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Mambrú se fue a la guerra

Donald Tusk, Emmanuel Macron y Olaf Scholz, en el encuentro del 15 de marzo para discutir la ayuda a Ucrania.
3 de abril de 2024 22:13 h

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Qué perra han cogido algunos con lo de que una gran guerra en Europa es inevitable e inminente y la gran mayoría de nosotros somos unos inconscientes por no darnos cuenta. Tan grande es la tabarra que dan que diríase que, por oscuras razones ideológicas o inconfesables intereses materiales, están deseando su estallido. Como señalan como enemigo a Putin, al que desean ver enterrado en los escombros del Kremlin como Hitler en los del bunker de Berlín, ese conflicto no puede ser otra cosa que la Tercera Guerra Mundial. Pero, dado que Putin, a diferencia de Hitler, tiene armas nucleares, ese conflicto puede concluir con el fin de la humanidad.

Pedro Sánchez se ha visto obligado a intentar rebajar el ardor guerrero de sus colegas en una reciente cumbre europea, lo que le ha sido reprochado por el halcón polaco Donald Tusk en una entrevista recogida por El País, un periódico militante en esta cruzada. Supongo que nuestro presidente del Gobierno se teme, como la gran mayoría de nosotros, que tanto resonar de tambores bélicos termine convirtiéndose en una profecía autocumplida. Los historiadores han descubierto que, en realidad, ninguno de los protagonistas de la Primera Guerra Mundial la deseaba, ni tan siquiera el Káiser, el más belicista de ellos. Pero a fuerza de bravatas, amenazas, líneas rojas, fanfarronadas y ultimátums todos se arrojaron a un infierno que causó más de 20 millones de muertos, y eso que no había armas nucleares.

Ya sé que los halcones de ahora prefieren evocar la Segunda Guerra Mundial, con Putin en el papel de Hitler. Pues bien, les acepto el reto. Empezaré con que la invasión de Ucrania ya ha cumplido dos años y no parece que las Fuerzas Armadas de Putin tengan la capacidad de blitzkrieg de las del Führer. A estas alturas de la Segunda Guerra Mundial, la cruz gamada ondeaba victoriosa desde la costa atlántica de Francia al interior de Rusia. En cambio, Putin, apenas ha conquistado regiones rusófonas de Ucrania, y a gran coste. Viene luego en el argumentario de los belicistas lo de que Putin aspira a conquistar Finlandia, los países bálticos y toda Europa. Bueno, no tenemos la menor prueba de ello, aunque quizá la Casa Blanca, el Pentágono, la CIA, la OTAN y compañía manejen documentos secretos tan incontrovertibles como los que aseguraban que Sadam Hussein disponía de armas de destrucción masiva.

A lo que pensamos que sería mejor concentrar las energías occidentales en utilizar la diplomacia para alcanzar un alto el fuego en Ucrania y congelar el contencioso, los belicistas nos comparan con Chamberlain y Daladier en los Acuerdos de Múnich de 1938. Este sofisma es un insulto a la inteligencia. A Hitler se le podía derrotar y se le derrotó. Putin, insisto, tiene armas nucleares. Antes de que las tropas de Zelenski y sus patrocinadores llegaran a la Plaza Roja, ya habría soltado unos cuantos pepinazos devastadores sobre capitales enemigas a su alcance.

Servidor vive ahora su 70 primavera en este mundo, permítanme un pelín de escepticismo. La Casa Blanca nos dijo en los años 1960 que si los comunistas ocupaban todo Vietnam, el llamado mundo libre se extinguiría. Bastantes años y dos millones de muertos después, los comunistas se hicieron con todo Vietnam, y Nueva York, Londres y París siguieron viviendo sus vidas locas. Más recientemente, a comienzos de este siglo, nos aseguraron que la invasión de Afganistán llevaría a aquel país la democracia, los derechos humanos y la igualdad de géneros, y, ya ven, los occidentales terminamos retirándonos, volvieron los talibanes y las afganas están peor que nunca. Por no mencionar las mentiras del Trío de las Azores que justificaron la invasión de Irak en 2003 y les regalaron a los yihadistas pretextos, reclutas y territorios.

La propaganda de guerra es legítima, todos la usan, pero el buen periodismo no puede reproducirla acríticamente, no puede publicarla tal cual, como si fuera la verdad revelada a Moisés por Jehová en el Monte Sinaí. El buen periodismo desconfía de todo, incluido un presidente del Gobierno que afirma que los atentados del 11M los cometió ETA. Putin es detestable y agresivo, pero, menos lobos, Caperucita. No es verosímil afirmar que sueña con que la bandera del águila bicéfala ondee en la Torre Eiffel, y es incendiario proponer que, para prevenirlo, los europeos enviemos tropas a combatir en Ucrania.

Este último despropósito, emitido por un desnortado Macron, sería considerado por Putin como un casus belli contra Europa. Reaccionaría con violencia y la profecía, claro, empezaría a autocumplirse. Nuestros halcones se darían la razón a sí mismos con una acción propia. “Nos está quedando una buena Edad Media”, bromean muchos memes a propósito de nuestro siglo XXI. Pues sí, también el milenarismo medieval, el anuncio de la proximidad del Apocalipsis, campea por nuestro tiempo, jaleado por la mayoría de los medios de comunicación, que lo consideran muy comercial.

“Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena”, dice la letra de una vieja canción infantil española, inspirada en una francesa sobre el general inglés Marlborough. Concluye así: “Las noticias que traigo son tristes de contar. Que Mambrú ya se ha muerto, qué dolor, qué dolor, qué entuerto”. Sí, es lo que tienen las guerras: es fácil comenzarlas, difícil terminarlas y siempre dejan un paisaje de destrucción, dolor y muerte. Hasta los niños lo saben. Pero parecen ignorarlo esos políticos y periodistas occidentales que hablan con tanto desparpajo de la guerra contra Rusia.

Post Scriptum. Hay, en cambio, una gran guerra gestándose en Oriente Próximo ante la que los halcones americanos y europeos se ponen obscenamente de perfil. Es la que alimenta Israel con su campaña de destrucción del territorio y la población de Gaza y su ataque a una sede diplomática iraní en Damasco. La Unión Europea debería aplicar sanciones diplomáticas y económicas al Israel de Netanyahu para obligarle a aceptar el alto el fuego aprobado por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Recordemos que las aplicó a la Rusia de Putin desde el primer momento.

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