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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Sí se puede (y se debe)

Los diputados de Podemos Cantabria antes de disolver el grupo parlamentario. | ARCHIVO

Javier Merino

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Hace cuatro años, un nuevo partido irrumpió en la política española y cántabra. En la estela de las asambleas del 15-M y de las mareas que en esos días recorrían España clamando contra los recortes, Podemos formulaba una enmienda a la totalidad a las prácticas de los partidos existentes, y condenaba a sus dirigentes inscribiéndolos en una genérica casta plagada de malos hábitos y corrupción, y culpándolos, en pocas palabras, de haber secuestrado la democracia a su verdadero soberano: el pueblo.

La nueva formación política recogió y amplió la ilusión de muchos ciudadanos que contemplaron la posibilidad de que realmente sí se podían cambiar las cosas. Cuatro años después, los representantes obtenidos por Podemos en las elecciones de 2015 en Cantabria han roto el grupo parlamentario, han protagonizado episodios vergonzosos, han difundido grabaciones que ofenden al oyente, han privado a los miles de cántabros que depositaron su confianza en ellos de representación y han convertido la política en algo antitético de lo que con cierta arrogancia predicaron y prometieron. A día de hoy, ninguno de los parlamentarios, ni la gestora que ha sido nombrada por la dirección de Madrid para conducir el partido en los próximos meses, ni la propia dirección nacional han pedido disculpas a la ciudadanía por el espectáculo y, lo que es mucho más importante, siguen sin dar una explicación medianamente sensata y democrática sobre cómo pudo pasarles esto. La petición no es baladí; tiene que ver con las consecuencias que implica para la vida pública y para la calidad democrática la irresponsabilidad y el desprecio de la ciudadanía. Porque no estamos solo ante un comportamiento individual censurable, que también, pero no es eso lo fundamental. Lo verdaderamente trascendente es que una organización se muestra incapaz de evitar que sus representantes malgasten el dinero público y sean incapaces de cumplir la obligación que han contraído con la ciudadanía que depositó su confianza en ellos. Y es una organización que se presentó como la alternativa al mal funcionamiento de los partidos y las instituciones, y que venía a implantar nuevas prácticas, supuestamente democráticas y ejemplares.

Es cierto que Podemos aportó un aire fresco muy saludable a la vida pública española, y que algunas de las mejoras que se han conseguido y de las que nos beneficiamos muchos se deben en buena medida a su presencia. Pero no es menos cierto que se aprovechó el malestar provocado por la crisis para emitir un discurso falaz, engañoso, maniqueo, que hablaba de gente y de casta, de buenos y de malos, para olvidarlo una vez que los propios entraron en las instituciones. No había derechas ni izquierdas, pero poco después volvieron a aparecer, cuando convino a los intereses del partido. Se despreció a la izquierda tradicional, se les conminó a retirarse con sus banderas y sus proclamas, a que no molestaran, para pocos meses después coaligarse con ellos porque “había que tener altura de miras”. Todo tenía que ser nuevo, lo viejo sobraba, y con ello se despreció la dedicación, la militancia, el esfuerzo de tantos y tantos que durante el franquismo y después entendieron que hacer política implicaba un sacrificio personal para el bien colectivo.

Sabemos que el argumento para no afrontar nunca la responsabilidad propia es el viejo recurso al enemigo principal: con lo mala que es la derecha parece mentira que nos dediquemos a criticarnos entre los de izquierdas. Pero algunos seguimos pensando precisamente que hay que denunciar lo inadmisible porque no somos iguales, que la izquierda no puede permitirse los lujos que a veces se permite la derecha, que la corrupción y la estafa no tiene cabida en nuestras filas. Seguimos esperando la autocrítica por los resultados en Andalucía, tantas veces anunciada y siempre desmentida por la atribución de culpas a todos menos a uno mismo. No debería pasar lo mismo con la situación en Cantabria, aunque está pasando. Si una fuerza de izquierdas es incapaz de explicar a la ciudadanía, a los que la votaron y a los que no, cómo ha podido ocurrir lo que ha ocurrido en esta legislatura, es muy difícil que se vuelva a confiar en ella. Porque si algo debe caracterizar a la izquierda es la honestidad de sus planteamientos y de su actuación. Y ello incluye el reconocimiento de los errores, sobre todo si son tan flagrantes como los que nos ocupan. No puede ser ajeno el desarrollo de los acontecimientos a la acuñación de un discurso engañoso, oportunista y poco consistente. Necesitamos saber si sigue vigente el discurso de la gente y de la casta. Si es así, ¿qué son los parlamentarios de Podemos en Cantabria? Y si ya no vale, ¿cuándo y por qué dejó de explicar la relación entre políticos y el común de los ciudadanos? Necesitamos garantías de que esto no pasará en la izquierda nunca más. Porque cuando la izquierda defrauda aparecen en el horizonte los peores monstruos. Ahí está Vox para atestiguarlo.

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