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Mujeres que se van a casa

Jacinda Ardern junto a su pareja, Clarke Gayford, tras anunciar su dimisión como primera ministra de Nueva Zelanda

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Solo el 9% de los gobiernos del mundo está en manos de mujeres. En las últimas semanas han causado baja un par de ellas: Nicola Sturgeon y Jacinda Ardern. Ambas, la ministra principal de Escocia y la primera ministra de Nueva Zelanda, han justificado sus renuncias por el agotamiento acumulado. 

Es evidente que las dos habían sufrido un desgaste político que detectaban también los sondeos en sus respectivos electorados. Pero sus dimisiones han sorprendido por pura comparación, porque la historia y el presente están repletos de mandatarios que con escándalos mayores y mucho más erosionados se han aferrado a sus cargos hasta que en algunos casos ya era una situación insoportable. Recuerden lo que le costó irse a Boris Johnson.

“Soy humana. Damos todo lo que podemos durante el tiempo que podemos y luego es el momento. Y para mí, es el momento”, reconoció Ardern hace un mes al anunciar su dimisión. La neozelandesa, que tiene 42 años y una valoración mucho mejor fuera de su país que dentro, mostró de esta manera una vulnerabilidad que todavía se esconde en determinados estamentos. 

“Sé que con el paso del tiempo tendré cada vez menos energía para dedicarme al trabajo. Y no puedo hacer el trabajo que no sea al 100%. El país no se merece menos que eso”, defendió la ministra principal escocesa, que tras el bloqueo de la reforma de la Ley de Reconocimiento de Género por parte de Londres y el fracaso de sus planes para un nuevo referéndum de independencia, había quedado debilitada política y personalmente.

Los cargos directivos, y más cuando conllevan una exposición pública como la de los políticos a este nivel, acostumbran a disimular las flaquezas. Se imponen los tradicionales códigos masculinos porque son ámbitos donde las mujeres son aún la excepción. Ursula von der Leyen o durante años también Angela Merkel podrían dar buena cuenta de ello.

Cuando Anne-Marie Slaughter, entonces alto cargo de Hillary Clinton, escribió en el 2012 un artículo en ‘The Atlantic’ titulado ‘Por qué las mujeres aún no pueden tenerlo todo’ logró más de un millón de lectores y fue entrevistada en diarios y programas de medio mundo. No es que hubiese descubierto nada que muchas no supiesen y sufriesen. Explicaba cómo en determinadas posiciones es muy complicado compatibilizar la vida laboral y la familiar. En su caso el resumen era la imposibilidad de ser un alto cargo en la Administración norteamericana y a la vez atender las necesidades de dos chicos adolescentes. 

Tiempo después, al relatar la espectacular difusión que tuvo su artículo, Slaughter recordó que una revista alemana había resumido sus argumentos como “mujer de carrera admite que es mejor quedarse en casa”. Hoy, pasada una década, tal vez el titular no sería el mismo (algo hemos avanzado) aunque las dificultades persisten. En su discurso de despedida, la primera ministra de Nueva Zelanda reconoció que uno de los motivos para dejarlo era que quería estar más tiempo con su hija y su compañero. Un lustro atrás, cuando tenía 37 años, se había convertido en la jefa de gobierno más joven del mundo. 

Ser mujer no convierte a nadie en mejor política. Ejemplos no faltan ni aquí ni en países cercanos. Pero en muchos casos su presencia ha ayudado a aportar una perspectiva de género que ha costado siglos que se tuviera en cuenta. Incluso entre las que son contrarias a las cuotas hay quienes reconocen que ha sido la única manera de garantizar que la presencia de las mujeres en espacios como las listas electorales no fuese testimonial. Según las cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE), el porcentaje de mujeres en el conjunto de cargos directivos de los partidos es del 47% (cuatro décimas más que en el 2021). La mayoría de formaciones cumplen con los criterios de la Ley de Igualdad aunque otros, como Vox con un 28,6% y Coalición Canaria, con un 30,8% en sus comités ejecutivos son los que tienen menos presencia femenina. 

Tanto Sturgeon como Ardern subrayaron al irse que los políticos son humanos, algo que a veces olvidamos. Marcharse requiere más valentía que mantenerse en la silla. En eso no deberían ser tan distintos al resto, sean hombres o mujeres.

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