El maltrato animal y la contradictoria búsqueda de igualdad en nuestra sociedad

“España debe dejar de ser un referente de toreros y de monarcas decrépitos que disfrutan maltratando y matando animales”. Escribía indignado estas palabras en mi cuenta de Twitter al enterarme del salvaje asesinato de Timple, un perrito callejero de Teguise, Lanzarote.

Timple fue atado, su hocico sellado con cinta aislante y asfixiado. Su agonía fue filmada por sus verdugos y compartida en redes sociales. El día anterior mirábamos horrorizados como un hombre en Almería sacaba a un pez luna del mar, se sentaba encima y lo asfixiaba delante de una multitud que permanecía impasible ante el macabro hecho.

El atropello a la dignidad de este perrito o de este pez supone también un atropello a la dignidad de nuestra sociedad. Toca reflexionar y preguntarnos si estos casos son producto de la normalización de la violencia. Pocos argumentos quedan cuando el rey y la vicepresidenta del Gobierno, promocionan el mayor acto de crueldad institucional, la tauromaquia. Muchos niños quedarán traumatizados al ver en directo y en la televisión pública la vejación, el maltrato, la agonía y la muerte de un animal indefenso y aterrorizado, mientras la grada enfervorecida aplaude en pie el río de sangre que emana por su nariz. Otros generarán mecanismos de defensa y naturalizarán este maltrato.

La normalización del maltrato genera falta de empatía hacia los más débiles, humanos o no humanos, con consecuencias directas como es el bullying o la violencia machista.

Decía el enorme José Saramago -quien como Timple, amaba Lanzarote-: “Un animal no puede defenderse; si tú estás disfrutando con el dolor, disfrutando con la tortura, te gusta ver cómo está sufriendo ese animal… entonces no eres un ser humano, eres un monstruo”.

Si queremos una sociedad igualitaria y moderna, debemos erradicar los monstruos especistas de la misma.