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De “disminuidos” a personas con discapacidad: un largo camino contra la discriminación

Una persona con discapacidad, en una imagen de archivo.

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Vamos avanzando hacia una sociedad y un lenguaje inclusivos y respetuosos con las minorías con características diferentes a las estandarizadas. Eso sí, sin prisas y con pausas.

Desde 2008, fecha de creación de la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, instrumento internacional de las Naciones Unidas destinado a proteger los derechos y la dignidad de las personas con discapacidad, los colectivos incluidos en el artículo 49 de la Constitución española de 1978 venían solicitando una nueva redacción que sustituyera el término de “disminuidos” por el de “personas con discapacidad”, adoptado por dicha Convención.

No ha sido un camino fácil, nunca lo ha sido para las minorías discriminadas. Pero en este caso el extremismo de las derechas lo ha hecho más penoso. El PSOE ya quiso reformar el artículo 49 en mayo de 2021, pero se topó con la cerrilidad de PP y Vox y sus estrafalarios argumentos: para Cuca Gamarra, portavoz del PP en el Congreso, suponía la “apertura en canal de la Constitución, un riesgo que no se ha medido por la dependencia de los partidos independentistas”. Y para el de Vox, Iván Espinosa de los Monteros, el Gobierno revelaba con su iniciativa que “odia a quien no encaja en los patrones de colectivización” y que los grupos que apoyan la modificación no defienden a las personas con discapacidad porque han respaldado una “ley del aborto que discrimina el derecho a la vida de las personas con discapacidad. Que dejen en primer lugar que nazcan”, dijo. Al necesitar 3/5 de los votos para la reforma constitucional, triunfó la estupidez y el Gobierno hubo de retirar su propuesta.

Pero, por lo visto, el 2.023º renacimiento del Niño Dios ha dejado al pie del árbol de Navidad un kit para el PP que incluye un oro de racionalidad, un incienso antidiscriminatorio e incluso una mirra de caridad cristiana y el pasado 29 de diciembre presentó en el registro del Congreso de los Diputados, de la mano del PSOE, el texto que antes había rechazado de la reforma del artículo 49 –solicitando, además, que la reforma se tramite por procedimiento de urgencia y lectura única, para que sea aprobada este mes de enero–, que quedará así (si el tiempo lo permite y las enmiendas del PP/negativa de Vox no lo impiden):

  • 1. Las personas con discapacidad son titulares de los derechos y deberes previstos en este Título en condiciones de libertad e igualdad real y efectiva, sin que pueda producirse discriminación.
  • 2. Los poderes públicos realizarán las políticas necesarias para garantizar la plena autonomía personal e inclusión social de las personas con discapacidad. Estas políticas respetarán su libertad de elección y preferencias, y serán adoptadas con la participación de las organizaciones representativas de personas con discapacidad en los términos que establezcan las leyes. Se atenderán particularmente las necesidades específicas de las mujeres y niñas con discapacidad.
  • 3. Se regulará la especial protección de las personas con discapacidad para el pleno ejercicio de sus derechos y deberes.
  • 4. Las personas con discapacidad gozan de la protección prevista en los tratados internacionales ratificados por España que velan por sus derechos“.

Lustros de lucha

Si se aprueba, habrán pasado 17 años desde que el CERMI (Comité de Entidades Representantes de Personas con Discapacidad) pidiera la reforma. Con la agravante de que fue el propio PP quien asumió el término cuando en agosto de 2001 creó el Real Patronato sobre Discapacidad y no el Real Patronato sobre Disminuidos...

Pero..., ¿CERMI? Sí: C de Comité, E de Entidades, R de Representantes..., pero, ¿MI de Personas con Discapacidad? No, MI era de Minusválidos, nombre original cuando no era una caracterización peyorativa y que se mantuvo para preservar la sonoridad del acrónimo y la marca. Como hizo FEAPS, la Federación Española de Asociaciones Pro Subnormales, que pasó a llamarse en Confederación Española de Organizaciones en favor de las Personas con Discapacidad Intelectual sin cambiar sus siglas.

