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Financiación singular, la de la ultraderecha

Imagen de archivo del primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, junto al líder de Vox, Santiago Abascal en Madrid. EFE/David Fernández

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Algo les pasa a los fachas con los dineros, que cada dos por tres son noticia por líos monetarios. Unas veces por el origen, otras por el destino. Unas veces por las sospechas de sus fuentes de financiación, otras por cómo se lo gastan. Tanto hablar últimamente de “financiación singular” a cuenta de Cataluña, y ya ves, para singular la financiación de la ultraderecha.

Ahí está Vox, que lleva tantos años en la primera línea política como años bajo sospecha del Tribunal de Cuentas. Lo último, lo del préstamo bancario. Se ha tirado semanas negándose a revelar qué banco les había prestado la millonada para las últimas campañas electorales, y por fin han reconocido que fue un banco húngaro vinculado a su socio Orbán. El partido más español-español recurriendo al capital extranjero, muy coherente. Lo de que los bancos españoles no les fían no se lo creen ni ellos. Lo que pasa es que buscar financiación para la campaña es como contratar una hipoteca: vas preguntando en todos los bancos de tu calle, a ver quién te da mejores condiciones, y al final es el húngaro el que te regala la vajilla, que además conoces al director de la sucursal y te hace trato especial.

Es solo el último episodio, pues llevan años con avisos y multas del Tribunal. También tienen problemas frecuentes con su fundación, a la que enchufan un dineral al margen de que las cuentas del partido anden flojas. Y luego están los sobresueldos que cobran sus dirigentes, empezando por el propio Abascal, y siguiendo por el líder en Cataluña, que carga al grupo parlamentario unos gastos personales pelín altos.

Sí, yo también me acuerdo cuando la financiación de Podemos protagonizaba día sí y día también portadas de periódico, tertulias y autos judiciales, sin que hubiese en realidad nada que rascar. Lo que habría dicho nuestra aguerrida derecha política, mediática y judicial con los de Pablo Iglesias si les hubieran pillado con un banco extranjero, una fundación opaca o unos sobresueldos locos, ¿verdad?

Más allá de la ultraderecha hispanohúngara, en la ultraderecha plus ultra no van mucho mejor con los dineros. La última semana del mamarracho (no pienso nombrarlo) ha sido gloriosa, no le ha faltado de nada: un chiringuito financiero, un criptobro, dinero en negro, audios y mensajes propios de un lelo, excusas patéticas, y una esperable investigación judicial que puede hacer que la fiesta se acabe nada más empezar. Un genio el muchacho.

Pero no solo en España, que en otros países también la ultraderecha se lía con el dinero. Ahí está nada menos que Marine Le Pen, sentada en el banquillo por la forma en que su partido usaba los fondos del Parlamento Europeo para pagarse gastos nada europeos. Parece difícil que la acaben inhabilitando en sentencia firme antes de las elecciones presidenciales, pero tendría gracia que lo que tumbase a la gran esperanza europea de la extrema derecha fuese un quítame allá esos euros.

Llevamos años discutiendo cómo frenar el ascenso imparable de la ultraderecha, y a lo mejor nuestra bala de plata está donde menos la esperábamos: no en la movilización ciudadana, ni en el periodismo contra los bulos, ni en la mejora de las condiciones de vida, sino en el menos heroico Tribunal de Cuentas. No, yo tampoco confío mucho, pero inevitable acordarse de aquel viejo Capone al que, después de una larga carrera criminal impune, lo acabaron pillando por delito fiscal. Igual el flanco débil de la ultraderecha está en los dineros.

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