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La Sanjurjada, 90 años del golpe de Estado fallido del que aprendieron los generales fascistas del 36

El general Sanjurjo, por las calles de Sevilla el 10 de agosto de 1932.

Antonio Morente

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El 10 de agosto de 1932 se produjo el primer golpe militar contra la II República. La asonada, conocida como la Sanjurjada al encabezarla el general José Sanjurjo desde Sevilla, fracasó en cuestión de horas, pero dejó tras de sí una estela que cristalizó cuatro años después. Por un lado, las autoridades republicanas consideraron que quedaba conjurado el peligro de una nueva intentona militar, pero por otro, el descontento fue larvando en el Ejército al considerarse que las sanciones impuestas habían sido indiscriminadas, alcanzando a oficiales que no habían tenido nada que ver. Pero sobre todo, lo ocurrido ese día sirvió como guía a los golpistas de 1936 como verdadero manual de instrucciones sobre cómo no se tenían que hacer las cosas. De ello tomó buena nota el general Gonzalo Queipo de Llano, que tradujo esa experiencia en que había que utilizar el terror para garantizarse el éxito.

Y es que una de las órdenes que dio Sanjurjo ese día fue que el alzamiento tenía que ser pacífico, de hecho se permitió a la ciudadanía circular sin problemas por las calles de Sevilla e incluso a los sindicatos montar una huelga general. En general, la Sanjurjada “fue una chapuza”, apunta Joaquín Gil Honduvilla, teniente coronel del Cuerpo Jurídico Militar, historiador y uno de los mayores conocedores del episodio, fruto de una investigación que plasmó en su obra El primer aviso. 10 de agosto de 1932. Fue el primer levantamiento militar contra la República, pero también lo considera “el último pronunciamiento de la historia de España”, muy en la línea de los que tuvieron lugar en el siglo XIX.

El objetivo, apunta, era “cambiar el Gobierno, pero no el régimen político, no fue un golpe contra la República en sí” y de hecho Sanjurjo se cuidó muy mucho de insistir en ello. La idea era dar un volantazo a la derecha apelando a la necesidad de mayor orden público, en un contexto en el que la Iglesia veía amenazada su histórica posición de poder, se impulsaba una reforma agraria, se trabajaba en el Estatuto de Autonomía para Cataluña... “Creyeron que lo arreglaban con un mecanismo del XIX como era un pronunciamiento, cuando en 1932 la sociedad ya estaba muy ideologizada y politizada” y, además, no tenían lo que se dice muy amarrados los apoyos militares, políticos y sociales.

Poco más de un año antes, el general Sanjurjo fue en la práctica uno de los factores que ayudó a que la II República se apuntalase al no posicionar en su contra a la Guardia Civil, de la que era director desde 1928. No es que fuese lo que se dice republicano, es que así se la devolvía al rey Alfonso XIII, al que le reprochaba el trato dispensado a Miguel Primo de Rivera, protagonista en 1923 de un golpe de Estado que contó con el favor del propio monarca. El Gobierno republicano le confirmó como máximo responsable de la Guardia Civil, pero graves incidentes ese mismo 1931 en Castilblanco (Badajoz) y Arnedo (La Rioja), que se saldaron con la muerte de varios agentes, propiciaron su destitución ya en 1932.

Destino, Sevilla la Roja

Si a esto le unimos su descontento con las reformas militares que estaban en marcha, tenemos al general Sanjurjo, todo un héroe de la guerra de Marruecos, deseando materializar un cambio de Gobierno que le acerca a los círculos monárquicos que venían conspirando para ello. Y tras algún aplazamiento, se fija la fecha del 10 de agosto para lo que Gil Honduvilla define como “un golpe gritado” del que el propio Ejecutivo está al tanto de casi todos los detalles. “Las filtraciones fueron inmensas y el Gobierno fue hábil, jugó a esperar para después castigar” y así dar ejemplo. Sanjurjo se marcha en coche rumbo a Sevilla, a donde llega de madrugada, poco antes de que los primeros movimientos en Madrid fracasen estruendosamente y se salden con una decena de muertos entre los sublevados.

¿Y por qué elige Sanjurjo dirigir el golpe desde la capital andaluza? Pues por su simbolismo (estamos en Sevilla la Roja por su compromiso político y sindical, en la que se dan episodios como la Semana Sangrienta) y porque conocía el paño, ya que en junio de 1931 fue enviado por el Gobierno republicano a poner fin al confuso episodio de lo que se dio en llamar el Complot de Tablada, con un despliegue de tropas por la ciudad que le sirve como ensayo general para su golpe. Así que llega, se autoproclama capitán general de la región militar y saca un bando en el que declara el estado de guerra en toda Andalucía. “Así como Dios me permitió llevar al Ejército español a la victoria en los campos africanos, ahorrando el derramamiento de sangre moza, confío en que también hoy me será permitido, con mi actitud, llevar la tranquilidad a muchos hogares humildes, y la paz a todos los espíritus. ¡Viva España única e inmortal!”, proclamaba el texto.

