No en nuestro nombre

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Varias organizaciones de derechos humanos han exigido una investigación independiente sobre lo ocurrido en la frontera de Melilla, donde 37 personas murieron el pasado viernes intentando cruzar la valla, y han pedido que no se entierren los cadáveres sin antes realizar autopsias. Estamos ante un hecho de enorme gravedad. Testigos locales y varias ONG denuncian que las víctimas agonizaron bajo custodia sin ser socorridas, lo que habría contribuido a aumentar el número de muertos. Varias imágenes muestran devoluciones en caliente por parte de agentes españoles y agresiones de gendarmes marroquíes en suelo español.

Con el dinero de España y de Europa y con la indiferencia de muchos se ha normalizado la externalización de fronteras, el maltrato contra quienes intentan cruzarlas y la concepción de la migración como una declaración de guerra, hasta el punto de que España pretende pedir a la OTAN en la cumbre de esta semana en Madrid que considere la migración en el flanco sur como una “amenaza híbrida”.

Este sábado el presidente Pedro Sánchez definió el intento de cruzar la valla de decenas de personas como un “ataque violento” y un “ataque a la integridad territorial de nuestro país de manera violenta”, expresiones habituales de la derecha y ultraderecha europea. No tuvo palabras de pésame para las familias de las víctimas. Tampoco consideró oportuno defender la apertura de una investigación para determinar de qué modo murieron las víctimas, si hubo omisión de socorro y por qué se prohibió durante todo el día el acceso al hospital Hassani de Nador, adonde se trasladaron los muertos y heridos. La opacidad es evidente y ante ella cabe preguntarse a qué se debe la premura del presidente del Gobierno español en celebrar el desenlace de una operación que pasará a la historia de la infamia. Las imágenes de personas agonizando bajo el sol, doloridas, recibiendo golpes de la gendarmería marroquí, son estremecedoras.

En su comparecencia del sábado, Sánchez depositó la responsabilidad de lo sucedido en “las mafias que trafican con seres humanos”, como si las personas que intentan llegar a Europa carecieran de voluntad propia y migraran obligadas. Como si no hubiera graves problemas en los lugares de origen que empujan a muchos seres humanos a buscar otros rumbos, otras salidas. Como si no hubiera guerras, violencias, pobrezas, saqueo de recursos, sequías, catástrofes medioambientales, crisis climática, hambre.

Entre quienes intentaron cruzar la valla había decenas de sudaneses, contemplados como potenciales refugiados por Naciones Unidas, porque se considera que corren riesgo de muerte si vuelven a su país. Cuando Sánchez estaba en la oposición tenía una posición diferente ante el trato a las personas migrantes. Si estuviera gobernando el PP y un Feijóo presidente pronunciara palabras similares a las del presidente del Gobierno actual, probablemente el PSOE se las afearía públicamente. Los electoralismos tienen estas cosas. Tiempos oscuros estos en los que los derechos humanos son algo de quita y pon.

Las agresiones policiales y las 37 muertes en la frontera de Melilla han ocurrido días después de que el ministro de Exteriores Albares pidiera a la OTAN que considerara la migración en el flanco sur como una “amenaza híbrida”: “El terrorismo, la ciberseguridad, el uso político de los recursos energéticos o la migración irregular de forma conjunta pueden quebrar nuestra soberanía”, dijo. Con su afirmación el ministro español colocó en el mismo saco migración y terrorismo, y copió al Gobierno polaco de ultraderecha, uno de los pioneros en señalar la migración como un ataque.

La guerra invisible que Europa libra en sus fronteras contra personas inocentes estará presente en la cumbre de la OTAN que se celebra esta semana en Madrid. Y, como hemos visto, habrá mandatarios dispuestos a criminalizar a las personas migrantes, planteando que son una “amenaza híbrida” que debe ser combatida en el plano militar a través de la Alianza Atlántica. Resulta paradójico que se pida a la OTAN una respuesta contra la migración, puesto que algunas de las intervenciones de esta organización militar han contribuido a provocar desplazamientos forzados desde lugares como Libia, Irak o Afganistán. Como indica el Centre Delás de Estudios por la Paz en su último informe, “es posible afirmar que la OTAN está lejos de haber contribuido a estabilizar y dar seguridad a las poblaciones de los países en los que ha intervenido”.

En este marco se celebra la cumbre de la OTAN en Madrid, en un contexto en el que se apuesta por la militarización y la escalada bélica, por la concepción de la migración como amenaza y por la fuerza militar para frenarla, arrastrándonos a postulados capaces de justificar el maltrato y las muertes en la frontera.

La invasión rusa de Ucrania ha facilitado el compromiso de todos los socios de la Alianza Atlántica de aumentar el gasto armamentístico, lo que implicará menos inversión en políticas sociales. Hace tan solo un año se aplaudían con entusiasmo los objetivos de la Agenda 2030 de la ONU, la persecución de más derechos e igualdad. Atrás parecen quedar ahora esas prioridades, en pos de la militarización de Europa. Las imágenes de Melilla recuerdan a otras épocas muy oscuras. No debemos permitir que se normalice el uso de la fuerza y los mensajes deshumanizadores. Desde la política se puede y se deben defender los derechos humanos y la dignidad de todos los pueblos frente a quienes abrazan la inevitabilidad de la barbarie.

Hay una peligrosa tendencia al alza a asumir los marcos de la extrema derecha, facilitando que las tesis racistas se institucionalicen, que el uso de la fuerza se asuma y expanda. Vox y sus aliados europeos ya están ganando sin conquistar las urnas. Parte de sus postulados están siendo normalizados, incluso por gente que dice ser progresista. En el futuro quienes ahora miran hacia otro lado quizá se pregunten, con engolada indignación, cómo pudo pasar. Aún estamos a tiempo de decir no en nuestro nombre.