Llevaban casi dos años sin poder hacerlo y la cita del fin de semana fue la ocasión perfecta para recuperarlo. Recuperar los encuentros, los abrazos, los bailes. El año en el que el cuadro de Genovés vuelve a ser un símbolo de pacto, la familia socialista celebra su 40° Cónclave ordinario y el primero de la concordia devolviéndose los abrazos que les había robado la pandemia. Y la disputa.
Los corrillos de las conspiraciones ya son un recuerdo en la memoria de dirigentes y periodistas. En esta cita se sustituyen por corrillos con pizzas y vasos de plástico. Ya no se planea un asesinato en el comité federal; se planea quién hará la cola para las consumiciones. El congreso pasa de ser una novela de Vázquez Montalbán a una versión soft de un festival indie. Dónde volaron los puñales ahora vuelan los tickets para las food trucks que han inundado el recinto de Feria Valencia y permiten a los asistentes cenar con un espectáculo pirotécnico. “Aquí sólo nos matamos cuando no mandamos”, bromea un diputado. Y lo secunda un delegado, una parlamentaria, otro dirigente mientras bailan. Solo hay guerra cuando no hay poder. Cuando se gobierna no hay opción de derribo. No se toca lo que funciona y lo que funciona se llama Pedro Sánchez.
Escribe Laura Martínez.