La gira de presentación del libro Esto no existe, de Juan Soto Ivars, es un buen ejemplo de cómo los hombres de sociedades patriarcales blancas han entrado con éxito en el “mercado del sufrimiento”, un concepto que desarrolla la académica griega Lilie Chouliaraki en su libro Wronged: The Weaponization of Victimhood (Columbia University Press, 2024). El uso político de la victimización, de los sufrimientos y heridas que padece cualquier grupo humano, no es de izquierdas ni de derechas. Sin embargo, el auge de la derecha populista lo ha convertido en un arma patriarcal que traslada el foco de atención hacia agravios, algunos reales, otros imaginarios, que sufren los hombres blancos conservadores, y que forma parte de una narrativa más amplia de victimización de la ultraderecha; un ejemplo es la canonización de Charlie Kirk tras su asesinato y su conversión en símbolo y mártir de una libertad de expresión de la que siempre gozó en vida y que no fue la causa de su muerte.
Soto Ivars, que cuenta con numerosas plataformas para promocionar su libro y miles de seguidores que le defienden contra viento y marea, convierte al hombre en víctima de las leyes de violencia de género y a sí mismo en víctima de una conspiración para cancelarlo y silenciarlo, convirtiendo críticas y protestas legítimas en excusas para asegurar que la izquierda radical domina la escena cultural y política. No importa que sea la extrema derecha la que esté en auge, cultural y políticamente. Desde Estados Unidos e Israel hasta Rusia, la política, la cultura y el discurso de la extrema derecha no está silenciada. Está en el poder.
Ante la realidad de triunfo del relato populista, es paradójica la eficacia de la estrategia antigénero basada en la victimización, de la que el libro de Soto Ivars es un ejemplo. Se explica en parte por el contexto de crisis de la socialdemocracia y del Estado del Bienestar, y el aumento de la desigualdad y la inestabilidad vital, también de muchos hombres que viven con sueldos mínimos y son incapaces de acceder a una casa y tener una familia. La extrema derecha ha sabido instrumentalizar los relatos afectivos que representan al varón blanco, al padre divorciado, al niño o adolescente al que sus compañeras femeninas adelantan en los estudios, al páter defensor de la familia tradicional que quiere tener cuatro hijos y criarlos en la doctrina que elija. Todos ellos se retratan como víctimas de un totalitarismo feminista que impone leyes y castigos propios de regímenes dictatoriales.
El recurso a falsos enemigos, en el caso del libro de Soto Ivars, al feminismo como culpable de crear leyes que atentan contra los derechos de los hombres, desvía la atención de los verdaderos culpables estructurales, económicos y políticos, de nuestra situación actual y nos impide construir frentes unidos. Al contrario, nos convierte, a unos y otras, en ciudadanos resentidos que rumian su rencor sin ponerse a trabajar para cambiar sus vidas. Convertirse en víctima genera identidad, legitimidad, relato y reduce la posibilidad de que cuestionen tu versión de la realidad; persistir en ese estadio de víctima impide afrontar los problemas reales y superarlos. Algunos sectores de la izquierda ya han recurrido al victimismo: algunas alertamos de los riesgos del feminismo victimista en casos como el de Iñigo Errejón. No se puede convencer a las chicas que toda mala relación afectiva o sexual es maltrato. Tampoco a los hombres de que no tienen responsabilidad en las malas relaciones que mantienen con exmujeres o hijos y que todo es culpa del feminismo totalitario.
El feminismo no se puede quedar en el daño sufrido por muchas mujeres, en las violencias sexuales o de género, debe avanzar para hacer posible un futuro de mujeres emancipadas que no dependan de reparaciones morales o endurecimientos del Código Penal. Lo mismo que dije para nosotras vale para ellos, más aún y dada cuenta de que siguen protegidos por estructuras y relaciones de poder masculinas, machistas y racistas que el auge de la extrema derecha agudiza. En un escenario mundial dominado por la crueldad, la entrada de los hombres en el mercado del sufrimiento restablece el foco de atención en el dolor blanco, masculino y conservador, mientras silencia las injusticias estructurales e históricas sufridas por otros y otras. El narcisismo, a ratos quejumbroso y a ratos cruel, es el gran triunfador de estas estrategias victimistas. Que se lo pregunten a Trump.