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Las generaciones sin 'colchón' inmobiliario ni ahorros
Opinión - El extraño regreso de unas manos muy sucias. Por Pere Rusiñol

Pedro Sánchez y el triunfo improbable del hombre que estaba allí

Pedro Sánchez, tras abandonar el hemiciclo recién elegido presidente.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Diecinueve meses después desde el descenso a los infiernos del Comité Federal del PSOE de octubre de 2016, los socialistas se concedieron este viernes una catarsis de besos, abrazos y sonrisas en el hemiciclo del Congreso. Unos minutos antes, Ana Pastor había comunicado el resultado de la votación y los 180 votos que daban la presidencia del Gobierno a Pedro Sánchez, alias El Renacido.

El mismo grupo parlamentario que vio marchar a Sánchez con pocas lágrimas tras su dimisión como diputado y que pensó que nunca más volvería a verlo se hizo una foto de grupo en el hemiciclo rodeando a su nuevo héroe: el tercer socialista que preside el Gobierno desde 1977. 

Sánchez salió del hemiciclo con tres palabras en los labios: “consenso, humildad y entrega”. Los presidentes del Gobierno no suelen estar muy interesados en el consenso si pueden evitarlo, la humildad no está habitualmente entre sus virtudes y, eso sí, meten muchas horas en el trabajo. El nuevo presidente tendrá que adaptar esas características al hecho de que su partido sólo tiene 84 escaños. Tiene que aligerar el paso. El relevo en el Gobierno se producirá tan rápido como es habitual en Gran Bretaña, donde al día siguiente de las elecciones ya hay un nuevo inquilino en Downing Street si los resultados en las urnas lo exigen.

Por eso, hecha la foto en el hemiciclo y cuando se iniciaba la siempre lenta salida de diputados de la Cámara, se oyó a José Enrique Serrano apremiar a sus compañeros con un “venga, vamos” para que se dieran un poco de prisa. El que fue jefe de Gabinete de González y Zapatero sabe cómo se hacen esas transiciones y que nunca sobra el tiempo.

Antes de la votación y el éxito de la moción de censura, el debate tuvo su tramo final con las intervenciones de los portavoces de PSOE y PP. Al igual que en la tarde de ayer, tampoco estaba en su escaño Mariano Rajoy, aunque esta vez Sáenz de Santamaría no puso el bolso en él. Señal de que se le esperaba. Rajoy llegó con el tiempo suficiente para votar y felicitar al vencedor. Y también para un último gesto de reivindicación personal: “Ha sido un honor dejar una España mejor de la que me encontré. Ojalá mi sustituto pueda decir lo mismo”. 

Un aperitivo de la oposición del PP

Antes su portavoz parlamentario no se anduvo con formalidades. Su discurso fue escuchado con la idea de lo que podía indicar sobre el futuro tono de la oposición del PP. Rafael Hernando comenzó a marcar el terreno con el argumento más previsible. Efectivamente, ETA. “No sé si podrá mirar a las víctimas de ETA. Yo no podría”, dijo en relación al apoyo de EH Bildu a la moción de censura. El PSOE y Bildu no negociaron el voto en la moción, y el primero no necesitaba los votos de la izquierda abertzale, pero eso son menudencias para alguien como Hernando. 

Sánchez le respondió: “Si la oposición que van a hacer coincide con lo que ha dicho hoy en la tribuna, señor Hernando, están condenados a la irrelevancia”. Hernando lo escuchó y se empezó a reír con ganas pensando en todas las ocasiones en que sacará la motosierra en el pleno. Nunca subestimes la capacidad del PP de montar jarana parlamentaria cuando está en la oposición. Que sea siempre efectiva para sus intereses es otra cosa. A Rajoy no le sirvió de mucho su famosa frase de la “traición” de Zapatero a las víctimas, en lo que también fue su momento más bajo en su larga historia como parlamentario.

Un diputado del PP bromeaba tras la moción para resaltar las (escasas) ventajas de estar en la oposición: “Ahí no te reprimes nada”. 

Pronto aparecieron titulares y análisis sobre “el Gobierno más débil de la democracia”. Es cierto en función de los fríos números, pero es más discutible si lo comparamos con los gobiernos a los que sus escaños no les dieron una gran seguridad. Por ejemplo, el segundo Gobierno de Suárez en 1979 o el último Gobierno de González en 1993. 

El de Sánchez es un camino nuevo porque en la España del bipartidismo las mayorías absolutas de un solo partido eran posibles. Con el sistema político actual, son imposibles, pero eso no ha hecho que llegar a pactos en el Congreso sea para los partidos españoles más indoloro que una visita al dentista.

Sánchez debería intentar prolongar el estado de ánimo de los diputados de Unidos Podemos, que se arrancaron con un “¡Sí, se puede!” en el hemiciclo tras la victoria de la moción, como si fueran ellos los que hubieran ganado. El jueves, el líder del PSOE ya tuvo la oportunidad de medir los cambios de humor de Pablo Iglesias: sorprendentemente duro en su primera intervención contra Sanchez y sorprendentemente conciliador en la segunda. Cómo conseguir que Iglesias no se cabree, debería ser el título de un informe que llegue a la mesa de Sánchez. 

Sánchez es el renacido de la política española. Hay ciertas similitudes con el personaje encarnado por Leonardo DiCaprio y todas las tribulaciones que sufre hasta obtener su objetivo. Sánchez fue atacado por Susana Díaz y la mayoría de los barones socialistas, y fue dado por muerto. Una vez que consiguió lo que parecía imposible, volver al poder en Ferraz, se encontró con escasas posibilidades de poner en aprietos al Gobierno. Pero cambiaron las circunstancias –sobre todo, apareció la sentencia de Gürtel– y Sánchez supo subirse a la ola que se había formado de repente. El hombre estaba allí, en el sitio correcto y en el momento apropiado.

Se suele recordar que Napoleón dijo que preferiría a los generales con suerte (en realidad, no lo dijo). Decir que Pedro Sánchez sólo tiene suerte sería otra forma de subestimarlo. El mismo error que cometieron antes unos cuantos dirigentes de su partido, además de Mariano Rajoy.

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