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Ennahda y el novedoso “islam democrático” afrontan su examen más importante

Rachid Ghannouchi, líder del movimiento Ennahda.

EFE

Túnez —

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En mayo de 2015, Rachid Ghannouchi y Abdel Fatah Mouro, los líderes fundadores del movimiento islamista Ennahda, escenificaron una reconciliación y le dieron un drástico giro al Islam Político, la retrógrada teoría emanada de los Hermanos Musulmanes que domina el mundo árabe desde la pasada centuria.

De la mano en un congreso multitudinario celebrado en el pabellón olímpico de Rades, ambos presentaron su apuesta por el llamado “islám democrático”, un proyecto similar al de la derecha cristiana europea que propone separar la acción política de la predicación religiosa.

A partir de entonces, y pese a la reticencia de algunos sectores más conservadores, el movimiento se escindió en dos: un partido político clásico asentado como primera fuerza en el Parlamento y una fundación dedicada a la caridad, la acción social y la reflexión ideológica.

Cinco años después, esta apuesta por la islamodemocracia, inédita y pionera en el mundo árabe, afronta su prueba definitiva en las elecciones presidenciales que arrancan este domingo en Túnez, con el propio Mouro como primer candidato al Palacio de Cartago en la larga y agitada historia de Ennahda.

Y en las legislativas previstas para el 6 de octubre, en las que, también por vez primera, Ghannouchi liderará las listas de la formación en la capital.

“La gente se ha habituado y percibe cada vez más a Ennahda como un partido político, incluso aquellos que se declaran laicos han empezado a simpatizar con nuestras propuestas”, explica a Efe un responsable del partido.

En la misma línea se pronuncia el reconocido analista político Hamza Meddeb, quién considera que esa división entre religiosos y laicos “ya no es creíble” en el espacio político que ha crecido en Túnez a lo largo de estos años de transición desde la dictadura del derrocado Zin el Abidin Ben Ali.

“Nuestro objetivo es que los tunecinos sientan que Ennahda es el partido que se preocupa por sus problemas reales, por la economía, la educación, el futuro. Así lo hemos hecho estos años en que hemos apoyado al Gobierno”, insiste el representante del partido, que prefiere el anonimato para respetar la ley electoral.

El primer gran examen para Ennahda fueron las legislativas de 2014, antes de la reforma, en las que logró un 36 % de votos, solo una décima por debajo de la plataforma laica de partidos Nidaa Tunis, formada por el presidente Beji Caïd Essebsi, fallecido el pasado julio.

Las sucesivas escisiones de la plataforma, integrada por partidos y políticos de diversa naturaleza, convirtió a Ennahda en la primera fuerza en el Parlamento y en el pilar sobre el que se ha mantenido el criticado Gobierno del primer ministro, Yusef Chaheed, uno de los que rompieron con Nidaa Tunis.

Dentro de esa estrategia de camino discreto al poder, Ennahda optó por no entrar en el gabinete -evitando el enorme desgaste que este ha sufrido debido a la aguda crisis económica que asfixia el país- y se limitó a ganar experiencia e influencia en puestos secundarios de la Administración, en la que ha penetrado con fuerza.

El segundo test fueron las municipales del pasado año, las primeras libres celebradas en Túnez desde el triunfo en 2011 de la llamada Revolución del Jazmin, en las que la formación política ya sacó buena nota.

Ennahda ganó aquellos comicios y asumió el control de algunas de las grandes alcaldías del país, incluida la de la capital, por vez primera en manos de una mujer.

Prohibidas por la ley electoral las encuestas -y las declaraciones a la prensa extranjera-, se desconoce quién lidera los pronósticos en este otoño electoral, pero en secreto las apuestas apuntan a que Mouro y su célebre traje tradicional tunecino estarán en la segunda vuelta.

El abogado de origen morisco es un personaje respetado en Túnez: formado en una cofradía sufí opuesta al colonialismo, fue encarcelado por los dos presidentes anteriores por sus actividades políticas.

En arresto domiciliario hasta la caída del dictador, Mouro cultivó la imagen de resistente generoso ejerciendo la abogacía entre los más necesitados, mientras Ghannouchi peleaba contra Ben Ali desde el exilio.

Ahora, desde el escalón previo a la jefatura del Estado, defiende que el trabajo de presidente es el de “un diplomático”, apuesta por “revisar las relaciones internacionales para mejorar el beneficio económico de Túnez”, propone una unión más estrecha en el Magreb y una nueva mirada al África subsahariana.

En campaña también ha hablado de medidas más estrambóticas, como la formación de un “ciberejército” y acusado a los políticos de haber dejado que el país se sume en la crisis económica que amenaza con dinamitar su endeble y modélica transición.

“La constitución otorga al presidente poderes únicamente para que preserve el prestigio del Estado, proteja las instituciones y la independencia de la Justicia, pero también para marcar las grandes orientaciones políticas de la República”, afirmó, en una declaración de campaña de la nueva Ennahda, que afronta su examen final.

Javier Martín

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