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Encantados de tener una casa

Cultivo de guisante.

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La derecha agrícola está desarraigada, de ahí su problema. Ha perdido las raíces. Antes, todo esto era campo. En vez de microcosmos y macrocosmos (como en los tratados de Paracelso), aquí había minifundios y latifundios. Ahora, la derecha no tiene latifundios. Tiene bienes, propiedades. Esto es porque, como todo el mundo, también se niega a llamar a las cosas por su nombre. A llenarse la boca de tierra cuando pronuncia la palabra tierra. En cualquier caso, la derecha nunca tiene. La derecha, posee, y por eso a veces se confunde con PSOE. Pero significan cosas distintas.

En España, hay una derecha de latifundio y una derecha de minifundio, son la misma, y en realidad se trata de su sístole y diástole, de su respiración democrática, es decir, de sus resultados electorales. La derecha de latifundio se nutre de mayorías absolutas. No es cierta la teoría de que muchos minifundios juntos forman un latifundio. Por eso hay en España tantas derechas autonómicas (regionales, en lenguaje agrícola), que no pueden verse entre ellas. Algunas derechas de minifundio se creen de izquierdas porque no tienen latifundio. Mi tío Ricardo (un primo de mi padre) decía siempre: eres más tonto que un peón de derechas.

En épocas de sequía, se cultivan mayorías de invernadero. Estas requieren grandes dosis de pesticidas (para quitarles el Vox y otros parásitos), y no saben igual que las de antes. A una mayoría criada de esa forma se la reconoce por el polvo de color verde que se le queda pegado.

A diferencia de la derecha de latifundio, que tiene que ver con la tierra, la izquierda de latifundio y la de minifundio están relacionadas con las ideas o, más bien, con las ideologías. Cuando la izquierda tiene que ver más con la tierra que con las ideologías, se vuelve de derechas.

Una ideología es el minifundio de una idea, aunque pretenda mostrarse como lo contrario. A las ideas no se les puede poner vallas. Totalmente opuesto resulta el caso de las ideologías, que se basan en acotaciones. Porque las ideas no tienen cercas, se les pone cerco tan a menudo. Hoy día, todo está vigilado por guardas forestales en el bosque de las ideas. Así, se ha convertido en furtivas a muchas personas que estaban tan tranquilamente en su casa diciendo lo que pensaban. Se destruye el campo del pensamiento a fuerza de mini infundios y de lati infundios.

Por otro lado, la izquierda de minifundio y la de latifundio también entran en conflicto entre ellas. Se da cuando una izquierda de ideas, pero sin ideología (típica de los individuos, sobre todo entre francotiradores, almas inquietas, trepas y oportunistas), colisiona con una izquierda de ideología pero sin ideas (habitual en colectivos y organizaciones políticas).

Antiguamente, había intelectuales, y se agrupaban en torno a partidos. Hoy ya no se fían los unos de los otros. Con razón. Hoy día, un intelectual es más parecido a un torero que a un ideólogo, o a un novelista, o a un artista... Para sobrevivir se debe a su público, al respetable. Cree que tan solo puede salvarse mediante el estrellato. Y por eso, al final de sus carreras, tantos han acabado estrellatos.

Para salir a manifestarse, la derecha agrícola ha desempolvado otra vez el viejo lema inmovilista “no somos de izquierdas ni de derechas”. Esto se puede sostener únicamente desde la extrema derecha, pues a alguien de extrema izquierda no le da vergüenza decir que es de izquierdas, ni tampoco pretende maquillarlo. Los extremos se tocan, pero a sí mismos.

La manera de tocarse las extremidades es el victimismo. En tal sentido, siempre se es víctima de uno mismo. El victimismo ha llevado a reemplazar el antagonismo izquierda/derecha por la oposición entre los de arriba y los de abajo. La extrema derecha es la derecha de abajo, que aspira a llegar arriba. Cuanto más insisten en la dicotomía arriba y abajo, más están hablando de sus pretensiones. En la izquierda también se ha manifestado la propensión religiosa a dividir el mundo en lo de arriba y lo de abajo. La gente ansía llegar al cielo, aunque sea al asalto. De este modo, la tierra se llena de ángeles caídos.

