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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Agur eta kitto?

ETA asume no haber logrado sus objetivos y vuelve a clasificar a las víctimas

Pablo García de Vicuña

Es de suponer que ante la atención mediática de la última semana a la disolución de la banda terrorista ETA, miles de hogares vascos habrán entablado un diálogo en torno a este tema. Probablemente, en la mayoría de ellos la conversación habrá girado sobre preguntas elementales que se hacen los adolescentes acerca de un hecho supuestamente transcendente, pero desconocido por la mayoría. Así parece certificarlo un estudio de la Universidad de Deusto, del pasado año, organizado por el Gobierno Vasco y que concluía con la preocupante cifra de que el 47 % de la juventud universitaria vasca desconocía hechos como el atentado de Hipercor en Barcelona o la bomba contra la T4 de Barajas y no reconocía a personas como Miguel Ángel Blanco, Ernest Lluch o Santiago Brouard, por citar distintos ejemplos. (¿Dónde estábamos los y las educadores vascas en esos años?)

Continuando con esa conversación, en la mitad de esos hogares y ante las inocentes preguntas recibidas, madres y padres se habrán sorprendido de que en la escuela o instituto no les hayan hablado de ello aún. Aparecerán entonces dos posibles actuaciones. Algunos/as, molestos/as por tener que iniciar una exposición dura que intuyen hacia dónde les puede llevar, optarán por desviar la atención y devolverán la cuestión a la casilla de salida, la escuela. “¿Pero es que nadie te ha hablado aún de ´esto´? ¿Y qué esperan, que lo hagamos nosotros/as?”

Otros/as –posiblemente menos- ensombreciendo su rostro, abandonarán lo que estén haciendo, se sentarán frente a los/as jóvenes e iniciarán un recorrido oscuro por su memoria, que les llevará a reabrir una cascada de recuerdos y sentimientos que creían a buen recaudo. Les tomarán sus manos y les indicarán que van a conocer episodios de la vida de sus padres que nunca pensaron vivir y buscarán la forma de hacérselo entender sin que sufran lo que ellos/as entonces padecieron.

Educar es una tarea tan difícil como compleja, tan atractiva como necesaria. ¿Por qué en ocasiones los profesionales abdicamos de ella? ¿Está(ba) el profesorado vasco preparado para responder a preguntas como ¿de qué forma educamos y aprendemos a convivir? ¿cómo afrontamos los conflictos? ¿Qué orientación debe tener la educación, reproductora o transformadora?

Xesús R. Jares en 'Educar para la paz en momentos difíciles' (Bakeaz, 2004) concluye que las respuestas nos llevan a tomar posiciones diferentes, en tanto en cuanto existen modelos de convivencia y de educación. Y elige -como más acertada- la respuesta de la pedagogía crítica. Para ello, recuerda a Paulo Freire cuando decía que era ésta la única capaz de superar la realidad injusta. Hay que defender –decía el maestro brasileño- una práctica docente en la que la enseñanza rigurosa de los contenidos nunca se haga de forma fría, mecánica y falsamente neutra“ (Pedagogía de la indignación. Morata, 2001).

Y esta respuesta nos lleva a otra pregunta ¿Hemos sido, el profesorado, totalmente neutro en la violencia ejercida por ETA contra la sociedad vasca? Seguramente una mayoría se decantará por un rápido sí, en la creencia de que esa neutralidad para dedicarnos a nuestras propias materias de aprendizaje nos daba la cobertura necesaria ante la sociedad. Es lo que se espera(ba) de nosotros/as: ser personas profesionales, preparadas para dar respuesta a la formación integral (¡Ay!) de nuestro alumnado.

Pero habrá también un porcentaje –no homogéneo- de profesorado que se sienta no neutral ante la violencia. La mayoría de este grupo habrá estado obligado a justificar la barbarie de esa época en coincidencia con el pensamiento político de quienes empuñaban las armas. Se sentirán parte de ese pueblo oprimido por otro conquistador que les niega permanentemente su libertad; habrán aplaudido la ira y el dolor de las víctimas como señal inequívoca de debilidad del anteriormente fuerte; no habrán aceptado nunca que la imposición de la violencia sobre los seres humanos no puede ser el medio para conseguir cualquier reivindicación política; olvidarán que una sola vida humana vale más que la posible independencia de todo un pueblo.

