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La asimetría de la ultraderecha, el primer desafío para Bannon en Europa

Capital Research aumenta su participación en Logista por encima del 5,3%

EFE

Bruselas —

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El desembarco inminente en la Unión Europea (UE) de Steve Bannon, exestratega del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, agita a la ultraderecha europea, a la que pretende asistir de cara a las elecciones europeas de mayo de 2019 con su diversidad como principal escollo.

Bannon ha mantenido conversaciones en las últimas semanas con varios partidos de la extrema derecha europea para coordinar su nuevo proyecto, una organización con base en Bruselas llamada “The Movement”, con la que espera asesorar y financiar iniciativas afines, según desveló al diario británico “The Daily Beast”.

No obstante, sus ambiciones de crear un “supergrupo” ultraderechista en el Parlamento Europeo que impulse una ruptura comunitaria pueden verse truncadas a la hora de conjugar los intereses de cada movimiento.

“Lo que (Bannon) puede ofrecer es un marco ideológico general, dinero y asistencia logística, en lo que la ultraderecha estadounidense es excelente”, declaró a Efe Christian Kastrop, del centro de estudios Bertelsmann Stiftung.

Sin embargo, según Kastrop, la predominante naturaleza regional de la ultraderecha europea choca con la homogeneidad de la estadounidense, por lo que “habrá que ver en qué consiguen ponerse de acuerdo”.

En su opinión, la llegada de Bannon “no tiene que ver solo con la exportación de sus valores”.

“Tanto Trump, como (el presidente de Rusia, Vladímir) Putin y (el líder de China) Xi (Jinping) tienen mucho que ganar con la disolución de la UE”, añadió el analista.

Pese a los avances en los últimos años de la ultraderecha europea, su presencia es profundamente asimétrica en el continente.

En Italia, el antisistema Movimiento Cinco Estrellas (M5S) y la ultraderechista Liga gobiernan desde hace dos meses.

El líder de la Liga y ministro del Interior, Matteo Salvini, consiguió en marzo el 17 % de los votos y ostenta una de las dos vicepresidencias de la República -junto con el líder del M5S, Luigi Di Maio-.

En junio, varias encuestas daban un apoyo del 29 % de los electores italianos a él y sus políticas, entre ellas la prohibición del desembarco de oenegés con inmigrantes a bordo, o su voluntad de acabar con los campamentos de gitanos.

Pero es en Francia donde la fortaleza electoral de la extrema derecha es paradigmática, desde la llegada a la segunda vuelta de las presidenciales de 2002 del entonces líder del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, una hazaña que su hija y sucesora, Marine, volvió a repetir en 2017.

Tras su derrota ante Emmanuel Macron, Marine Le Pen ha aparcado sus propuestas eurófobas, tratado de desvincularse de personalidades que arrastren un pasado sulfuroso -incluido su propio padre- y rebautizado su partido como “Agrupación Nacional”.

En Alemania, la ultraderechista AfD, tercera fuerza política, sitúa su techo electoral sobre el 20 % a pesar de las deserciones de quienes denuncian su avance hacia una mayor radicalización.

Por su lado, el retorno de los ultranacionalistas austríacos del FPÖ al Gobierno, el pasado diciembre, fue de la mano de un Partido Popular (ÖVP) que fagocitó el tema estrella de sus ahora socios: el control de la inmigración, con medidas como cobrar 840 euros a los solicitantes de asilo y la reducción de las prestaciones sociales a los extranjeros.

Pese a la sucesión de escándalos relacionados con el pasado nazi del FPÖ y su relación con Putin, sus políticas están totalmente integradas en el Gobierno de los populares del joven Sebastian Kurz, que dominan las encuestas.

En la República Checa, el populista Andrej Babis lidera un Gobierno de coalición con los socialdemócratas, tras ganar las elecciones con un discurso en el que el rechazo a las cuotas de refugiados fue esencial, como también lo fue en Hungría.

Allí, la dialéctica nacionalista del conservador Viktor Orbán no ha dejado de endurecerse desde su primera mayoría absoluta, en 2010, que reeditó en 2014 y, con el 49 % de los votos, el pasado abril.

Orbán ha acusado a la UE de permitir la llegada de terroristas, poner en peligro su identidad cristiana y tratar de robar la soberanía de sus miembros.

No obstante, hay asimismo países donde la presencia de la ultraderecha es mínima, como en España, donde carece de representación parlamentaria pese al recrudecimiento de los mensajes antiinmigración al calor de las llegadas de indocumentados por mar, o en Portugal, donde su mayor exponente es el Partido Republicano Renovador, que en las últimas elecciones generales (2015) solo consiguió el 0,5 % de los votos.

En el Reino Unido, el UKIP, el partido que fomentó la convocatoria del referéndum del “brexit”, tampoco tiene diputados en la Cámara de los Comunes, y en las elecciones locales del año pasado perdió prácticamente todos los escaños que defendía.

En Holanda, aunque el Partido de la Libertad (PVV) del ultraderechista Geert Wilders, es a día de hoy la segunda fuerza parlamentaria, se encuentra bloqueado por una coalición progresista que se niega a negociar con su líder por su discurso eurófobo y racista.

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