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Cuatro claves para entender la indignación contra Rosell

El presidente de la la patronal española, Joan Rosell.

N. Elia

El trabajo fijo y seguro es un concepto del siglo pasado, el futuro está en ganarse el trabajo todos los días”. El presidente de la CEOE, Joan Rosell, está en lo cierto. Ya se pueden rasgar las vestiduras los líderes sindicales, o incendiarse contra él las redes sociales, que la realidad está más cerca de sus palabras que de otra cosa. Entre la crisis, el paro, la reforma laboral del PP y los recortes en materias sociales, el trabajo fijo y seguro se ha vuelto una especie de quimera. Quienes lo tuvieron y lo han perdido, saben que no volverán a encontrarlo. Quienes aún lo conservan, pagan por ello un elevado precio del que nadie habla. Y la generación a punto de entrar en el mercado laboral ni siquiera aspira a ello, es algo “viejuno” que no formará parte de sus vidas.

Se acabó lo que se daba

Se acabó lo que se dabaMario tiene 50 años y acaban de despedirlo de la empresa para la que ha trabajado desde los 21. Es abogado especializado en derecho foral. “Recuerdo que cuando entré en la empresa pensé: ya está, ya he superado otra etapa, ya tengo trabajo. Los de mi generación hemos subido en edad superando etapas, estudiar, encontrar trabajo, emanciparse… eran etapas estandarizadas, todos pasábamos por ellas tarde o temprano. Cuando te cogían en una empresa, ya tenías trabajo. Hasta hace unos años, yo no sabía qué era la presión de poder perder el empleo”. Mario acaba de apuntarse este mes al paro. Y contempla con cierta angustia el panorama oscuro que le espera. “He vivido de acuerdo con unos esquemas laborales que ya no existen”, lamenta, y ahora “me preparo para afrontar una realidad con la que no contaba. Tengo que acoplar mi vida a lo que hay, se acabó lo que se daba”. Su idea es dedicar un tiempo a estudiar y presentarse a alguna oposición. “Lo único relativamente seguro que hay ahora es ser funcionario”, lamenta.

“¿Las palabras de Rosell? Son realistas. Pero eso no significa que me hagan puñetera gracia. Son como la bofetada en plena cara con la que te despiertan al mundo real para decirte, pringao, llevas toda la vida dejándote la piel en el trabajo y pensabas que era para siempre…” Mario deja la frase sin terminar y niega con la cabeza. Lo siguiente que pronuncia es un exabrupto.

Trabajo fijo, sin cobrar

Trabajo fijo, sin cobrar“Tengo trabajo fijo y seguro. Tan seguro como que tengo que pagar la hipoteca con la que compramos el local. Con suerte, en tres años habremos saldado la deuda. Tal vez entonces pueda empezar a cobrar un sueldo. Porque lo que es fijo en mi trabajo es que no tengo ingresos”. Inma (Pamplona, 1974) lleva casi tres años trabajando de 7 a cuatro y media de la tarde, de lunes a viernes, sin cobrar. En 2005, junto con otras dos socias, crearon una guardería privada con la intención de encontrar una salida laboral a su vocación (las tres son licenciadas en Pedagogía). Se hipotecaron hasta el cuello, avalando con sus respectivos domicilios familiares la deuda que contrajeron con el banco. Comenzaron su actividad en 2005. Y los dos primeros años fueron buenos. “Cobrábamos 1.000 euros netos cada una”, recuerda Inma, “llegamos incluso a contratar a dos profesionales para dar una mejor atención a los niños”.

Pero en 2007 todo cambió. Las listas de espera para entrar en su guardería se convirtieron en plazas libres. Muchos padres estaban en paro y cuidaban en casa de sus hijos. Y muchos otros tiraban de abuelos para no tener que pagar la cuota de la guardería. Despidieron a las dos cuidadoras, redujeron las cuotas que cobraban todo lo posible, hicieron campañas low cost de promoción de la guardería, bajaron sus sueldos a la mitad. Pero los números seguían sin cuadrar. Hasta que llegó un mes en el que los ingresos del negocio apenas sí llegaban para pagar los gastos generales y la letra de la hipoteca. Y hubo que replantearse las cosas.

Negociaron con el banco durante meses. Daba igual. O pagaban puntualmente la letra, o el banco se quedaba con el local. Así que desde entonces, y ya va casi para tres años, las tres trabajan sin cobrar. Trabajo fijo, sí, pero sin sueldo.