Y es que el vocablo disminuido, como subnormal, no se consideraba despectivo en 1978 sino meramente descriptivo, por lo que se utilizó en la Constitución. Ha sido la concienciación social lo que los han convertido en ofensivos. Siempre ha sido así. Las denominaciones de las asociaciones de ciegos y minusválidos, que nacieron a principios del siglo pasado en el levante español, son elocuentes de lo que suponían para la sociedad: La Caridad, La Esperanza, El Porvenir del Ciego, Inútiles para el Trabajo, Sociedad de Ciegos, semiciegos y otros inútiles para el trabajo, La Piedad, Amigos de los Pobres, Tienda Asilo, Sociedad Protectora de los Pobres... Surgieron de la eterna lucha de esas minorías por dos derechos esenciales para ellas, la autonomía y la integración: entre estar escondidos en sus casas, quienes podían permitírselo, o en una esquina con la mano tendida a la espera de una limosna, eligieron su propio trabajo y no ser una carga para los demás ni para el Estado: la venta de cupones para una rifa diaria. En Alicante, La rifa dels ceguets alicantíns, de los cieguecitos alicantinos; Los Iguales, en Murcia y Almería...

Y es que “lo que no se nombra no existe”, dicen que decía el filósofo francés George Steiner, pero, en el caso de los capacitados, podríamos objetar que lo que se nombra hace invisible lo nombrado. “Cretino”, “idiota” o “mongólico” eran en el pasado términos médicos de uso corriente, como lo eran populares los “subnormal” –en los años 70 del siglo pasado existía una Federación Española de Asociaciones Protectoras de Subnormales y una Mutualidad de Previsión Social para Ayuda a Subnormales–, “retrasado”, “deficiente”, “inválido”, “tullido”, “cojo”, “manco”, incluso el extendido “tonto del pueblo”. Apelativos que, progresivamente, se utilizaron como insultos o calificaciones despectivas, como el más o menos inocente tonto del pueblo que pasó a ser el agresivo tonto de baba, lo que impulsó nuevas denominaciones para no ofender a los colectivos discapacitados. Aunque, excepcionalmente, se trataba, precisamente, de ofender: el franquismo se inventó la locución “caballeros mutilados” para diferenciar a los soldados del bando golpista de los “jodidos cojos” del republicano: recuerdo de mi juventud madrileña los asientos del Metro con el cartelito 'Reservado para caballeros mutilados'.

Un ejemplo de esa 'evolución': cuando “cretino” e “idiota” ya eran mayoritariamente insultos se adoptó el término “subnormal”, que corrió al poco la misma suerte, y a éste lo sustituyó el “minusválido”, hoy desaconsejado por peyorativo. Siempre corriendo tras la integración, pero la discriminación es más rápida.

Charlo sobre el asunto con Pedro Zurita, que fue mi jefe cuando, a principios de siglo, hacía la revista órgano de la World Blind Union, la Asociación Mundial de Ciegos, fundada en 1984 y de la que el políglota Zurita fue secretario general de 1986 a 2000. Me recuerda que el paso de inválido, no válido, a minusválido, menos válido, fue un invento dulcificador del ministro franquista del Trabajo Licinio de la Fuente, que se utilizó por primera vez en 1974 para referirse genéricamente a todos los grupos afectados, en Minusval-74, la I Conferencia Nacional para la Integración de las Personas con Discapacidad en la Sociedad, organizada por el Instituto Nacional de Previsión.

Me señala que el término discapacidad está tomado del inglés disability –“calco del inglés”, dicen Pedro Zurita y la RAE–, donde sustituyó a otros peyorativos, como impairment y handicapped y, sobre todo, al ofensivo crippled, lisiado. El mismo proceso, más o menos, que ha experimentado el habla en castellano para designar a las personas con discapacidad; aquí, incluso se llegó a utilizar el vocablo 'handicapado', de uso fugaz por su anfibología genital en español.

Un problema lingüístico, un problema social

Hay dos colectivos que nunca han abandonado su denominación original, el de los ciegos y el de los sordos, que siempre han dejado el disminuido y ahora persona con discapacidad, visual o auditivo, para quienes están alrededor del umbral de la ceguera o la sordera. Rechazando, lógicamente, los insultos o expresiones peyorativas –“cegato”, “cegatón”, “sorderas”, “como una tapia” o “teniente”–, pero también eufemismos o terminología médica –amaurosis para la ceguera e hipoacusia o cofosis para la sordera–; si acaso, sinónimos: “invidente” para el ciego y creo que no existe para el sordo.

