Son muchas las personas que no ignoran el sufrimiento, que luchan contra la injusticia y que trabajan discretamente por un mundo distinto. De ellas no se habla. Ocasionalmente se hace, cuando son asesinadas. Si quieres verlas, has de mirar más allá de la avalancha de noticias malas y espantosas. Has de levantarte e ir a buscarlas. Están ahí. No concluyas solo con lo que tienes enfrente, con lo que te ponen delante. Busca. No se trata de negar la gravedad de lo que ocurre, sino de poder ver y comprobar que hay millones de personas repartidas por todo el mundo, en infinitos rincones, que protegen la esperanza, la vida, los derechos de todas y todos y la paz. Buscar no es una cuestión de ingenuidad, sino de necesidad política y diría que hasta de supervivencia.
En tiempos de retroceso democrático, de erosión y ataque sistemático a los derechos, y de proliferación de bulos y desinformación que alimentan la antipolítica que tan bien viene a los populismos de extrema derecha, el pesimismo no es la forma más sensata ni la mejor de leer el mundo ni lo que está sucediendo. Pero, en cambio, es casi inevitable que aflore automáticamente ante el espanto. Por eso busca a quienes están haciendo lo posible por sostener el mundo mientras otros se empeñan en destruirlo. Busca a quienes no se creen el relato único de la derrota, quizá porque piensan, como Saramago, que “la derrota tiene algo positivo: nunca es definitiva”. Quizá por eso o porque saben que está en juego la Vida, nunca se rinden.
No es casual que asesinen a periodistas en Gaza –como Mariam Abu Daqqa, de 33 años, madre de un niño, asesinada esta semana junto a otros cuatro periodistas en el hospital Al-Nasser; ya son más de 200. Ni que maten a defensores del medio ambiente –como Hipólito Quispehuamán, tiroteado por enfrentarse a la depredación de la Amazonía en la selva de Perú. Tampoco es casual que se detenga y condene a activistas feministas que desafían y transgreden las normas patriarcales y ultrarreligiosas –como la marroquí Betty Lachgar, acusada de blasfemia por publicar en redes una fotografía con una camiseta que decía: “Alá [en árabe] es lesbiana [en inglés]”. Ni es accidental que se prohíban las organizaciones que documentan violaciones de derechos humanos, como la ONG Memorial en Rusia. Ni que las políticas de Donald Trump hayan propuesto borrar el paso de peatones arcoíris frente al club Pulse, en Orlando, justo donde la memoria debía permanecer.
Si todo esto ocurre, es porque nos defienden; porque luchan no solo por lo suyo, sino por lo de todas y todos, por la vida en común y por la paz. Si son diana, es porque están ahí, visibles, incómodas, junto a muchas otras voces menos nombradas que también resisten. Si son objetivo directo de los ataques, es porque su voz no va a callar. Como dijo Harvey Milk: “Si una bala entra en mi cerebro, ojalá sirva para destruir las puertas de todos los armarios”. En ellas y ellos no cabe la rendición emocional, porque rendirse es dejar libre el terreno a los discursos de odio y al cinismo institucional. Y si el pesimismo es la única respuesta, se convierte en un mecanismo de desactivación: nos inmoviliza, nos aísla, nos vuelve presas fáciles de las nuevas formas de autoritarismo. Es una trampa silenciosa.
Mientras las noticias nos muestran solo una parte de la realidad, hay redes feministas resistiendo desde los barrios; organizaciones indígenas defendiendo la tierra; activistas antirracistas que convierten cada detención en una denuncia; periodistas que cuidan cada palabra para no ser arrastradas por el odio; artistas que con sus canciones y su obra desafían los discursos dominantes; escritoras y escritores que nos ayudan a pensar y sentir el mundo de otro modo… Y también, vecinas y vecinos que cuidan sin pedir nada a cambio, personas sencillas que se apoyan ante las desgracias, las crisis… porque se reconocen en los vínculos que se tejen desde la humanidad.
Cuando los discursos de odio avanzan, cuando se pretende normalizar lo intolerable, es importante que recuerdes que el contagio también puede ser al revés. Que también puede propagarse la resistencia, la solidaridad, la imaginación política y la lucha colectiva. Hace unos días se publicaba una entrevista a Angela Davis en la que hablaba de la necesidad de crear esperanza en un mundo impotente: “Sin esperanza no podemos continuar, así que es nuestra responsabilidad crear esperanza. Lo hacemos con nuestros análisis, pero también con arte, músicas, estéticas que nos permitan imaginar nuevos mundos. Y aprendemos a vivir esos mundos imaginados al tiempo que luchamos en este que estamos.” Por eso, busca, que están ahí, trabajando por un mundo más justo, y esto no es una frase hecha. Busca.