Vinieron por mí
Nuestra Constitución, nuestro marco de convivencia: palabras que se utilizan frecuentemente si bien, en ocasiones dudo de que se digan desde la lectura previa de la misma, desde la reflexión de su contenido y desde la asimilación de los valores que propugna.
Hace unos días, Hana Jalloul, española de padre libanés y secretaria de Estado de Migraciones, se ha visto sometida a vejaciones en Twitter por su origen, agravadas, como no, por ser mujer. Si el articulo 10 de nuestra Constitución dice que, entre otros, la dignidad de la persona y el respeto a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social, es evidente que quienes vomitan ese tipo de expresiones en las redes sociales no deben conocerlo o que sus mentes son incapaces de comprenderlo o, peor aún y no descartable, que su maldad no admite esos valores constitucionales y conciben otro orden social en el que la deshumanización y el maltrato en toda su amplitud a aquellos a los que se sienten superiores (por sexo, raza, origen, orientación sexual, circunstancias sociales...), está plenamente justificado.
Las redes también son el lugar habitual en el que determinados personajes (un tal Pérez bate récords) se dedican, desde la mentira, a la ofensa y la descalificación a otros políticos como el alcalde de Valladolid o el ministro Ábalos. Ofensas continuas a ellos y sus familias que esta semana se han visto aderezadas con las fotos del ministro en la terraza de su vivienda y unos comentarios tan graves que hasta al propio Pérez le han debido parecer excesivos puesto que ha borrado el tuit; lo bueno de las redes es que todo deja rastro.
Este tal Pérez no parece haber leído el artículo 18 de la Constitución, que garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen; la caza del socialista en cualquier entorno, real o alternativo (las burdas mentiras) como diría Trump, justifica todas sus hazañas porque ¿a quién le importa la pluralidad política? A él sin duda no.
Y no, no va en el sueldo lo que han sufrido estos políticos ni lo que sufren otros muchos, no va en el sueldo de nadie. Me niego a admitir que quienes están en política puedan ser objeto de tales ignominias y que lo demos por bueno como sociedad.
Quienes aspiramos a construir una democracia plena sabemos de la importancia del respeto a los valores que cimientan la convivencia, en particular, la tolerancia y el respeto. Cada parcela que cedamos a esas conductas indignas puede convertirse en una termita que corroa la convivencia: la historia nos ofrece duras y tristes lecciones de las atrocidades que unos seres humanos cometen sobre otros, amparadas y justificadas por la intolerancia.
Creo además que todos tenemos una obligación cívica: denunciar públicamente la indignidad de estas conductas, conseguir que el conjunto de la sociedad las rechace, seamos o no blanco directo de las mismas. Baste para ello recordar los versos del pastor luterano Martin Niemöller:
“Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante. Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada.”
Seguramente pensarán que eso aquí no puede pasar, igual que nadie pensaba en el asalto al Capitolio de Washington del pasado 6 de enero. Conservar la democracia y la convivencia requieren del tesón y la voluntad férrea de todas y todos los demócratas contra la intolerancia. Y en esa batalla, no caben concesiones a los intolerantes.
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