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La culpa es del teleobjetivo

Varios niños con sus madres y padres en el parque del río Túria en València en el primer día de desconfinamiento para los menores

J. L. Vidal Coy

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Desde el domingo estamos viendo con qué suavidad tratan las autoridades y los medios en general a los tontos muy tontos, por decirlo suave, que aprovecharon las salidas de los niños para hacer lo que dijo Forrest Gump. Pongo solo un ejemplo sacado de una foto publicada por Israel Sánchez en La Opinión de Murcia. ¿Quiénes son más tontos? ¿La pareja tipo feliz con cinco chavales que no tienen la culpa de que sus padres sean así? ¿O el cura con alzacuellos que se suma a la fiesta probablemente para santificarla? Menos mal que seguro que todos tienen el cielo garantizado si la palman por el bicho... pero ¿y los demás?

Las instantáneas son inequívocas, como otras muchas que han circulado y circulan desde el domingo del desbarre que fue ese primer día de salida en el que muchos niños fueron utilizados torticeramente por sus propios padres y madres ––¿o madres y padres?–– para saltase a la torera el alivio de confinamiento, que vino a ser algo así como cuando se usa el alivio de luto para vestir braga roja, tanga morado de encaje, slips naranja o boxer delfinado.

Se vieron imágenes del mismo cariz transgresor, en el peor sentido de la palabra, tomadas en Madrid, o en Barcelona y Valencia ––vaya, vaya, aquí sí hay playa––. Y hasta en esta Murcia tan responsable, cívica y cumplidora de las normas. No llaman a engaño: donde se ve la gente cerca es porque está muy cerca.

Aquí entre nosotros, ha tenido especial repercusión y ha originado algún intenso debate en redes sociales la del capellán mayor de la sacrosanta UCAM protagonizando el autorretraro grupal. Le pueden llamar selfie ––aunque en inglés no sepan decir ni “yes”–– , o serfi, que queda más murciano, como más de aquí y, por tanto, más nuestro, más entrañable, más revelador de nuestra verdadera idiosincrasia y sentir solidario, alegre y extrovertido, pero muy responsable. Hasta para comer pastel de carne. Pero me estoy poniendo en plan pío alcalde y vuelvo al tema.

Aunque nadie se haya preguntado qué hacía allí ese señor de negro sin descendencia conocida. Choca la imagen del capellán del cardenal Mendoza, con su alzacuellos y todo, en plena Gran Vía retratándose con toda una familia como debe ser. Que eso del gaynomio y zarandajas similares no va con esa identidad que glosaba en el párrafo anterior. En este caso, la procesión no iba por dentro sino por fuera y bien a las claras.

Enseguida, hablando de esa y otras fotografías, no ha faltado quien ha estigmatizado subliminalmente, o no tanto, al fotógrafo en cuestión y a otros, achacándole que el uso del teleobjetivo equivale a manipular la imagen. Algún listo muy listo, no todos íbamos a ser como quien Forrest Gump sabía, se ha permitido el lujo de dar una lección de fotografía, elevando el chat de facebook a una clase magistral de deontología de la imagen periodística propia de algún catedrático de Comunicación al uso que pontifica sobre medios, pero no ha pisado ni la calle ni una redacción en su puñetera vida para ganarse el pan con el sudor de su frente, como ordenó su Señor.

Argumentos parecidos, sobre el (mal) uso del objetivo para engañar a las masas lectoras desavisadas han sido oídos en diversas emisoras, con testimonios de muy ofendidos ciudadanos y ciudadanas, quejosos porque los fotógrafos disparan sin mirar y parece que tiran a dar. Como muestra, un botón extraído de lo mucho leído y oído por ahí: (…) vuelvo a insistir en que esas imágenes son del todo engañosas y están corriendo por todos lados excitando las emociones de la gente en un momento delicado. Esas fotografías son un bulo como tantos otros que corren“.

Solo cabe añadir: “Vale, McLuhan!”. O “¡Vale, Bauman!”, que queda así como más moderno. Ahorro al lector las disquisiciones sin cuento sobre el mal uso de los teleobjetivos y el buen hacer que tiene el 50mm, porque a nadie le he oído o leído añorar el querido 35mm de los que fueron grandes de verdad. Entre otras especies reseñables me chocaron mucho las de dos ex consejeros de Cultura, ahora en el mismo barco tertuliano, quienes también parecen ser o haber sido, solos o en compañía de otros, expertísimos retratistas. Foteros, vamos, como los que se curran las calles, el sol abrasador y la lluvia, el polvo, las malas iluminaciones interiores, los empujones de la madera y algunas cosas más que solo ellos pueden contar.

Son esas disquisiciones, decía, superfluas, autojustificativas, pérdidas de tiempo sin sentido, porque las fotos están ahí publicadas y bien publicadas, sin trampa ni cartón. Por mucho que algunos listos de siempre y otros que pretenden escurrir sus errores le echen la culpa al teleobjetivo… y al fotógrafo que lo usa. Vale.

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