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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Cuba se queda sin enemigo externo

John Kerry durante su intervención en la reapertura de la embajada de Estados Unidos en La Habana. | EFE

Alejandro Sanz Láriz

Cuando Barack Obama salió elegido en su primer mandato, una brisa de esperanza recorrió el mundo, un sentimiento generalizado de que las cosas mejorarían, un optimismo que muchos compartimos, quizá porque casi nadie podía leer en los cielos otro signo favorable.

Una de las pocas voces discordantes fue, entonces, la de Vladimir Putin. Recuerdo perfectamente las palabras del premier ruso: “Las grandes expectativas siempre trajeron grandes decepciones”. Con el tiempo y la perspectiva de casi dos mandatos no puedo sino dar la razón a aquella desalentadora profecía. Supongo que, si por algo se recordará a Obama, será por neutralizar -como diría un marine- a Osama Bin Laden, aunque pruebas absolutamente tangibles de aquella acción jamás las hemos visto. Solo nos queda la foto de aquel general tecleando con furia un ordenador portátil mientras un grupo de elegidos pone cara de circunstancias con la mirada puesta en la pantalla. Lo demás, apenas una operación bastante chapucera en la que se perdió un helicóptero y unas consecuencias muy decepcionantes que no han hecho sino reafirmar la amenaza del radicalismo.

Pero sí hay un hecho verdaderamente destacable a lo largo de estos dos mandatos y ocurrió el pasado sábado con el izado de la enseña de las barras y estrellas y la reapertura de la embajada en La Habana cincuenta y cuatro años después de que se clausurara. Washington se ha tomado muy en serio este acto y lo ha puesto en escena con una emocionante solemnidad: los tres marines que izaron la bandera la recibieron de manos de los tres veteranos que en su día la arriaron. La política es un juego de gestos, quizá incluso la vida misma sea un juego de gestos y para mí, todos estos gestos lo que simbolizan es el anticipado entierro del castrismo.

Los años han demostrado que la política norteamericana del embargo ha sido un completo fracaso, que no ha conseguido modificar ni un ápice la férrea determinación de la isla. Pero también han demostrado que la política de resistencia cubana ha sido otro doloroso fracaso, ya que no ha conseguido sino empobrecer a la población hasta los últimos límites de la supervivencia. La factura de ambas políticas no la han pagado ni los dirigentes norteamericanos, ni tampoco la élite dominante cubana; la factura, como siempre, la han pagado los ciudadanos.

Por suerte, este camino iniciado con el intercambio de saludos entre Barack Obama y Raúl Castro en la cumbre de países americanos y apuntalado después con el anuncio de la próxima visita a la isla del Papa Francisco ha desembocado felizmente el pasado sábado con la recepción del secretario de estado, John Kerry, y la reapertura de la embajada.

Decía que Obama ha sabido rectificar esta desastrosa política que superaba ya más de medio sigo y lo ha hecho con una fuerte oposición en su país, aunque no está del todo claro qué sucederá con el embargo americano ni con la libertad de expresión en la isla. Ahora bien, sí creo que todos estos cambios estratégicos en las dos direcciones supondrán el fin del castrismo y me explico. Dice Fidel -con mucha gracia- que han anunciado tantas veces su muerte que el día en que se muera nadie se lo va a creer. Pero lo cierto es que el régimen ha renunciado a algo casi tan importante como su líder: el enemigo externo. No estaría mal, por cierto, conocer la opinión de Evo Morales y de Nicolás Maduro sobre este intercambio de palmaditas en la espalda con Kerry.

La teoría del enemigo externo es un referente imprescindible para cualquier régimen encerrado en sí mismo. Franco aludía al famoso contubernio judeo-masónico, Videla forzó la guerra de Malvinas para aglutinar a su pueblo frente a los ingleses, incluso el hijo de Gadaffi acusó del desmoronamiento del régimen libio a un desquiciante “complot terrorista extranjero organizado a través de Facebook”. Cuba, por su parte, tenía al imperialismo yanqui. Pero ya no lo tiene; ha renunciado a él, y sin un enemigo externo el régimen no puede durar. Bueno, tampoco quiero dármelas de visionario; Fidel acaba de cumplir 89 años y aunque parezca inmortal, cabe en lo posible suponer que quizá no lo sea. Y Raúl no tiene su talla política. Igual que sin Franco no hubo franquismo, sin Mussolini no hubo fascismo, sin Fidel no habrá castrismo.

Admito que Cuba siempre ha ejercido una enorme fascinación sobre mí, pero no son pocos los españoles que la comparten. En mi adolescencia escuché una vieja y confusa historia familiar sobre un sobrino de mi abuela que escapó desde Santurce por una culpa nunca revelada y huyó a la isla, donde fue acogido por otra rama familiar que regentaba una fábrica de tasajo. También, un amigo de mi padre contaba que la primera vez que desembarcó en La Habana, le invitaron a una fiesta en una mansión cuyos salones de baile tenían el suelo de nácar. Todas estas historias encenderían la imaginación de cualquiera.

Pudiera llegar el día en que el pueblo cubano se reconcilie consigo mismo y recupere todas sus libertades. Quizá incluso los norteamericanos se ocupen de sus propios asuntos y dejen de meter las narices en la vida política de los demás países. Quizá el fantasma de Meyer Lansky vuelva a trucar las ruletas del Sevilla Biltmore. Quizá las jineteras ya no necesiten bajar al Malecón para alquilar su juventud perdida a los turistas. Quizá Fidel haga una última excursión a Sierra Maestra y entre las nubes vislumbre al Ché agitando la boina. Quizá Hemingway, desde el purgatorio, nos dedique un brindis con su penúltimo mojito. Quizá incluso volvamos a bailar en salones de suelo nacarado… pero hoy no es ese día.

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