Y es que la corrección política es una cuchilla de doble filo, al menos en lo que nos ocupa. Según la real Academia Española, discapacidad es la “situación de la persona que, por sus condiciones físicas, sensoriales, intelectuales o mentales duraderas, encuentra dificultades para su participación e inclusión social”, pero si buscas el significado del prefijo dis-, señala que “indica negación o contrariedad”. Es decir, discapacitado es igual a no capacitado, lo que es igual a incapaz. Y vuelta la burra al trigo.

De hecho, ya hay voces de esos colectivos que se pronuncian contra la inminente calificación oficial: “Es fundamental eliminar el término 'discapacitados' como sustantivo por tratarse de un término sumamente peyorativo y mejor decimos ”personas con discapacidad“, a lo que se añade el apellido correspondiente: motriz, auditiva, visual, intelectual o psicosocial (enfermos mentales). Es el término que escogió el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en 2006 para su Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las Personas en Situación de Dependencia, cuya disposición adicional octava, titulada 'Terminología', dice: ”Las referencias que en los textos normativos se efectúan a 'minusválidos' y a 'personas con minusvalía', se entenderán realizadas a 'personas con discapacidad'. A partir de la entrada en vigor de la presente Ley, las disposiciones normativas elaboradas por las Administraciones Públicas utilizarán los términos 'persona con discapacidad' o 'personas con discapacidad' para denominarlas“.

Y ya hay quienes reivindican denominaciones aún más alambicadas o abstractas, como personas con capacidades diferentes o especiales o personas con diversidad funcional, término que propuso en 2005 el Foro de Vida Independiente para la Lucha por la Dignidad en la Diversidad del Ser Humano, encareciendo el uso de las siglas PDF...

Lo que nos lleva a la otra cara del problema, el de la comprensión gramatical. Si le hubiera dicho a mi anciana madre que aquella persona era discapacitada, me habría respondido: “¿No es paralítica?”. Trabajando en la World Blind Union tuve ocasión de conocer la historia de una mujer extraordinaria, la presidenta de la Asociación Filipina de Sordociegos que, ciega, sorda y cuadripléjica, gobernaba los asuntos de los sordociegos en centenares de islas de las más de 7.000 del archipiélago a bordo de una primitiva silla de ruedas sólo con un ayudante y una intérprete del sistema dactilológico, la forma de comunicación mediante la transmisión del alfabeto en la palma de la mano. No sé si era discapacitada; desde luego, no era incapaz sino autora de una obra gigantesca (como lo fue la de Helen Keller, cuyo aprendizaje dactilológico no es más familiar, pues lo llevó al cine Arthur Penn en El milagro de Ana Sullivan (The Miracle Worker, 1962).

Tampoco sé cuánto durará la honorabilidad del nuevo término, cuánto tardaremos en convertir el vocablo en venablo verbal. El problema de fondo no se arregla solamente dignificando el nombre, aunque sea un avance. Lo que importa en el de las personas con discapacidades es, al revés que el refrán, el huevo, la no discriminación, más que el fuero, el cambio de denominación. Es posible que llamarlos personas con discapacidad comporte una mayor respetabilidad, pero el problema para muchos de ellos sigue siendo el de siempre: autonomía e integración.

Pongo por ejemplo el deporte paralímpico: no se trata de que se llame a los atletas minusválido o discapacitado; de lo que se trata es de no discriminarlos y equiparar los premios por medallas, récords, becas, etcétera, a los que se otorgan a los atletas sin discapacidades; que se los denomine de una manera u otra es el chocolate del loro, que si significa “gasto insignificante en relación con el ahorro que se desea realizar” (DRAE), en este caso podríamos decir que es un “gesto insignificante en relación con la discriminación que se desea mantener”.

No en vano un lema del citado CERMI es “No nos cambies el nombre, ayúdanos a cambiar la realidad”. Esto es lo urgente que hay que modificar.

Nota: Quien desee profundizar en este asunto, tiene a su disposición una Guía para un uso no discriminatorio del lenguaje (en el entorno de la discapacidad) y la Guía de Estilo sobre discapacidad para profesionales de los medios de comunicación, editada por el Real Patronato sobre Discapacidad.

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