Ahora, incluso, cuando las siglas de la banda terrorista quedan relegadas a los libros de historia y desaparecen paulatinamente de los titulares de prensa, este profesorado no neutral se sentirá reconfortado con este párrafo de editorial (Gara, 4 mayo 2018): “Una de las cuestiones más importantes en estos momentos es saber quiénes han dado lo mejor de si mismos y asumido su responsabilidad con todas sus consecuencias y quiénes viviendo instalados en el pasado son deshonestos respecto al presente y dañan las perspectivas de futuro”. Para algunos/as –a los que hay que añadir los autores de las pintadas 'Eskerrik asko, ETA'- cuarenta años de sufrimiento de la sociedad vasca han merecido la pena.

Pero no sería justo ignorar a ese reducido grupo de docentes, comprometido con su profesión en el estricto sentido del término, que fue capaz de contravenir la norma sugerida del silencio cómplice para gritar desde la solidaridad humana el horror que se estaba cometiendo, de apoyar a las víctimas y de protestar contra la violencia política. Y esa protesta la llevaron a las aulas para el debate y a las calles para publicitar su protesta.

Es obligado mencionar a ese reducto pequeño de profesorado no neutral, silencioso, casi silenciado, que ha luchado contra viento y marea escenificando su intolerancia frente a la barbarie; que ha explicado que la conculcación de derechos humanos también aquí se daba, en la propia CAPV y no solo en Palestina, Ruanda o Nicaragua. Han conocido en el mejor de los casos, la indiferencia de sus compañeros/as, cuando no el estigma público por estar siendo políticamente incorrectos con el sentir general. No eran muchos/as, pero sembraron la semilla de la duda, despertaron conciencias, ayudaron a sublevarse contra ciertos miedos paralizantes.

En ese ánimo, mi agradecimiento a la ingente labor pedagógica, convivencial, que asociaciones privadas (Bakeaz, Gesto por la Paz, Unesco Etxea), organismos docentes (Centro de Ética Aplicada de la Universidad de Deusto) y especialmente personas altruistas (Josu Ugarte, Xabier Etxeberria, Maixabel Lasa, Martín Alonso, Galo Bilbao, Ricardo Arana, Txema Urkijo, Imanol Zubero, Jesús Prieto entre otros muchos) han realizado para reclamar un profesorado defensor de los derechos humanos e intolerante ante la violencia.

Un estudio de campo, ya clásico, realizado por la investigadora Susana Fernández Sola (Actitudes y comportamientos hacia la Educación para la Paz en Euskadi. Bakeaz, 2004) en 2002 entre la comunidad educativa vasca (alumnado y familias y profesorado no universitario vasco) y promovido por la Dirección de Derechos Humanos del Gobierno Vasco, arrojó datos escalofriantes: del 55 % del profesorado que trataría temas de educación para la paz, sólo el 4 % habría llevado la violencia de ETA a las aulas. Era preferible la inhibición a generarse problemas de relación en el centro; era mejor ignorar el sufrimiento de las víctimas; era mejor ocultar esa información a su alumnado. No conozco estudios posteriores dedicados a este mismo fin; probablemente los haya y deseo que presenten cifras menos vergonzantes para el colectivo docente.

El obituario de ETA no puede significar el olvido de sus acciones terroristas ni la confección del relato basado en la venganza de la sociedad triunfadora. De ahí que seas necesarias dos premisas. Una, como apunta Gaizka Fernández Soldevila (La importancia del relato. El Correo, 04/05/18), establecer el relato de los/as historiadores/as, edificado sobre la investigación, el debate, el rigor y la verdad; para que aunque los restos de ETA hayan sido enterrados, su legado no permanezca y el ciclo de violencia no pueda repetirse. Dos, mejorar el clima de convivencia. Xesús Jares propone que si consiguiéramos hacer sentir la amargura de la victoria sobre el otro, realmente conseguiríamos hacer comprender que en ningún caso nuestra victoria puede venir por la derrota, la humillación, la expoliación del otro. De este modo, estaríamos dando un paso de gigante en ese tránsito de la cultura de la violencia en la que estamos aún asentados y socializados hacia una cultura de la paz.

Nuestra primera labor docente deberá ser la de asentar las bases de la paz para que esta macabra historia no vuelva a resurgir de sus cenizas. Edurne Portela ('Haré caso a ETA'. El Correo, 05/05/18) afirma que ningún proceso de paz es posible sin un proceso paralelo de memoria y reconocimiento del sufrimiento; que una vez que acaba la violencia no acaba el daño, que el trabajo por hacer es tan importante como el camino que lleva a la paz. Lo entiendo como una apelación directa a nuestro trabajo. Así que, tenemos labor por delante; para unos/as será el inicio o la continuación; otros, seguirán a lo suyo, escépticos, como quien oye llover.

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