Para cuando se publica el bando, el golpe ha fracasado en Madrid. Y en Sevilla, las cosas no fueron muy allá desde el primer momento: aunque el gobernador civil se pliega a lo que marque el general, el alcalde de la ciudad, José González Fernández de la Bandera, se niega a ceder el mando a los militares y realiza varios llamamientos (hasta que es arrestado ya por la tarde) a la ciudadanía para que haga vida normal e incluso proteste en la calle. Sanjurjo logra la adhesión de las tropas de infantería, pero se planta en el cuartel de Tablada y allí no logra ganarse a los pilotos, lo que ayuda a que los infantes –conocedores ya de que el Gobierno envía tropas para aplacar la asonada– se vuelvan a su base. Todo se derriba como un castillo de naipes como ya lo había hecho en Madrid y ante la constatación de que no hay movimientos en el resto de plazas que en teoría se iban a levantar: Pamplona (donde se llegó a garantizar el refuerzo de 6.000 requetés), Valladolid, Granada, Cádiz, Jerez...

Queipo de Llano toma nota

Para Gil Honduvilla, la clave del fracaso en Sevilla obedece a que Sanjurjo insiste en que el pronunciamiento no sea violento, lo que propicia “manifestaciones en contra en la calle y que surjan núcleos de resistencia”. “La intención era no generar terror, sino ocupar la ciudad”, y de eso toman buena nota los golpistas cuatro años después. “Para los sublevados de 1936 es un aprendizaje de lo que no hay que hacer, es un laboratorio de pruebas para no repetir los errores”, y uno de los primeros en aprender la lección es Queipo de Llano, por entonces jefe del cuarto militar del presidente de la República, que aplicará sin miramientos “el terror para el control de las masas”.

Cuando Sanjurjo es consciente del fracaso, se embarca ya por la tarde en un coche rumbo a Huelva junto a su hijo (el capitán Justo Sanjurjo, que le ha acompañado todo el día), su ayudante, y el general García de la Herrán. El objetivo en teoría es ponerse a salvo en Portugal, aunque el general golpista insistirá en que lo que quiere es entregarse a otras autoridades que no sean las sevillanas. El caso es que es detenido en Huelva y, tras un consejo de guerra sumarísimo, condenado a muerte por el delito de rebelión militar, aunque la pena se conmuta por cadena perpetua. Tampoco esta situación duró mucho, porque la llegada de la derecha al Gobierno republicano en 1933 suaviza sus condiciones carcelarias e incluso le incluye en la Ley de Amnistía de 1934, cambiando la prisión por el exilio en Portugal.

Así se bajó el telón de aquel 10 de agosto de hace 90 años, una jornada que desde primera hora fue de bandos y contrabandos, de alocuciones radiofónicas, de manifiestos y de manifestaciones, de llamamientos a la huelga en unas calles por las que incluso se desplegó artillería. Curiosamente, el único muerto en Sevilla en aquel alzamiento se produjo el 11 de agosto, un guardia civil que cae intentando frenar el asalto a la cárcel de una turbamulta de manifestantes. En ese día después también se quemaron edificios y se atacó la redacción del diario ABC, que fue suspendido por orden gubernamental junto con otros diarios conservadores como El Correo de Andalucía y La Unión.

El resto es historia. La República creyó conjurado el riesgo del golpe militar con el fracaso de la Sanjurjada, pero desde Portugal fue el propio general al que habían perdonado las autoridades republicanas el que se convirtió en un motor continuo de conspiración. De hecho, fue uno de los líderes del golpe de Estado de 1936, que estaba llamado a encabezar, pero murió pocas horas después (el día 20 de julio) en el accidente del avión que le llevaba de Estoril a España. Francisco Franco le concedió en 1939, a título póstumo, el rango de capitán general, y ya en los cincuenta fue enterrado en el Monumento a los Caídos en Pamplona, su localidad natal. Sus restos y los del también general golpista Emilio Mola serían exhumados en 2016, tras lo que fue enterrado con honores en el Panteón de los Héroes de Regulares en Melilla. Mientras tanto, los restos de Queipo de Llano, que fue el que más enseñanzas sacó de aquel 10 de agosto de 1932, se mantienen en la basílica de la Macarena en Sevilla.

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