Hoy, a la izquierda le pasa lo mismo que a las novelas de miedo de moda. Por ejemplo, las del escritor norteamericano Grady Hendrix, que es muy bueno, y que tiene mucho que ver con su maestro, Stephen King. Llevado a la novela policíaca, es la misma relación que la de Ross Macdonald con Raymond Chandler. Solo la ironía, la autoconciencia, les salva de la imitación, les hace distintos de sus modelos. La izquierda sin ironía deriva en secta, en minifundio. La ironía sin principios se convierte en cinismo, esto suele darse en la izquierda latifundista.

En Grady Hendrix, quien se adueña de los personajes no es el vampiro, o la casa encantada, sino que se apodera de ellos la relación que han establecido con esa criatura extraña, con ese edificio desapacible. Eso también se produce en política. En muchos casos, no nos posee un partido, o una ideología, sino un vínculo personal, una memoria íntima, una experiencia difusa. La mesa donde hacía los deberes, el cenicero con la tapa que giraba, el reloj/calendario cuadrado, la bandera roja sujeta con chinchetas al palo de una escoba, guardada en pie, dentro del armario de mis padres, entre la ropa... Con esto, he construido mi ideología política.

En las novelas de Grady Hendrix, ni el vampiro ('Guía del club de lectura para matar vampiros', ed. Minotauro, 2021), ni la casa encantada ('Cómo vender una casa encantada, ed. Minotauro, 2023), son los verdaderos protagonistas; actúan antes como testigos de la vida de los personajes. Pues lo que nos pasa en la vida es más importante que cualquier otra cosa. Con la política y la vida cotidiana ocurre lo mismo. Este aspecto se olvida demasiadas veces desde la izquierda.

La vida cotidiana no sólo resulta más trascendental que nuestros miedos, sino que, además, mediante su continua labor de desgaste, se impone a ellos, y a la vez se nutre de ellos. Es más fácil escapar del miedo que de la vida diaria. Los dos hermanos (hermano y hermana) que se reúnen a regañadientes para vender la casa encantada de los padres, en la novela de Hendrix, explican así su vida: “No sabes nada de mí. Hay montones de cosas en nuestra familia de las que nunca se habla. Mamá no habla de los suyos, papá no habla de los suyos, y tú y yo ni nos hablamos”.

Los españoles no hemos tenido nunca una casa encantada. Aquí, más bien, la gente estaría encantada de tener una casa. Las casas son para ricos. En España, se desahucia a los ancianos, y se les deja sin vivienda, sin que nada ni nadie sea capaz de impedirlo. Ni siquiera las instituciones democráticas. Siempre son los de arriba los que desahucian a los de abajo. Pero esto sucede porque los de arriba son de derechas.

Aun por encima de la Alhambra o del Escorial, el edificio más representativo de España ha sido el de 13, rue del Percebe, la mítica historieta que cerraba el Tío Vivo. Repásenla, los de arriba son los que nutren las listas de morosos, y los de abajo viven en la alcantarilla, el ascensor social lleva años estropeado y, aunque en este mundo todo es fachada, resulta que la fachada somos nosotros mismos. Vivimos expuestos, a la intemperie.

Todo está en los tebeos. Por eso, cada vez que oigo a los grandes propietarios del campo decir que no son ni de izquierdas, ni de derechas, recuerdo las historietas de Agamenón (un personaje que también salía en el Tío Vivo), y repito la legendaria frase de su abuela: “Igualico, igualico, que el defunto de su agüelico”. No hace falta señalar, aquí, quién fue el agüelico de esos señores, pues también son igualicos.

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