Poco futuro y mucha ansiedad: por qué los médicos de familia jóvenes abandonan un trabajo que aman

Sergio Ferrer

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Ana Pereira, de 31 años, siempre había querido ser médico: “Me gustaba el trato con la gente, nos da una ventana privilegiada al mundo y tiene momentos muy bonitos”, cuenta. Decidió dedicarse a la medicina familiar y comunitaria para trabajar en atención primaria pero, tras acabar la residencia, lo dejó. Hoy investiga en la Escuela Andaluza de Salud Pública. ¿Por qué abandonó una profesión que define como “el mejor trabajo del mundo”?

La respuesta puede parecer obvia debido al estado de la atención primaria en España. “Sobrecarga” y “precariedad” son dos palabras muy repetidas en cualquier análisis. Nuestro país destina menos recursos que la media europea, a pesar de que se considera el “eje vertebrador” del sistema sanitario, y ninguna región alcanza el 25% de presupuesto recomendado por la OMS. Es uno de los motivos que ha llevado a estos médicos a retomar la huelga indefinida en Madrid, la Comunidad Autónoma con menor gasto sanitario por habitante.

La situación afecta especialmente a los jóvenes. “Es un pensamiento muy recurrente: en qué momento me saturaré y cansaré, y diré que se acabó”, explica el presidente de la Sociedad Madrileña de Medicina Familiar y Comunitaria, Alberto Cotillas, de 34 años. Asegura que la apuesta ideológica que supone trabajar en atención primaria es un arma de doble filo: “Tienes que sacar el trabajo adelante como sea. Las partes bonitas que tiene hacen que te inmoles, pero eso también hace que la gente esté fatal, llorando en las consultas y con bajas por depresión, cuando es un trabajo que les gusta y les llena”.

Como Pereira, Sara (35 años) también ha decidido cambiar la medicina familiar por la academia. Aunque aclara que siempre había querido explorar esa opción, atraída por la salud pública, admite que también quería “huir” de la sobrecarga. “Estoy quemada y hay días que digo que menos mal que me voy, pero también me entristece no saber si voy a volver algún día”.

Algo similar le sucedió a Nelson (30 años), que terminó por cambiar de especialidad: “Era residente de medicina familiar y comunitaria y entré muy convencido de la atención a los barrios, con una visión de la salud de forma global”. Sin embargo, todo cambió durante su residencia. “Empezamos con cincuenta pacientes diarios y un día llegamos a ochenta. Eso hizo que prefiriera dedicarme a las urgencias, a pesar de que sigo considerando que lo más importante que tiene nuestro sistema es la parte de atención primaria”.

En España no existen datos sobre el abandono de los jóvenes médicos de familia, pero estas historias están lejos de ser solo anécdotas o parte de una situación puntual. El vaciamiento y la precarización del primer eslabón del sistema sanitario ha sido un proceso lento y sostenido, al que la pandemia y sus consecuencias han dado la puntilla. Según una encuesta publicada en 2019, casi el 54% de los médicos de atención primaria mostraban algún grado de insatisfacción. Un estudio llevado a cabo en Navarra en 2015 mostró que casi el 40% de estos sanitarios sufría el síndrome del trabajador quemado. Incluso se han producido en los últimos años renuncias para protestar por las condiciones de trabajo. En la Comunidad de Madrid, en 2021, solo 17 de los 224 residentes que habían terminado la especialidad de medicina familiar escogieron una de las plazas ofertadas.

Los gestores no saben qué hacer porque es una situación nueva para ellos, porque siempre ha habido sobreabundancia de médicos, porque había paro, hasta que el petróleo barato se acabó y no saben moverse en ese nuevo escenario

Cotillas recuerda que la falta de médicos de familia es un problema nacional e internacional debido al síndrome del trabajador quemado: “Desde arriba nos dicen que tenemos que ilusionar a la gente para que haga medicina de familia, pero es que yo hago casi una jornada más a la semana”. En Reino Unido, cuatro de cada diez médicos junior —equivalente a los MIR españoles— planean dejar el sistema sanitario, según una encuesta realizada por la Asociación Médica Británica.

Esto es un problema si tenemos en cuenta que se espera una oleada de jubilaciones en los próximos años, ya que un tercio de los médicos de atención primaria españoles alcanzarán los 65 años en el próximo lustro.

Es el caso de Juan Simó, médico de familia a punto de cumplir los 60 años y con más de tres décadas de experiencia a sus espaldas. Asegura que se ha producido una mejora en los últimos 30 años, pero que esta se ha “estancado” en la atención primaria desde los recortes de 2008. La diferencia hoy en día es que “los médicos recién formados no van a tolerar el maltrato laboral que otros nos han endosado. Antes se van. Europa también quiere médicos y los nuestros están bien formados”. 

