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Eras un profesor interino

Eras el maestro de Sociales, como suelen decir los alumnos. Llevabas apenas dos semanas trabajando en el centro. Y todo el curso, de un instituto a otro de Barcelona, donde te mandara la Consejería de Educación, o como se diga allá en Cataluña, sustituyendo a otros compañeros que estaban de baja. Maldiciendo cada mañana los recortes de plantilla, el aumento de las horas lectivas de los profesores que casi te habían dejado en el paro.

Pero, seguramente, necesitabas trabajar para poder pagar una hipoteca o alimentar una familia, así que no te quejabas. Hacías tu trabajo lo mejor posible, sabiendo que tu estancia en cada centro era temporal, que pronto marcharías a otro sitio, a empezar de nuevo, para caer pronto en el olvido. Tu cara nunca aparecía en ninguna orla de final de curso.

Y no hay nada peor que trabajar en educación sabiendo que tu tarea tiene fecha de caducidad. Los alumnos lo saben y te miran con otros ojos, intuyen que con el interino no se van a jugar los cuartos. Así que tienes que aguantar sus desaires, sus mofas y sus desplantes.

Tus compañeros ya tienen sus dinámicas funcionando a toda máquina, sus relaciones sociales plenamente consolidadas, te sientes como un foráneo al que apenas se presta atención. Eres un sustituto del que nadie retiene su nombre.

A pesar de todo, tratas de hacer tu trabajo lo mejor que puedes, como un profesional que eres, aunque te sientas vacío. Por eso, cuando oíste ruido saliste al pasillo a ver qué pasaba, te implicaste para ayudar a un compañero. Y encontraste la muerte. Maldita la forma de quedar en el recuerdo. Hoy los focos apuntan al alumno que te mató y a su brote psicótico, pero yo me he acordado de ti.

Eras el maestro de Sociales, como suelen decir los alumnos. Llevabas apenas dos semanas trabajando en el centro. Y todo el curso, de un instituto a otro de Barcelona, donde te mandara la Consejería de Educación, o como se diga allá en Cataluña, sustituyendo a otros compañeros que estaban de baja. Maldiciendo cada mañana los recortes de plantilla, el aumento de las horas lectivas de los profesores que casi te habían dejado en el paro.

Pero, seguramente, necesitabas trabajar para poder pagar una hipoteca o alimentar una familia, así que no te quejabas. Hacías tu trabajo lo mejor posible, sabiendo que tu estancia en cada centro era temporal, que pronto marcharías a otro sitio, a empezar de nuevo, para caer pronto en el olvido. Tu cara nunca aparecía en ninguna orla de final de curso.