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Los intensivistas avisan de que muchas UCI están aún al límite y que la clave de la desescalada es el rastreo de casos

Interior de la UCI de Valdecilla. | Fotos Hospital Valdecilla

Raúl Rejón

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La clave para levantar el confinamiento por la pandemia de COVID-19 no está en las camas de UCI sino en la capacidad de controlar la enfermedad: detección precoz y rastreo de los contactos de los nuevos brotes. “Las UCI somos el cojín. Si desconfinamos bien no deberían hacer falta. Si dices que necesitas muchas camas de UCI es que tu desconfinamiento es un fiasco”, asevera el presidente de la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Ricard Ferrer.

La tormenta desatada por la petición de la Comunidad de Madrid de pasar a la fase 1 de desescalada ha girado en torno a la ocupación de las UCI. La presidenta, Isabel Díaz Ayuso, ha dicho que la dimitida directora general de Salud Pública, Yolanda Fuentes, discrepaba en cuanto al riesgo de “colapsar” estas unidades. Para Ferrer, jefe de la unidad de Medicina Intensiva del hospital Vall d'Hebron, “nos va a costar todavía semanas normalizarnos. Los pacientes que ahora siguen en cuidados intensivos presentan daños graves en los pulmones por el virus. Hay casos que llevan un mes y sin perspectiva de salir hasta dentro de seis u ocho semanas”. En la Comunidad de Madrid, el jueves había 537 ingresados de COVID-19 sobre una capacidad estructural de 640 camas de cuidados intensivos.

Según los especialistas de las UCI, “la lección aprendida es que hay que desescalar bien para no llegar a precisar tanto estas unidades”. No puede repetirse que los hospitales tengan que convertirse en centros dedicados casi en exclusiva a la COVID-19. “Hemos atendido a pacientes que nunca habríamos sacado fuera de la UCI en plantas de hospitalización convencional. Incluso estando muy graves”, reflexiona la jefa de la unidad en el hospital de Torrejón de Ardoz (Madrid), María Cruz Martín Delgado. “No estábamos suficientemente preparados y la mortalidad se ha relacionado mucho con la disposición de camas”, remata Martín Delgado, que asegura que “todavía estamos haciendo turnos de 12 horas”.

La Sociedad de Intensivistas reclama a las administraciones que planifiquen sus procesos de desconfinamiento de manera que la llegada de nuevos casos graves de COVID-19 a los hospitales, que dan por hecho, no implique “volver a paralizar el resto de los servicios”. Y, al mismo tiempo, más que camas en conjunto, lo que consideran necesario es que los centros creen dos circuitos separados en las UCI para pacientes con la enfermedad y sin ella “los más estancos posible”, reitera Ricard Ferrer. Una división en las unidades, los pasillos e incluso el personal.

En la primera ola de la pandemia, las ampliaciones de camas de UCI han ocupado quirófanos, salas de reanimación o de hemodiálisis. “Esto no debería volver a pasar porque bloquea la actividad quirúrgica y, después de dos meses, no puede ser”, abunda el presidente de la Semicyuc. “Solo en el hospital de Vall d’Hebron se han parado 2.000 intervenciones”, apunta. Una eventual ampliación de la capacidad de camas intensivas, como pide el Ministerio de Sanidad para contemplar el avance en la desescalada de las comunidades autónomas, “tiene que ser por las áreas que no compitan con la actividad ordinaria de los hospitales”.

Recursos escasos

La orden de cogobernanza para la transición indica que las zonas que pretendan iniciar la fase 1 de desescalada deben poder disponer de 1,5-2 camas de UCI por 10.000 habitantes en un máximo de cinco días. Eso son 15-20 camas por 100.000 habitantes. “Ese debería ser el nivel basal del sistema sanitario español”, calcula Ricard. En Alemania están en 60 camas. A criterio de la jefa de Torrejón de Ardoz, “los recursos basales estaban muy por debajo de lo que ha exigido la COVID-19. Habrá que contemplar medidas para no vernos en la situación de semanas anteriores”. Esos recursos basales estaban en 4.400 camas (3.500 públicas), es decir, unas 9,6 por 100.000 habitantes, la mitad de la capacidad indicada por Sanidad para afrontar el desconfinamiento.

Esas cifras fueron las que, unidas al estallido de la enfermedad, obligaron a que se iniciara a mediados de marzo pasado una ampliación frenética de puestos de cuidados intensivos dentro de los hospitales. En la fase de transición, para la que los médicos auguran meses de goteo constante de pacientes con COVID-19, los encargados de las UCI reclamaban que las camas extra que se puedan ir incorporando puedan colocarse en zonas adyacentes: salas de docencia o anexos como el creado pegado al hospital de la Fe en Valencia. ¿El complejo de Ifema del que tanto presume el Gobierno de Madrid? “También”, contestan los intensivistas aunque, a su juicio, presenta la desventaja de que no es fácil realizar ciertas pruebas a los pacientes severos sin trasladarlos.

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