Como cada martes, el silencio que elijo cultivar en mi casa se ve agredido por el ruido demencial que produce un soplador de hojas de los equipos de limpieza urbana del ayuntamiento. Trato de desayunar en paz, pues el escándalo y la vibración irrumpen desde bien temprano por la mañana, pero acabo con el gesto torcido y el corazón acelerado. Irritado, no puedo evitar preguntarme cómo es posible que se hayan institucionalizado estos aparatos, a pesar de que estoy seguro de que superan con mucho los umbrales permitidos de decibelios. Luego pienso en que vivo en una sociedad que ensalza el ruido y que este campa a sus anchas por todos sus rincones. No hay más que ver la forma en que muchos jóvenes y no tan jóvenes usan la libertad personal para embestir los espacios de los demás con el ruido que emiten los motores o los altavoces de sus vehículos.
Y nadie hace nada al respecto.
Se percibe hasta en la forma en la que muchos hablan, a puro grito de día y de noche, por la calle. O en los conciertos que se organizan con tanta frecuencia al aire libre en nuestra ciudad, tanto en el centro como en los alrededores, y que lanzan sus estertores a los cuatro vientos sin importar las quejas de los vecinos.
El ruido como celebración de la vida, parecen vociferar todos los pueblos al concluir sus fiestas.
Del mismo modo que nos hemos acostumbrado a vivir bajo un domo iluminado las veinticuatro horas del día que impide ver las estrellas y los abismos que nos rodean, nos hemos ido habituando a un telón de ruido que penetra incluso en la intimidad de nuestros hogares y nos aleja del silencio, tan necesario para la salud mental, física y espiritual.
Recuerdo asistir el año pasado, creo que era a finales de junio, a una visita guiada al museo de Las Claras, el cual es parte de un monasterio donde residen monjas de clausura. El chico que nos guiaba por las salas del museo tuvo que dejar de hablar en varias ocasiones, también con el gesto torcido, a causa del estruendo que arremetía desde el patio interior del recinto, donde según nos contó, el ayuntamiento había organizado un “espectáculo” para anunciar el comienzo de las celebraciones por el 1200 aniversario de la fundación de la ciudad. Atónito, al abandonar el museo y acceder al patio interior, vi cómo el alcalde y demás autoridades desfilaban orgullosos bajo una cacofonía de música techno a todo volumen. Una rave organizada en un lugar de recogimiento y contemplación. Al día siguiente, aún atónito, busqué en los distintos medios locales sin encontrar queja alguna al respecto.
En la mayoría de los casos, se celebraba la puesta de largo de esa noche, así como la extensa programación de actos para el año del aniversario.
2025.
Murcia Ruido.