La ruleta rusa
Los rusos llaman a la ruleta rusa “ruleta americana”. Quizá no sea ni rusa ni americana. Dicen que ese juego de alto riesgo, consistente en sacar cinco balas de un revólver, dar un giro al tambor y dispararse a la sien (con una posibilidad entre seis de quedar frito ahí mismo), forma parte de las tradiciones de la Legión Extranjera francesa. El rito, al parecer, debía respetar ciertas normas. La primera y esencial, la improvisación repentina y arrebatada: un tipo aparentemente tranquilo se levantaba, extraía unas balas y se pegaba el tiro, con suerte o sin ella. Mirado así, algo de ruso hay en el juego.
No sabría decir en qué preciso momento la ruleta rusa se popularizó entre los políticos españoles. Por no ir demasiado atrás en el tiempo, consideremos pionero a Carles Puigdemont.
El 10 de octubre de 2017, Puigdemont llega a su despacho de la Generalitat dispuesto a convocar elecciones anticipadas. Pero escucha griterío en la calle, algunos colegas le expresan su terror a que la historia les considere traidores a la patria catalana, se genera una cierta histeria colectiva y Puigdemont, como los legionarios de la leyenda, se levanta y se pega un tiro sin mirar siquiera si el arma está cargada. Proclama la independencia de la República Catalana, permite que la multitud aplauda, suspende la independencia y se mete en un maletero. Sabemos lo que pasó y lo que está pasando, pero no lo que pasará al final. Cuando son políticos quienes juegan a la ruleta rusa, la bala viaja muy lenta.
Recuerden lo de Pedro Sánchez, maestro en la materia (como demuestra el hecho de que a estas alturas siga milagrosamente vivo), tras el desastre socialista en las elecciones autonómicas y locales. El 29 de mayo de 2023, con el PSOE casi de cuerpo presente, se levanta, se apunta a la sien y convoca elecciones anticipadas para el 23 de julio. El tipo tiene tanta chiripa que, además de salvarse cuando ya se le daba por muerto, logra que la bala lenta acabe en cuerpo ajeno. El de Alberto Núñez Feijóo, en concreto.
Ahora juega el actual presidente de la Generalitat. Pere Aragonès, de Esquerra Republicana, llega el miércoles a su despacho con todo a punto para aprobar unos presupuestos. El hombre parece tranquilo, la cosa está hecha. Y, sin embargo, en el último minuto le fallan los votos de esa nebulosa que llaman Comuns. Otro que se levanta, se acerca el arma a la sien y convoca elecciones anticipadas el 12 de mayo, a ver qué pasa.
Y en eso seguimos, en a ver qué pasa. El proceso electoral catalán impactará en la legislatura de la amnistía, pero no sabemos cómo. Tampoco sabemos aún si el percutor golpeará en bala o en vacío. Teniendo en cuenta el historial de Aragonès, lo más probable es que el arma se dispare. Yo no estaría nada tranquilo si fuera el cráneo de Aragonès. Pero quién sabe. Una vez metidos en el furor de los arrebatos suicidas, no sería extraño que antes del 12 de mayo algún otro se levantara y se acercara el revólver a la cabeza.
Confiemos en que ninguna de esas balas tontas acabe hiriéndonos a nosotros. Todavía más, quiero decir.
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