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Sobre este blog

Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Midiendo a Europa

Teresa Laespada

Diputada de Empleo, Inclusión Social e Igualdad de la Diputación de Bizkaia —

Nos estamos haciendo trampas. Y vamos a perder. Lo peor es que creemos que no gastamos de lo nuestro, que el coste no es nuestro. Y vaya si lo es…

El acuerdo al que han llegado los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea con el primer ministro turco, Ahmet Davutoglu, para la expulsión de todas los personas “migrantes irregulares”, refugiados incluidos, es un mercadeo vergonzoso. A cambio de dar a Turquía más dinero, facilidades de visado para sus ciudadanos/as y más facilidades para negociar su entrada en la UE, utilizamos como moneda de cambio el sufrimiento, el dolor y la desesperación de decenas de miles de personas. La vida de decenas de miles de personas.

Por eso el coste es nuestro. Estas personas refugiadas, que están al límite de su capacidad de resistencia, son nuestras. Porque cualquiera que huya del infierno es de los nuestros, es de las nuestras. Y el daño que les causamos, si es que sobreviven a semejante atrocidad en condiciones de necesidad extrema en el mismo corazón de Europa, será irreparable. No sé quién podrá explicarles mirándoles a los ojos lo que les estamos haciendo sin sentir la vergüenza agolpada en la garganta. En realidad, nos estamos dañando nosotros y nosotras mismas.

Desde Europa, a menudo con alguna razón, nos hemos convertido en jueces y juezas capaces de etiquetar la calidad democrática de países de otros continentes. Nuestras leyes, nuestros hechos pretendían estar lo más cerca posible del ideal político que marca la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero este acuerdo…. este infame acuerdo, nos devuelve a una realidad que quisimos dejar atrás, aquella Europa entre 1933 y 1945. El cierre de fronteras reaviva en el seno de la sociedad conductas de rechazo al diferente, quebrando de nuevo Europa por sus fracturas xenófobas.

Y también creo que nos estamos haciendo trampas porque si la crudeza del invierno y la posibilidad real de la muerte no han frenado a estas personas, mucho menos lo harán las trabas burocráticas o las fronteras. Han salido de Siria y otras zonas de conflicto para, nada más y nada menos, que sobrevivir, legítimamente. No pueden volver y no pueden seguir, buscarán alternativas porque la supervivencia obliga a buscar modos y vías y, mientras tanto, los tratantes de personas se frotan las manos por el negocio que les hemos regalado. Que nadie se escandalice hipócritamente cuando oigamos hablar de trata de personas, de esclavitud sexual, de trata de niños, de mujeres…

¿Qué nos pasa? ¿Cómo es posible que en países desarrollados y con enormes recursos no seamos capaces de dar asilo a las personas que nos lo están pidiendo y esta vez en nuestra misma Europa?

¿Dónde quedan nuestras leyes y nuestros principios? El acuerdo, en su punto D, supone de facto que las personas refugiadas no puedan solicitar asilo en Europa, cuando la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice expresamente: “En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en otros países”. La lista de ataques a los principios y la legalidad internacional sería larga, pero podrían citarse también el Estatuto del Refugiado de la Convención de Ginebra que impide las deportaciones masivas, el Convenio Europeo de Derechos Humanos o la Carta de Derechos Fundamentales de la UE…

A lo largo de los meses en los que estamos asistiendo con impotencia a esta crisis humanitaria, he pensado en ocasiones en cómo nos juzgarán las generaciones futuras, en cómo les podremos contar esta infamia. Pero, la verdad, cada vez me hago más en presente y menos en futuro esta interpelación, porque resulta cada vez más palmario que Europa no está actuando a la altura de sí misma. Europa no está a la altura de Europa.

La altura de Europa se mide en sus principios y libertades. Y ahora resulta que nos quieren medir en número de personas refugiadas. Hemos perdido aquello por lo que se nos reconocía, la esencia misma, el ‘Ser’ Europa.

Este acuerdo al que se ha llegado con Turquía es un mercadeo. Es una miseria moral. Y, como europea, siento un bochorno gigantesco. No en mi nombre. Nos hacemos trampas y vamos a perder. Perderán las personas refugiadas la única esperanza de salvaguardar su vida y la de los suyos en condiciones de seguridad y dignidad. Perderemos nosotros y nosotras, también, la esencia misma de la existencia de la Unión.

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