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El sueño de 26 migrantes bangladesíes que acabó en masacre en Libia

EFE/EPA/MONIRUL ALAM EPA.

EFE

Dacca —

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Un mensaje de móvil con la foto de un cadáver fue el inicio del duelo para la familia de Jewel, que, con 20 años, fue uno de los 26 migrantes bangladesíes asesinados a tiros por milicias libias el pasado 28 de mayo al sur de Trípoli.

Ety Akter, hermana de Jewel, recibió el mensaje de un amigo en Trípoli.

“Mi marido le llamó de inmediato y le preguntó por qué nos enviaba esa foto”, relata a Efe, y él respondió que “había problemas cerca de Bengasi y que la foto podría ser la de Jewel”.

El matrimonio contactó entonces con el traficante de personas Amir Sheikh, a quien habían pagado un millón de takas (unos 12.000 dólares) una semana antes para abonar el rescate de Jewel, que había viajado a Libia porque esperaba un trabajo muy bien pagado, pero, en su lugar, se encontró con un secuestro.

Este traficante, según la policía de Bangladesh, era un presunto miembro de la organización criminal que envió a Libia a algunos de los asesinados el 28 de mayo y cuyo líder, Haji Kamal, fue detenido este lunes en el país asiático.

“Luego, por la mañana, encontramos el nombre de mi hermano en el cuarto puesto de la lista de asesinados en Libia”, relata Akter.

Así se enteró de que Jewel había sido asesinado a tiros por una milicia libia junto a otros 25 compatriotas en la ciudad de Mizdah, a 180 kilómetros al sur de Trípoli.

EL VIAJE

El periplo de Jewel había comenzado el pasado 12 de febrero, cuando salió de su casa de Madaripur, cerca de Dacca, al otro lado del río Padma, donde trabajaba en el campo. Su familia no pagó a los traficantes hasta que supieron que el joven había llegado a Libia.

“Les pagamos 410.000 takas (4.800 dólares) cuando llegó allí. Prometieron llevarlo a Trípoli, donde tenemos parientes, pero sólo lo llevaron hasta Bengasi (a unos 1.000 kilómetros por carretera al este de Trípoli)”, dice Akter.

“Pagamos porque aseguraron que pronto haría el viaje a Trípoli”, que se truncó el 20 de mayo, cuando recibieron un mensaje de voz de Jewel en el que les decía que había sido secuestrado y que debían pagar otro millón de takas como rescate.

“Vendí todas mis joyas y pedí dinero prestado a nuestros familiares para pagar, el 24 de mayo, a Amir. Dijo que pronto lo liberarían, pero eso nunca sucedió”, lamenta.

EL SECUESTRO

Citando a uno de los supervivientes de la masacre, el Ministerio de Exteriores de Bangladesh informó de que una milicia libia había tomado como rehenes a 37 bangladesíes mientras eran llevados a Trípoli por los traficantes, 15 días antes del ataque del 28 de mayo.

Tras sufrir una “tortura inhumana” por parte de los captores, los rehenes mataron al líder de la banda y, en represalia, sus miembros dispararon indiscriminadamente contra los inmigrantes, matando a 26 de ellos e hiriendo a otros 11.

El padre de otra de las víctimas de la masacre, Kabul Miridha, explica a Efe cómo pagó a los traficantes 405.000 takas (4.770 dólares) para que llevaran a su hijo Sujon hasta el conflictivo país del norte de África.

“Mi hijo se fue con uno de nuestros parientes el 27 de enero y llamó 18 días después, diciendo que estaba esperando un trabajo”, contó Miridha.

“Entonces, un viernes, recibí una llamada suya. Decía: 'Por favor sálvame, papá. Me matarán'. Y escuché el sonido de los golpes que recibía. Les pedí que no golpearan a mi hijo y me exigieron un millón de takas. Pedí un poco de tiempo y dije que pagaría antes del 1 de junio, pero todo terminó antes”, relata.

“Vendí parte de mis tierras y pedí prestado el resto. Después de pagar su viaje, sólo me quedaba un pequeño pedazo de tierra, que estaba planeando vender. Pero no pude salvar a mi hijo”, se lamenta.

La misma cantidad que los traficantes exigieron a la familia Miridha, se la pidieron también a Jamal Sheikh, hermano de uno de los heridos en el tiroteo, Omar Sheikh, procedente de Bamandanga, en el centro de Bangladesh.

“Nuestra única opción para pagar el rescate era vender un riñón. No pudimos hacerlo y dispararon a nuestro hermano”, dice a Efe Jamal, que trabaja, al igual que solía hacer su hermano, en un aserradero donde apenas gana 4.500 takas (53 dólares) al mes.

EL NEGOCIO DE LA INMIGRACION

El pasado lunes, las fuerzas especiales de la Policía bangladesí, el Batallón de Acción Rápida (RAB), arrestaron a Haji Kamal, presunto líder de una de las organizaciones de traficantes que envían migrantes a Libia.

Según el RAB, Kamal trabajaba como proveedor de materiales de construcción en Dacca, donde contactó con numerosos trabajadores pobres a los que convencía de viajar ilegalmente a Libia en busca de trabajos con jornales diarios de hasta 6.000 taka (unos 70 dólares), diez veces más de lo que pueden ganar en Bangladesh.

Los traficantes llevaban supuestamente a los migrantes desde Bangladesh por una ruta a través de la India y pasando por Dubái y Egipto hasta llegar a Bengasi.

Además de a Kamal, la policía abrió una investigación a otras 38 personas, presuntamente miembros de la organización de trata de personas, entre ellos Amir Sheikh.

“La trata de personas es un fenómeno antiguo que sucede desde hace años (...) Hay mucha gente necesitada en nuestro país que cree que yendo al extranjero solventará sus problemas económicos. Los traficantes se aprovechan de su debilidad”, resume a Efe el subinspector de la Unidad de Delincuencia Organizada de la Policía, Imtiaz Ahmed.

Azad Majumder

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