“¿Qué opino de Rosell? Mejor no lo digo. Llevo tres años trabajando para que el banco no me quite el puesto de trabajo que me creé, para que no me embargue el piso y se quede también con la guardería. Soy una esclava de este sistema que nos roba. Esclavismo del siglo XXI. No aguanto que encima venga este tío a presumir de lo que han hecho y a reclamarnos más. Que le den”.

Trabajo seguro. Salud precaria.

Trabajo seguro. Salud precaria.Iñaki (Pamplona, 1978) tuvo a su segunda hija hace un año. Poder cogerla en brazos o jugar con ella en el suelo le ha costado la friolera de 18.000 euros. Un dineral pagado de su bolsillo para que un médico privado le operase de la lesión de espalda que le ha provocado su trabajo fijo en una de las grandes fábricas de Navarra. La empresa llevaba años dándole largas con pruebas médicas, exámenes y revisiones, pero sin hacerse cargo de la lesión ni de su rehabilitación. “Nadie quiere hablar de esto, hay miedo a las represalias. Para tener el trabajo asegurado hay que tragar con todo. Porque las grandes empresas sólo quieren aparecer como contratadores modélicos, pero es todo mentira. Les da igual tu salud, les da igual tu vida. Sólo piensan en sus números”, denuncia este joven. A pesar de que cuenta con informes médicos, privados, que acreditan que el origen de su lesión es laboral, en la empresa no le han cambiado de puesto. Y cuenta que tiene amigos que le consideran un afortunado por tener trabajo seguro en la fábrica. “Pero lo que no ve la gente es el precio real que se paga por ese puesto de trabajo que, además, de fijo, nada. En cuanto no les salgan los números te despiden. Y si has tenido problemas de salud, que han sido por su culpa, te despiden el primero”, señala.

Las palabras de Rosell sobre el trabajo fijo le llenan de indignación. “Este tío es un jetas, uno más de los que viven como Dios a costa de todos nosotros. A todos esos les ponía yo un mes a trabajar en mi puesto, a ver cómo se les quedaba el cuerpo. Son unos hipócritas, y éste el primero”.

Ganarse el puesto cada día, desde los 16

Ganarse el puesto cada día, desde los 16“Lo de que hay que ganarse el puesto de trabajo cada día, llevo toda la vida oyéndolo. Y toda la vida poniéndolo en práctica. Pero es una trampa. Por muy buen profesional que seas, nunca te terminas de ganar el puesto”. Gonzalo (Pamplona, 1972) acumula 27 años de experiencia como soldador. Aprendió el oficio en un pequeño taller de carpintería metálica al que entró como aprendiz cuando tenía 16 años. Tuvo un jefe estricto y exigente que repetía lo de ganarse el puesto cada día. Jornadas de 11 horas y muchos sábados trabajados.

Hace unos años, la normativa de Formación Profesional le ofreció la posibilidad de homologar su experiencia en el taller con un título académico. A las horas de curro sumó los desplazamientos de Pamplona a Alsasua y las horas de clase para poder aprobar las pruebas. Hay que ganarse el puesto cada día, se recordaba una y otra vez. Pero, cuando pensaba que ya se lo había ganado después de 25 años de esfuerzo, el taller en el que trabajaba cerró. Se apuntó al INEM por primera vez en su vida con 41 años. Desde entonces, ha trabajado en cuatro empresas distintas y en todas ha entrado a través de ETT’s. “Te contratan cuando les sube la carga de trabajo, luego te despiden y a los 15 días te llaman otra vez porque se les acumulan los encargos. Y, en cuanto descienden los pedidos, otra vez a la calle”. A él le llaman de las mismas empresas porque saca bien el trabajo. “A los chavales que son más nuevos, ni siquiera les llaman para repetir. Siempre te están diciendo que en cuanto puedan te hacen contrato, que trabajas bien, que ellos quisieran que te quedaras… Al principio me lo creía. Pero luego ves que les sale mucho más barato contratarte y despedirte según sus necesidades. Este es el puesto que hay que ganarse cada día: con suerte, te vuelven a llamar”, resume.

“¿Qué opino de Rosell? Es la constatación de la mentira en la que nos han hecho vivir. Yo me he currado mi puesto de trabajo todos los días desde que era un crío. Y no me ha servido de nada. ¿Ahora viene este tío a darme lecciones de cómo hay que currar? Es como si me insultara, como si me estuviera diciendo que aún no he hecho el suficiente esfuerzo, como si él decide quién se merece y quién no un puesto de trabajo. Es un sinvergüenza”.

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