que como sociedad ese hecho nos importe más o nos importe menos. En España, ahora, con esta ley, parece que nos importa más.

Existe todo un paradigma social que acepta cierto tipo de comportamientos. Solo cambiando ese paradigma se harán visibles los abusos, las fallas del sistema, pero esto no es fácil y lleva tiempo. Hubo otra niña, Francesca Gee, abusada por Matzneff que de adulta también escribió un libro relatando su experiencia y que fue rechazado por todas las editoriales a las que lo presentó (entre ellas la que publica el libro de Springora). El problema es que se adelantó a su tiempo. La comprensión social hacia este tipo de abuso ha llegado hasta nuestros días. Nada es tan difícil de cambiar como un comportamiento socialmente aceptado. El consentimiento, convertido en fenómeno editorial en Francia, ha puesto un espejo frente a la sociedad francesa obligándola a poner en cuestión ese paradigma. Ya era hora.

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