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La debacle (una vez más) de la izquierda

No hay excusas y no se puede ceder ni un milímetro a la indulgencia: si la izquierda no ha conseguido ganar a López Miras después de la legislatura más demencial y mediocre de toda la historia de la Región de Murcia, es que su problema ya no pasa por un “periodo de reflexión” y complaciente autocrítica, sino por la refundación. Podemos cumplió con su techo de dos escaños, pero el PSOE ha fracasado sin paliativos. Por su parte, la opción más ilusionante de la izquierda –la de Más Región encabezada por Helena Vidal- no ha tenido los mismos altavoces que otros partidos. Con los escasos medios que tenía, demasiado ha conseguido.

El problema del PSOE no es de ahora, aunque sí que parece agudizarse conforme pasan los años. En sus filas hay gente inteligente, solvente y con tirón entre los ciudadanos. Pero, por mor de una pulsión autodestructiva que consume a este partido, siempre que alguien destaca en el socialismo murciano es de inmediato depurado. El repliegue al aparato debe ser absoluto, sin matices, y los pensadores han de convertirse en soldados grises para no ser cortados de raíz. A poco que alguien demuestre un mínimo de criterio propio y exponga y desarrolle ideas que, por buenas, desbordan la letra del catecismo oficial, es tachado de “incómodo” y, por tanto, de peligro para la estructura de poder. Nada más hay que ver el ejemplo todavía caliente de las elecciones del domingo: todos cuantos habían destacado durante la última legislatura y que tenían mayor llegada entre la ciudadanía no han pasado el filtro del “militante obediente”. Los brillantes del PSOE estaban en sus casas, y los pocos buenos que jugaban el partido tenían un equipo tan deficiente alrededor que terminaron por ser engullidos por la mediocridad.

Durante los últimos meses he hablado con numerosos militantes y cargos del PSOE que no dudaron en quejarse –melancólicos- de su candidato, Pepe Vélez. Yo, atónito ante esa confesión, les preguntaba a reglón seguido: “¿Y por qué lo habéis votado?”. Y ellos se encogían de hombros sin saber esgrimir un argumento mínimamente defendible. Es evidente que el PSRM necesita con celeridad un cambio de líder. Porque no me vale aquello de que, en la Región de Murcia, da lo mismo el candidato que presente la izquierda, puesto que el determinismo ideológico de la sociedad lo triturará. El ejemplo de Diego Conesa es incontestable en ese sentido: ganó las elecciones de 2019 con un perfil que sedujo a una parte mayoritaria de la población. La validez o no del candidato elegido se traduce en un margen de mejora o de empeoramiento nada desdeñable. Y, como se demostró el pasado domingo –con números, y no con opiniones-, el perfil de Vélez ha restado en lugar de sumar.

Pero no nos equivoquemos: la viabilidad del PSRM a medio plazo no pasa exclusivamente por sustituir a su secretario general, sino porque, de una vez por todas, se genere un marco de convivencia en el que quepan todas las voces sin miedo a que las más críticas o con criterios diferentes sean víctimas de una inmediata caza de brujas. Además, el PSRM no puede convertirse en una versión descafeinada del discurso del PP. Si tiene temor de mostrarse como un partido abiertamente feminista, que protege el Mar Menor contra el imperio de los nitratos y combate el cambio climático con todas las armas a su alcance, mejor que ni se presente. El problema del actual PSRM es que es una proyección del mismo conservadurismo rancio que supuestamente pretende combatir. Y, claro, puestos a elegir entre el conservadurismo original o el descontextualizado, la gente elige el primero.

El fracaso de la izquierda nos condena a gobiernos en coalición con Vox. EL peso de la ultraderecha se ha duplicado en la Asamblea y en los ayuntamientos. Produce escalofríos pensar que la diferencia de votos entre el PSRM y VOX, en la Región de Murcia, es de unos 50.000. Pero más pasmo provoca el asumir que, en términos efectivos, la única alternativa real al PP en esta comunidad autónoma es la ultraderecha. O la izquierda se reconstruye de una manera decidida, consciente y sincera, o en esta deriva tenemos a la Falange en cuatro años en la Asamblea Regional.   

No hay excusas y no se puede ceder ni un milímetro a la indulgencia: si la izquierda no ha conseguido ganar a López Miras después de la legislatura más demencial y mediocre de toda la historia de la Región de Murcia, es que su problema ya no pasa por un “periodo de reflexión” y complaciente autocrítica, sino por la refundación. Podemos cumplió con su techo de dos escaños, pero el PSOE ha fracasado sin paliativos. Por su parte, la opción más ilusionante de la izquierda –la de Más Región encabezada por Helena Vidal- no ha tenido los mismos altavoces que otros partidos. Con los escasos medios que tenía, demasiado ha conseguido.

El problema del PSOE no es de ahora, aunque sí que parece agudizarse conforme pasan los años. En sus filas hay gente inteligente, solvente y con tirón entre los ciudadanos. Pero, por mor de una pulsión autodestructiva que consume a este partido, siempre que alguien destaca en el socialismo murciano es de inmediato depurado. El repliegue al aparato debe ser absoluto, sin matices, y los pensadores han de convertirse en soldados grises para no ser cortados de raíz. A poco que alguien demuestre un mínimo de criterio propio y exponga y desarrolle ideas que, por buenas, desbordan la letra del catecismo oficial, es tachado de “incómodo” y, por tanto, de peligro para la estructura de poder. Nada más hay que ver el ejemplo todavía caliente de las elecciones del domingo: todos cuantos habían destacado durante la última legislatura y que tenían mayor llegada entre la ciudadanía no han pasado el filtro del “militante obediente”. Los brillantes del PSOE estaban en sus casas, y los pocos buenos que jugaban el partido tenían un equipo tan deficiente alrededor que terminaron por ser engullidos por la mediocridad.