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Si yo fuera la madre de Santiago Abascal...

La secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez, 'Pam', en la manifestación feminista del 8 de marzo en Madrid.

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Pido, de entrada, mil disculpas por intentar ponerme en la piel de otra persona, de otra mujer. De una mujer real, de una madre, de cuya existencia no tengo noticia personal ninguna —ni siquiera sé si vive aún— y a la que, por supuesto, brindo todo mi respeto y consideración de mujer también madre.

He visto un vídeo profusamente difundido, en el que, en una manifestación del 8 de marzo de 2023 —fecha a subrayar—, unas jóvenes corean una cantinela que dice “Qué pena me da, qué pena me da, que la madre de Abascal no pudiera abortar”. Y, como casi todo el mundo conoce ya, en la portada de dicho vídeo, esto es, delante de las jóvenes referidas, aparece, sonriente —muy sonriente y orgullosa, según se observa, o así me lo ha parecido a mí— la secretaria de Estado de Igualdad, Dña. Ángela Rodríguez Pam, que es quien, precisamente, habría difundido estas imágenes en una red social.

Vayamos por partes. Miren, me considero una mujer de izquierdas y feminista: siempre he defendido —y sigo haciéndolo— el derecho al aborto libre, gratuito y practicado en la sanidad pública, y suscribo muchas de las iniciativas y normas promovidas por el Ministerio de Igualdad del actual Gobierno, incluidas algunas de las más discutidas. Con algunas dudas, como casi siempre, aunque con confianza en sus decisiones, como he defendido en este mismo espacio en más de un artículo.

Pero hay momentos en que es necesario poner pie en pared. Hay ocasiones en que no es posible asumir cualquier cosa. Nada querría yo más que defender con total convencimiento las decisiones y posiciones de los equipos de ese Ministerio tan necesario en la lucha por la igualdad de las mujeres.

Pero, como digo, hay momentos en que es necesario pronunciarse en contra y decir que ciertas actitudes son difícilmente soportables. Lo digo como mujer, como madre y, sobre todo, como ciudadana de izquierdas, circunstancias que, junto a otras que ahora no interesan, forman básicamente mi personalidad.

Y lo confieso, aunque no haga falta: yo también he sido adolescente, joven y relativamente inconsciente —inconsciente de algunas realidades, por razón de falta de experiencia, pero muy consciente de otras cuestiones básicas—. Y yo también he coreado a veces, en manifestaciones bulliciosas, alegres y efervescentes como esta, consignas discutibles.

Pero lo que ahora comento traspasa algunas líneas rojas o, como se decía antes, pasa “de castaño oscuro”. Y es que, según parece y se ve, hay mujeres que pretenden ponerse en la piel de otras mujeres, de mujeres madres, y rechazar su amor por un hijo, por un hijo real, nacido, criado, cuidado y querido, como seguramente ha sido Santiago Abascal.

Pues lo siento, pero, en mi opinión, no han entendido nada. No han comprendido estas jóvenes nada de la lucha del movimiento feminista ni del compromiso vital de tantas mujeres que han ido por delante. Porque, desde luego, ni el aborto es una decisión fácil ni frívola, ni un hijo o hija se rechaza porque el entorno o el país o incluso el mundo entero circulen por determinados caminos contrarios a los suyos. En mi experiencia personal —propia y también de otras mujeres muy cercanas—, no hay amor más dedicado ni más comprometido ni más desinteresado ni más amoroso que el amor de madre —y, seguramente, que el amor de padre, por qué no—, porque al hijo —pongan también hija, claro— se lo ama sin condiciones. Y, desde luego, no hay amor más libre que este. Porque un hijo no se elige por sus características, sino que se ama como es, como sea, aunque a ustedes, a las manifestantes, a quienes esto lean… no les guste. Y, desde luego, es un amor extraordinariamente libre, porque libremente se sigue amando, sea como sea esa hija.

Y es que las amigas, las parejas y las compañías se eligen según mil criterios —realmente no son tantos, pero lo mismo da—: si nos comprenden, si pensamos similar, si nos divertimos con ellas, si nos atraen físicamente… Algo que no ocurre con los hijos, y no solo con los que la biología nos brinda, sino tampoco con ningún ser con quien nos unimos voluntariamente por semejante relación de amor.

Bueno, esto es, hasta ahora, mi opinión, de la que mucha gente discrepará legítimamente, sin duda.

De lo que no cabe discrepar o, al menos, yo no podría jamás, es de que Santiago Abascal es, sin duda ninguna, un hijo querido para su madre. Y que, seguro, esa madre lo quiso desde siempre. Incluso si esa mujer hubiera en algún momento dado —aunque no me atrevo ni a pensarlo porque no puedo ponerme en su piel— dudado en abortarlo. Pero lo tuvo y, desde ese momento lo amó, eso es seguro.

Y no hay nadie, ni adolescente ni joven ni secretaria de Estado de Igualdad ni nadie, ni en un 8 de marzo ni en ningún otro día, que pueda desear, no ya la muerte de Abascal —lo que no me puedo ni imaginar— sino, sobre todo, que una madre hubiera debido abortar un hijo por la sola razón de que otras personas no lo soporten.

Yo jamás lo haría. Jamás renunciaría al amor de mis hijos por más que pusieran en una urna una papeleta distinta a la mía —incluso la más distinta—, o por más que estuvieran en las antípodas de mi pensamiento y nunca jamás podría poner en mi vida otra hija u otro hijo en su lugar o prescindir de alguno de ellos solo por bailar distinto en una manifestación. Y jamás pretendería quitar la vida a nadie o desear que se la hubieran quitado por ninguna razón ni podría desear que no hubiera nacido cargando esta (ir)responsabilidad en su madre.

Nunca jamás sentí tan lejos de mí, desde la izquierda, un discurso pretendidamente feminista tan insulso, displicente, ligero, poco comprometido e injusto, además de nulamente comprensivo del amor de madres y padres.

Está claro que hay quien entiende que la política puede hacerse a costa de las personas y no con ellas o debatiendo, e incluso discrepando profundamente, con ellas. Habría bastado con no difundir ese vídeo o hacerlo de manera crítica, incluso siendo cariñosa y condescendiente con los famosos cánticos, pero defendiendo siempre la libertad de todas las mujeres.

Si yo fuera la madre de Santiago Abascal y, desde luego, también la de Ángela Rodríguez, querría a mi hijo y a mi hija, aunque votáramos distinto y aunque fuéramos a las manifestaciones más distintas o aunque discrepara profundamente de sus ideas. Y, seguramente, las discutiría. Pero, sobre todo, estaría encantada de haber podido ser su madre.

Y todo, además, recordando que la izquierda es, sobre todo, la defensa de todas las personas en libertad e igualdad. 

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