Caretas fuera

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Resulta muy difícil dejar de escribir sobre la guerra en Ucrania. Es tan espeluznante la crueldad de Putin, son tan desgarradoras las imágenes de las víctimas, son tan estremecedoras las posibilidades de que el conflicto adquiera dimensiones apocalípticas, que opinar sobre cualquier otro asunto parecería banal en las actuales circunstancias. Sin embargo, en España se ha producido en las últimas horas un acontecimiento que, de alguna manera, entronca con el drama ucraniano, porque tiene que ver con la médula de los “valores europeos”, esos que, según se nos dice, están seriamente amenazados por la agresión desquiciada de Putin.

Me refiero al pacto alcanzado este jueves en Castilla y León, mediante el cual el PP permite por primera vez a Vox entrar en un gobierno autonómico. La formación de Abascal tendrá en sus manos la vicepresidencia de la Junta, tres consejerías y la presidencia de las Cortes. Los populares ya habían dado un paso en esa dirección al contar con el apoyo externo de Vox en distintas administraciones territoriales, lo que los situaba a contracorriente de los grandes partidos conservadores europeos que mantienen un estricto cordón sanitario contra la ultraderecha. Sin embargo, el pacto en la comunidad castellanoleonesa constituye una decisión de enorme trascendencia, no solo porque supone el blanqueamiento definitivo de la formación extremista, participante activa de una red internacional de partidos que chocan abiertamente con los principios básicos de las democracias liberales, sino porque se produce justo en un momento crítico para el futuro del proyecto europeo y su tejido de valores.

Por supuesto que podrá discutirse sobre cuáles son esos valores, y en algún momento será necesario que los europeos abran un debate sincero sobre los principios con los que debe identificarse en el siglo XXI el proyecto continental, entre otras cosas porque el crecimiento de la ultraderecha está sometiendo a una fuerte tensión ciertos conceptos de modernidad y civilización heredados de la Ilustración. No hay más que leer la Agenda España, el documento programático de Vox, para entender qué valores anidan en las mentes de Abascal y sus parientes ideológicos: etnonacionalismo a ultranza, xenofobia, glorificación de proezas conquistadoras y colonialistas, expulsión de las aulas de “toda persona o asociación [léase progresista] que pretenda ofrecer contenidos afectivo-sociales sin aceptación de los padres”, derogación de la ley integral contra la violencia de género y la ley de memoria histórica, “rescate” de las universidades frente a las “imposiciones ideológicas totalitarias”, cierre de mezquitas “fundamentalistas”, revocatoria de la primacía del derecho europeo sobre el nacional, endurecimiento de las penas por ultraje a España y sus símbolos. Todo ello rociado de soflamas contra la globalización y las “élites” internacionales que suponen una amenaza contra la “identidad nacional”.

No me cabe duda de que muchos, desafortunadamente, compartirán este programa. O dirán que, si se le desbroza de sus tonos más ásperos, contiene puntos razonables. Sin embargo, quien esté familiarizado con los discursos de resonancias fascistas o nacional-católicas –imprescindible como guía de lectura Klemperer y su ‘Lengua del Tercer Imperio’- sabe qué se esconde detrás de toda esa fraseología: intolerancia, supremacismo, censura de los ‘indeseables’ e imposición ideológica disfrazada de lucha contra las imposiciones ideológicas. Quizá estos también hayan tenido la consideración de “valores” en la atormentada y azarosa historia europea, pero de lo que estoy seguro es de que muchos tenemos en la mente otro tipo de valores cuando se habla de lo que nos jugamos con la agresión de Putin.

A modo de ilustración, reproduzco algunos tuits que puso en su día el futuro vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo: “En el circular hay un jamaicano con los dientes negros al que le huele el aliento desde 6 metros de distancia”, “Hacía años que no me robaba un gitano. Sentimiento de impotencia y nostalgia”, “Que ridículo suena que las mujeres exijan igualdad de trato, cuando lo que quieren es seguir siendo tratadas igual de bien que hasta ahora”, “Qué asco me dan los pijo-horteras con fulares… julandrones camuflados”. O el tuit que subió hace un par de días el portavoz parlamentario de Vox, Iván Espinosa de los Monteros: “Este Gobierno preside sobre la peor caída del PIB desde la Guerra Civil. Ni Franco ni historias. Sánchez/Calviño”. Puestos a jugar a las comparaciones, Alemania aumentó un 50% su PIB durante el nazismo y a ningún político alemán se le ocurriría, por razones morales -e incluso judiciales, al ser ese país una ‘democracia militante’-, utilizarlo como argumento en los debates. 

Con su pacto con Vox en Castilla y León, el PP ha dado un paso inquietante, inimaginable –por ahora- en otras democracias avanzadas europeas. Un paso que en países como Polonia o Hungría ha llevado a la extrema derecha al poder. El principal partido de la oposición sostiene que en su próximo Congreso emprenderá una ‘nueva etapa’ tras la tormentosa dirección de Pablo Casado, pero esa nueva etapa estará marcada inexorablemente por la decisión de blanquear a la ultraderecha. El candidato con más opciones para suceder a Casado, Alberto Núñez Feijóo, no podrá alegar que esa decisión se tomó antes de que asumiera las riendas del partido, y por tanto carece de responsabilidad sobre ella, pues es sabido que el presidente gallego ya ha comenzado a ejercer su influencia sobre la organización nacional de la formación. 

A partir de ahora, cuando el PP llame a enfrentar a Putin para defender los “valores europeos”, sabremos con más claridad de qué está hablando. Y estoy convencido de que muchos llegaremos a la conclusión de que no estamos hablando de lo mismo.