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Una medalla y un adiós para Simón

El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón.

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Piensa como piensan los sabios mas habla como habla la gente sencilla

Aristóteles

Si algo sabemos distinguir los profesionales de la comunicación es el olor a carne quemada. Cuando alguien está achicharrado, aunque lo hayamos tostado vuelta a vuelta nosotros mismos, no nos cabe duda de que desprende ya ese tufillo que lo hace inválido para la misión que debe desempeñar. Es un rumor casi unánime en los cenáculos de los medios de comunicación: Fernando Simón está quemado como portavoz. Se trata de un diagnóstico puramente profesional y en él coinciden muchos profesionales que creen que ha llevado a cabo una encomiable, ingrata y sacrificada labor. Una cosa no empece la otra y quizá su último servicio a la nación, a la que tanto ha dado, sea un adiós y que merezca una medalla para reconocerle todo lo que ha hecho por nosotros.

No se trata de una opinión visceral, a mí Simón, al que no conozco, me cae muy bien. Parece un tío afable, jatorra, comprometido y que practica el principio aristotélico con el que ilustro este artículo. Tampoco comparto esa visión sesgada de que ha estado equivocándose y provocando muerte y dolor desde su puesto, porque cualquiera que lea prensa extranjera sabe que ha ido tropezando en las sucesivas piedras que hasta la OMS ha ido sembrando durante el año más largo del siglo. Nos dijo lo de las mascarillas, es cierto, y yo no le hice ni caso, porque soy grupo de riesgo y tenía milagrosamente un paquete en casa, pero esa decisión partió de la OMS y siempre pensé que era debida a la imposibilidad de conseguirlas hasta para los sanitarios, que eran los más necesitados. No, no pertenezco al grupo de los que quieren lincharlo porque piensan que así linchan de paso al Gobierno socialista.

Es una cuestión puramente práctica la que me mueve a decir que la etapa de Fernando Simón como portavoz ha llegado a su fin: ahora mismo desata más animadversión o polémica como portavoz que serenidad aporta y eso significa que ya no está cumpliendo la misión para la que fue designado. Está cansado, está quemado, está desgastado, está devorado. La cuestión es que se sitúa ya en disposición de recibir los agradecimientos y pasar el testigo a alguien de refresco. A fin de cuentas no estamos ante un problema personal sino ante un problema social y colectivo en el que el esfuerzo común es clave para el éxito. Nadie es imprescindible y si ya creas más problemas de los que solucionas, entonces, amigo, sea cual sea tu puesto lo mejor es que te vayas.

Para que nadie me acuse de tomar un partido u otro, para mostrar los argumentos puramente profesionales de esto que observo, he acudido a una tesis doctoral presentada en 2011 por Carmen Thous titulada El portavoz corporativo, un emisor mediático. Es completamente imposible que la doctoranda escribiera pensando en una pandemia como la presente y en Fernando Simón como portavoz y, sin embargo, retrata muchos de los problemas que se observan ahora. Dice Thous que las cualidades de un buen portavoz son la entrega a la causa, la responsabilidad y la mesura y añade la absoluta necesidad de vencer a la vanidad cada día. Es por eso que los grandes portavoces “pagan el precio del sacrificio, pagan el precio de mantenerse como creíbles y pagan el precio de tener que escuchar los clarines de la fama y resistirse a ellos”.

Los clarines, una forma medieval de decirlo, pero en términos modernos podemos afirmar que la exposición mediática continuada produce cantos de sirena a los que resulta muy difícil sustraerse cuando uno no está expresamente entrenado para el trabajo en los medios de comunicación. No es el caso único de Simón, porque yo he visto sucumbir a ese efecto a magistrados, abogados, científicos y hasta controladores aéreos. Por contra, los profesionales de los medios somos tan conscientes de la inconstancia del foco, de su extrañeza, de su contingencia, que verán pocos verdaderos profesionales que no sepan diferenciar perfectamente su misión y su vida del influjo homérico de los focos. Una cosa es que el foco te ilumine y otra muy distinta ir moviéndote por el espacio en busca del círculo iluminado. Esa frase se la oí a un viejo magistrado que criticaba a un juez estrella. Vale para todos.

Los periodistas, los medios, hacen su trabajo cuando les piden más alto, más lejos, más fuerte. Súbete al globo, posa como una vedette, vente a bucear o súbete con nosotros al tren de la risa. En los medios va el pedir y en el personaje está el negar. Qué quieren, yo conseguí que un ministro de Defensa posara en el suelo de su despacho haciendo barquitos de papel. Este caso no es el único, pero alguno de sus últimos fallos sonados tiene que ver con la dificultad que supone para un profano mantenerse siempre alerta cuando hay una grabación en marcha. Así, si te bromean con las enfermeras, te sale el simpaticorro que hay en ti y se te olvida tu papel oficial de imagen de los sanitarios y no contestas cosas como: “No comparto bromear con el papel relevante y sacrificado que llevan a cabo las profesionales y blablabla”. Es muy difícil estar siempre alerta.

Son pequeñas cosas, deslices humanos, que hacen que de pronto las organizaciones colegiales, corporativas claro, de tu país te pidan que te vayas o que lo haga el sector turístico o el cultural o investigadores que han logrado demostrar la importancia de los aerosoles en la transmisión. Ha llegado el momento de que Fernando Simón se haga a un lado, no por una de estas cosas en concreto, ni siquiera por el conjunto, sino porque todas ellas demuestran el agotamiento de la función y porque un portavoz lo que no debe ser jamás es el centro de una polémica.

Yo quiero agradecerle a Fernando Simón tanto esfuerzo y tanta desazón y hasta las canas que seguro que ha echado acompañándonos día a día en ese temor tenso que todos vivimos desde nuestras casas mientras las cifras de muertos iban helándonos el ánimo. Por eso mismo creo que honestamente me toca decirle que está quemado, abrasado, socarrat, para seguir llevando a cabo esta tarea en la que aún vienen tiempos complejos y que, de seguro, no se va a resolver de aquí a unos días.

La credibilidad, la confianza y la seguridad que se transmiten al público son un capital leve que es muy fácil dilapidar, incluso haciéndolo de una forma excepcional. Por eso a veces el mejor trabajo es saber cuándo ha llegado el momento de saludar al público, recibir una ovación y hacer un mutis por el foro. Que la Organización Médica Colegial y el Consejo General de Médicos te pidan que te vayas no es una cuestión fácil de remontar, por mucho que sepamos de la caspa que suele cubrir a estas instituciones muchas veces alejadas del sentir del médico de a pie. Es seguro que hay una explicación y que fue puro cansancio que Simón dijera que ahora “los sanitarios tienen un mejor comportamiento evitando contagiarse fuera de su espacio de trabajo” pero es, sin duda, algo muy feo y muy desagradecido por la crítica directa que supone a la actuación del colectivo que se ha dejado la piel y hasta la vida en la lucha por salvar vidas.

Hay muchas cosas que un tipo bueno y comprometido como Fernando Simón puede darnos aún pero me temo que la de seguir siendo portavoz durante la pandemia no es ya una de ellas.  

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