Catherine Breillat: “Un feminismo quiere imponer un orden moral riguroso, pero no me interesa: soy una mujer libre”

Catherine Breillat durante el acto que ha protagonizado en Sevilla.

Alejandro Luque

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Si hay una directora que haya explorado el deseo y la sexualidad en el cine contemporáneo sin la menor concesión a la moralina, ésa es Catherine Breillat. Parisina de 1948, la autora de filmes como Romance, Anatomía del infierno o Una vieja amante ha protagonizado una charla en el espacio Antiquarium con la gestora cultural Cristina Consuegra, en el marco del Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF), en el que ha explicado su personal idea del oficio cinematográfico y evocando algunos hitos de su carrera.

Breillat recuerda que “empecé con 17 años escribiendo novelas y soñando con llevarlas luego al cine. Desde ese momento ya se me consideraba escandalosa, alguien a quien quemar como una bruja, sin que para nada fuera mi propósito. Yo solo quería expresarme libremente”, comenta. “Mis películas han suscitado a veces odio, reacciones virulentas, y siempre me preguntaba por qué generaban esa violencia. Luego lo entendí: el arte consiste en contestar preguntas que no se hacen, que no se han hecho nunca”.

Esa estela de provocación la persiguió durante décadas. Su filme Romance, por ejemplo, que contó con el actor porno Rocco Siffredi junto a la actriz Caroline Ducey, “llegó 20 años después de haber escrito sobre el tema en mi debut como novelista, Romance helado, y mucha gente pensaba que era imposible llevarlo a cabo en el cine. Yo sí creía que podía hacerlo, incluso con relaciones sexuales no simuladas, y me dispuse a trasladarlo a la pantalla. Como el título de la película indicaba, no era una historia caliente, quería hablar de la alienación, de las películas X pero también de la X del cromosoma… Es lo que me gusta del cine, la posibilidad de abrir un amplio abanico de sentimientos, mostrar las cosas y sus contrarios”.

Cine para no pensar

La cineasta define este emblemático título como una película “sobre la filosofía a través de la identificación sexual”, subraya. “Es como buscar el Grial, pero ahora pienso que no tuve la suficiente valentía para ir demasiado lejos hacia la pornografía, no fui lo bastante valiente. Para mí era un filme conceptual, con un aspecto plástico muy acentuado, inspirado en Georges de La Tour. Pero al terminarla estaba un poco atormentada, creía que me había quedado una película muy fría, el montaje final me pareció horroroso y la odiaba, pero acabó siendo un éxito mundial. Y se convirtió en una película espejo, hubo mujeres que se divorciaron después de verla. Me decían que sentían que estaba hecha para ellas, de modo que quizá no fuera tan marginal como yo pensaba”.      

Luego llegó Anatomía del infierno, una cinta de carácter autobiográfico y notable sofisticación “que habla de las cosas propias que desconocemos”, dice. “Suelo decir que me gusta lo ultra-íntimo. Me defino como una cineasta de emociones desde un discurso real, verdadero, que hable de mí y de los otros también. Ir lejos en este sentido, para que el espectador no pueda trabajar de esas emociones, que son las suyas en definitiva”.

Pero también tenía muy claro qué no quería: “He huido de las exigencias del cine comercial. Me da igual que no se considere cine de entretenimiento, por supuesto es bueno entretener pero hay que hacer también pensar a la gente, y de hecho hay un cine concebido para que la gente no piense”, asevera. Y hay más: “En mis películas he intentado siempre huir de la moda, que es lo que se pierde más rápidamente. Ni mi vestuario, ni mis peinados, responden a esos cánones, trato de que sean intemporales. Estar al margen de todo eso convierte q tus películas en cierto modo en marginales, pero hace que duren más”.   

Proteger al espectador

Breillat recuerda asimismo que, tras una proyección en Nueva York, la prensa le preguntó para qué público hacía sus películas. La respuesta fue inmediata. “Para mí misma”, repuso. “Van Gogh no se cortó una oreja para obtener beneficios, sino porque vivía atormentado. La integridad del arte es no hacer trampa, ahondar en los sentimientos, y eso es lo que intento hacer, aunque he renunciado a ganar mucho dinero con mis películas. No es eso lo que me interesa hacer”.

A cambio, la directora no está dispuesta a ceder a ningún tipo de censura, mucho menos a las que apelan a “la protección del espectador”, como le ocurrió una vez en España. “Una mujer me dijo que mis películas podían lastimar a la gente, y por eso había que protegerla. Yo respondí que la gente adulta tiene derecho a ver cualquier película que se le ofrezca, no solo las tonterías que se hacen para que no piense. Un filme en sí mismo nunca puede ser peligroso. Lo peligroso es pensar que la gente es tonta. Hablar de películas peligrosas supone de hecho un desprecio para la gente, no me gusta”.

Para Breillat, la dirección no consiste en “dar órdenes y tratar de controlarlo todo”, sino en atender tres aspectos fundamentales: la escritura, es decir, el guion; los actores, que ahondan en los personajes, y el montaje, “que es donde propiamente realizamos la película, y donde sobre todo hay que intentar no cortar lo que llamo los planos mágicos”, subraya la creadora, que se considera más una “ponedora en escena” que una directora en sentido estricto.  

Contenido moral

Y aunque se considera feminista, se muestra en contra de cierto feminismo que, en la vida social y en las redes, “ha querido imponer un orden moral riguroso, feroz. Esas cadenas no me interesan. Soy una mujer libre, no se me puede dictar lo que debo pensar ni lo que mi cine tiene que contar. El odio a los hombres no me interesa, aunque alguna vez me han preguntado si lo sentía. En absoluto. Y lo mismo me preguntaban sobre las banderas. Quiero representar a la gente como es, y en mis películas también aparecen aspectos muy tiernos de los hombres”.

Por último, cuando desde el público se le comenta que hay jóvenes hoy que, desbordados por la oferta del deseo, optan por el celibato, Breillat afirma que no podría hacer un filme sobre eso. “No soy asistente social”, ríe. “No puedo forzarme a hacer algo que no responda a una pregunta que yo me haga. En mis películas no hay un aspecto moral, no intento imponer un orden o un castigo a nadie. Prefiero la época de Jules y Jim a la nuestra, que siempre está pensando en el castigo, en la reprobación. El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.   

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