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Elogios después de traiciones

El féretro con los restos mortales del expresidente Suárez, a su llegada a la catedral de Ávila. / Efe

José María Calleja

Cuánto más engolado ha sido el ditirambo, mayor fue la traición. Buena parte de los que han dedicado los elogios más solemnes a Adolfo Suárez tras su muerte están entre los que le hicieron la vida imposible. Adolfo Suárez fue hostigado, en primer lugar, en su propio partido (UCD), donde desde Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón hasta Landelino Lavilla –pasando por el fallecido Francisco Fernández Ordóñez–, fue puesto en cuestión y sometido a un estado de conspiración permanente. Aquel partido se convirtió, con el paso del tiempo, en el hotel de los líos, las rencillas, las filtraciones al entonces partido de la oposición y la lucha a cuchillo por el poder dentro de UCD.

Suárez fue hostigado también, no solo hasta el golpe de Estado, por el sector más ultra del Ejército –en aquel momento plagado de mandos franquistas–, que no solo no le perdonaron la legalización del PCE, es que le consideraban un traidor, peor que si fuera rojo.

Hubo también un desapego del rey, una relación que empezó en la colaboración pero que se enfrió con el paso del tiempo hasta llegar también a una cierta hostilidad.

Parte de la jerarquía eclesiástica no tragaba con él, si bien es cierto que el entonces presidente de la Conferencia Episcopal, Vicente Enrique y Tarancón, era criticado con saña por la ultraderecha, que le mandaba al paredón siempre que podía por su apoyo a la Transición y por su defensa del sancionado obispo vasco, Antonio Añoveros.

Los socialistas le hicieron una oposición demoledora. Algunas de las brillantes intervenciones de Felipe González en el Congreso de los Diputados, no sólo la moción de censura de mayo del 80, fueron devastadoras para Suárez. Respondió a ellas con demasiados silencios y con una cierta aversión por comparecer en la Cámara.

Nada que ver con todo lo anterior, ni con lo que vendrá después, pero las Víctimas del Terrorismo, cuando aún no existían de forma organizada, fueron desgarradamente críticas con Suárez, al que consideraban un blando y un incapaz en la lucha contra una banda que se llevó por delante la vida de ¡92 personas en el año 80!

Las escenas protagonizadas por los familiares de los asesinados en Euskadi, reprochando a los representantes del Gobierno, que partían a Madrid después del funeral de turno, forman parte del paisaje terrible de aquellos años en los que Eta asesinó también a dirigentes vascos de la UCD.

Los nacionalistas vascos le montaron a Suárez un boicot cuando éste quiso visitar el País Vasco. Boicot convocado de forma estruendosa y que declaraba al entonces presidente del Gobierno como persona non grata en Euskadi.

Tampoco hubo precisamente cariño entre los nacionalistas catalanes respecto de Suárez, aunque no hubo el grado de animadversión con el que se le trató por parte del PNV y del Gobierno vasco de entonces, con Carlos Garaikoetxea de lehendakari y Xabier Arzalluz de líder.

Los medios de comunicación fueron muy críticos con Suárez, que se había construido una imagen buena desde el control de la televisión pública, que tenía carisma entre sectores importante de la población y que en muy poco tiempo perdió buena parte de esos apoyos. Hubo portadas y editoriales durísimos contra Suárez. Se le invitaba a irse.

Qué decir de los Fragas y Aznares, críticos con Suárez antes, durante y después de que fuera elegido presidente del Gobierno. Muy crítico Aznar con esa Constitución que Suárez impulsó y que un sector de la derecha española veía, antes de que se aprobara, como un anticipo de la República, de la ruptura de España y del triunfo de los rojos laicos.

En fin, los propios ciudadanos españoles le acabaron dando la espalda y contribuyeron a la soledad de Suárez. La UCD ganó las elecciones de junio de 1977 y de marzo de 1979, pero cuando Suárez montó el CDS se llevó muy pocos votos. Me quieren, pero no me votan, decía sonriendo.

En la manifestación contra el Golpe de Estado del 23-F se podían oír, en medio del silencio mayoritario, frases como: “Si Suárez lo sabía, por qué no lo decía”, atribuyendo, de manera injusta y falsa, un supuesto conocimiento de Suárez de los entresijos previos al golpe.

Hemos asistido a intentos de apropiación de la imagen y la tarea de un político al que se ha identificado, justamente, con el diálogo, el consenso, la valentía, el coraje, la capacidad para inventar un camino propio para el que no había manuales. El caso más obsceno ha sido el de Artur Mas, que dijo, sin pudor, que Suárez le daría la razón a él, que se empataba en virtudes con el recién fallecido. Margallo, en sintonía parecida, le contestó que Suárez haría lo que esta haciendo Rajoy. Probablemente ninguno de los dos tiene razón.

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