Semana fantástica en la sucursal bancaria de tu barrio
Según podemos leer en este mismo diario, la Compañía Milagros ejecutó el jueves un flashmob en una de las sedes que Ibercaja tiene en Sevilla para escenificar con una acción breve su apoyo a las familias de la Corrala Utopía, un edificio ocupado en Sevilla por 36 familias desahuciadas, en riesgo de exclusión social o con dificultades de acceso a la vivienda.
Mediante flashmobs –acciones urbanas en un lugar público realizadas de manera directa, inesperada e impactante– también el colectivo Flo6X8, compuesto por artistas, bailarines y cantantes, irrumpe en distintas sucursales bancarias para intervenir con su performance en medio de la actividad cotidiana de las oficinas. Uno de los números que ejecutan en los bancos se titula Los cuatro trileros, al que definen como una soleá por bulerías y cuenta, según sus propias palabras, “cómo los banqueros hicieron que los españoles fueran cautivos de la troika”. Los clientes y empleados de la sucursal se encuentran de repente en medio de un tablado flamenco, asistiendo pasivos y atónitos a la actuación del colectivo, pero la red sigue cada intervención de manera masiva. Los vídeos de los flashmobs en las oficinas de Bankia y La Caixa superaron el medio millón de reproducciones.
Como no puede ser de otro modo, el abandono por parte de los gobiernos de sus funciones básicas, tan elementales como la utilización de la política para tratar de paliar el deterioro social y económico de la población, obliga de alguna manera a los gestores reales, la banca en general, a emitir discursos y mensajes que otrora emergían del Estado y de las organizaciones sociales. Obviamente este tipo de comunicación no viene a paliar ninguna necesidad básica de los ciudadanos sino que se expresa a través de una herramienta del marketing que dialoga, curiosamente, con las performances que surgen espontáneamente en el cuerpo social –como la Compañía Milagros o el colectivo Flo6X8–, dejando afuera a las instituciones, que asisten como espectadores pasivos de la conversación, ya que no intervienen para poner límites a unos ni para respaldar a los damnificados. Veamos un ejemplo.
El Banco Sabadell sorprendió a los habitantes de su ciudad con un concierto callejero. A la hora de mayor tránsito de personas en la plaza de San Roque de Sabadells, desde el portal de la sede central del banco, de pronto comenzaron a salir de uno en uno el centenar de miembros de la Orquesta Sinfónica del Vallés y las corales Lieder, Amics de l'Opera i BellesArts. Los músicos recién llegados se iban sumando a los que ya se encontraban ejecutando el Himno a la alegría de Beethoven, ante el asombro de la pequeña multitud. Al final del vídeo, que lleva más de dos millones de reproducciones en la red, podemos leer: “Som Sabadell, We Are Sabadell” (Somos Sabadell). No se trata del pueblo de Sabadell en un acto colectivo, es el Banco Sabadell el que despliega su estrategia de comunicación asumiendo un compromiso cívico con la ciudadanía, pero en beneficio de su marca a la que, ambiguamente, confunde con la ciudad y su gente. La comunión que se produce ante el Himno a la alegría se carga de negatividad al toparse con un desahucio, la negación de un crédito, el engaño de las preferentes o simplemente con un dato cotidiano de la crisis que hace diana en la conciencia: el trasvase de dinero público a la banca.
Esta semana, Emilio Botín declaró: “Es un momento fantástico para España porque llega dinero de todas partes”. Lo dijo en Nueva York y, como afirman algunos, en el contexto de intentar vender su producto, el Grupo Santander, en el mercado exterior. Pero en nuestro país, en esta realidad –a la que el presidente Rajoy dice someterse de manera radical–, lo único fantástico es que, como en un cuento de Ray Bradbury, el presente se resuelve en un eterno malestar, ya que han fagocitado el futuro y disuelto el mínimo bienestar vivido ayer. Fantástico, también, es escuchar esas declaraciones cuando es sabido que Banesto, una de las entidades del Grupo que preside Botín, ha recibido de las arcas públicas oxígeno por valor de 1.301 millones de euros. Sin duda lo es. Y así como las semanas fantásticas de los grandes almacenes suelen durar en lugar de siete, diez días o más, según les vaya en la feria del consumo, nuestros días se dilatan porque les cuesta alcanzar el mañana. Sería fantástico también, al menos por una vez, como escribió y canta Serrat que “la fuerza no fuera la razón” y “que no perdiesen siempre los mismos”. “Seria tot un detall, tot un símptoma d’urbanitat”.