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Los botones de Franco

Enrique Ponce llevaba una botonadura con la cara de Franco durante la corrida en Las Ventas de cierre de campaña de Isabel Díaz Ayuso

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Aunque aún no había ganado las elecciones, Isabel Díaz Ayuso celebró su triunfo con la tortura de siete toros y unos cuantos caballos en la madrileña plaza de Las Ventas. Allí torturó, entre otros, Enrique Ponce a unos novillos con “pocas fuerzas, y sobrados de bondad”, como los describió un destacado crítico taurino. “Un becerrote tan noble como apocado”; “Un novillo seriamente inválido”; “Salió un hermano del anterior y su semblante era aún más enfermizo”; “Un endeble sobrero”; “Un santurrón criado para la obediencia infinita”; “Un noble toro sin fuelle”: son otras de las expresiones con las que calificó a las víctimas. Dijo también que habían sido “escogidos con mimo entre las ganaderías más artísticas para deleite de las figuras”. En una docena de palabras cupieron todas, y las más perversas, falacias: decir que has escogido con mimo a quien va a ser objeto de tus torturas; identificar el arte con quienes crían para torturar; considerar figuras a los torturadores. Entre esos figuras, un Ponce que vestía una significativa chaquetilla: los botones reproducían monedas de 5, 25 y 50 pesetas con el retrato de Francisco Franco, el dictador. Como en las originales, podía leerse en cada una de ellas: “Francisco Franco, caudillo de España por la gracia de Dios”.

Dos días después, Isabel Díaz Ayuso pasó a ser caudilla de Madrid por la gracia de las urnas. Y esa botonadura cobró sentido porque, aunque no todos los votantes de Ayuso admitirían ser franquistas, dieron su voto a quienes defienden su memoria, por lo que, en cierto modo, las elecciones presidenciales a la Comunidad de Madrid las ganó Franco. Con el nombre de Alianza Popular, el partido de Ayuso fue fundado en 1976 por seis exministros franquistas –Manuel Fraga Iribarne, Cruz Martínez Esteruelas, Federico Silva Muñoz, Laureano López Rodó, Gonzalo Fernández de la Mora y Licinio de la Fuente– y un exalto cargo de la dictadura, Enrique Thomas de Carranza. Todos ellos apoyados, claro está, por los grandes de la oligarquía franquista. “No vamos a renunciar a la memoria de Franco”, proclamó el presidente de CAMPSA (Compañía Arrendataria del Monopolio del Petróleo) en el célebre congreso de 1977 donde no se revalidaron por votación los cargos directivos de la formación política. Los de la dictadura se habían colado, impunemente, en la democracia. Y aquí siguen. Son, como Casado, los que llaman “electoralista” a la memoria histórica. Es, precisamente, la desmemoria histórica la que permite que los herederos directos del franquismo ganen hoy votaciones. Las urnas son los ojales donde se abrochan los botones de Franco.

“Cuando te llaman fascista es que lo estás haciendo bien, que estás en el lado bueno de la historia”, confirmó Díaz Ayuso a Ana Rosa Quintana en ese matinal suyo que es lavadora y blanqueadora en vez de televisor. La presentadora ha retuiteado tuits xenófobos de Vox porque para ella “los de Vox ni son franquistas ni son fascistas”. Lo son. Pero Ana Rosa Quintana lava y blanquea como Ariel, y desde su atalaya en prime time consigue votos para Vox y el PP. Otra forma de ser ojal. Dijo el siniestro Ponce que sus botones no tenían connotación política, que a él le gustan “las monedas antiguas”. Pero solo en un país donde los genocidas no hayan sido juzgados por sus crímenes, en un país cuyos medios de comunicación de masas no tengan los exigibles filtros democráticos, pueden exhibirse sin consecuencias penales la imagen del genocida o los símbolos que lo representan. Desde 2005, están prohibidos en Alemania la apología y el enaltecimiento de las dictaduras: las simbología nazi y el negacionismo sobre el Holocausto puede llevar a prisión. Desde 1993, en Italia se castiga penalmente la simbología nazi-fascista. Austria aprobó en 1947 la Ley de Prohibición, que ilegaliza a las organizaciones nazis y cuyo objetivo es eliminar toda influencia del nazismo en la sociedad. En Francia es delito la apologías de los crímenes contra la humanidad, como el negacionismo del Holocausto. En Noruega se castiga con hasta tres años de cárcel la exhibición de símbolos nazis.

Los apoyos internacionales a Franco fueron Hitler y Mussolini, que enviaron tropas fascistas, asesores nazis y aviones de la Legión Cóndor a combatir con los soldados franquistas. La represión de Franco tras la guerra sumó 150.000 muertos. 150.000 monedas antiguas. Franco provocó el exilio de 250.000 españoles. 250.000 monedas antiguas. Franco encerró a un millón de personas en cárceles y campos de concentración. Un millón de monedas antiguas. No haría falta insistir en que Franco era fascista si no fuera porque ahora ser fascista es estar en el lado bueno de la historia, como afirma la presidenta Ayuso, o porque los suyos, los que van a celebrarla, llevan botonadura con la estampa del dictador español que hizo pactos con Hitler. Una perspectiva incompleta de la historia, una perspectiva sesgada, oculta, manipulada, blanqueada en prime time, aboca al cortoplacismo de la ignorancia. La defensa de la memoria histórica era tan importante precisamente por lo que ha pasado en las urnas madrileñas en 2021: para ganar elecciones, los del PP tildan de electoralista a la memoria, para que se olvide de dónde vienen, quiénes son, lo que son. Pero siempre tendrán un aliado siniestro que torture a la memoria como a un becerrote apocado, como a un novillo seriamente inválido, y recuerde que hay votos que son monedas antiguas. Como los botones de Franco.

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