Simó señala que “los gestores no saben qué hacer porque es una situación nueva para ellos, porque siempre ha habido sobreabundancia de médicos, porque había paro, hasta que el petróleo barato se acabó y no saben moverse en ese nuevo escenario”.

Frustrados por la sobrecarga

¿Por qué abandonan los jóvenes médicos de familia? Consciente de que su caso no era único, Pereira decidió a investigar las causas que llevan a jóvenes que aman su profesión a abandonarla. Para ello llevó a cabo un estudio cualitativo con entrevistas a 11 de estos profesionales localizados en Granada y Madrid, de entre 30 y 35 años. El estudio, que forma parte de un trabajo de fin de master, está pendiente de publicación.

De mis 12 compañeras de promoción solo una está en atención primaria. Por lo mismo que te voy a decir yo: porque no pueden hacer la medicina que les gustaría

Los resultados son sorprendentemente homogéneos, con apenas diferencias entre personas y ciudades. “La decisión [de abandonar] es compleja e intervienen diferentes factores, pero los dos motivos principales son la frustración de no poder ejercer como les gustaría y una visión muy pesimista del futuro laboral”, resume Pereira. Esto, a pesar de que los entrevistados “eran gente motivada”, con capacitación técnica “excelente” y que se identificaban con los valores asociados a la medicina familiar, como el interés por el trato humano. “Aunque sentían que habían encontrado su sitio, y que gracias a sus competencias podían y querían hacerlo bien, deciden abandonar. Eso lo perciben como un duelo”.

“De mis 12 compañeras de promoción solo una está en atención primaria. Por lo mismo que te voy a decir yo, porque no pueden hacer la medicina que les gustaría”, apunta Pereira.

La longitudinalidad es un concepto bien conocido por los médicos de familia: se trata del tiempo que permanece un médico con el mismo paciente a lo largo de su vida. Su importancia para la atención primaria no es un capricho: existen evidencias muy robustas de que esto tiene efectos beneficiosos sobre la salud de la población. Por ejemplo, reducir las hospitalizaciones y la mortalidad.

“Cuando tienes tantos pacientes no te da tiempo a atender. Al final, acabas el día pensando: 'Ha sido un ritmo tan frenético que no me ha dado tiempo a pararme' y '¡Jo!, ¿lo habré hecho bien con este paciente?'” explica uno de los participantes en el estudio.

Si conoces al paciente no tienes que revisar la historia para saber que no duerme pero que hace dos meses lo despidieron. Si eres suplente y no sabes nada de su vida laboral le das Lorazepam

Los entrevistados se sentían frustrados por no poder dar una asistencia de calidad y permanecer el mayor tiempo posible con sus pacientes. Esto era debido a una sobrecarga asistencial que sentían que ponía en riesgo su salud mental, pero también a unas condiciones laborales precarias y con mucha temporalidad, algo que además dificulta la conciliación familiar: “He decidido directamente irme para poder conciliar. Yo si trabajo de 14 a 21 horas con dos niños pequeños tengo que contratar una guardería o una persona por la mañana y alguien por la tarde, porque no puedo quedarme con los niños […] Yo quiero tener tiempo para poder estar con mis hijos”.

“Te forman con la longitudinalidad y con que los sistemas centrados en atención primaria tienen mejores resultados, y luego vas paseando por todas las consultas y cubriendo bajas sin conocer a la gente”, lamenta Pereira. “La sobrecarga y el no conocer a la gente te impide hacer las cosas con la calidad que podrías. Si conoces al paciente no tienes que revisar la historia para saber que no duerme pero que hace dos meses lo despidieron. Si eres suplente y no sabes nada de su vida laboral le das Lorazepam”.

Los entrevistados consideraban que la Covid-19 empeoró mucho las condiciones laborales e incluso la relación con los pacientes, pero que la situación ya venía debilitada de antes. En otras palabras, la pandemia echó leña a un fuego que ya ardía con fuerza, pero no fue el motivo principal a la hora de abandonar. “He visto bajas por ansiedad por agresiones físicas y verbales por pacientes y la mayoría de la gente se acaba planteando otra salida”, indica la autora.

Pesimismo ante el futuro por el desprestigio de su trabajo

“Todo el rato, todo el mundo que lleva mucho tiempo en esto está diciendo lo mal que está todo. Cada vez peor, cada vez más agobiado. Hay como un pesimismo ahí flotando siempre”, explica uno de los participantes. La frustración por no poder ofrecer un servicio de calidad y la insatisfacción laboral podrían ser más tolerables si se percibiera una luz al final del túnel, pero los entrevistados confiesan no verla. “Nadie te garantiza cuándo vas a conseguir unas condiciones que te encajen. Es muy común superar los 40 años con este formato de trabajo”, dice Pereira. “Si te dicen que esto va a durar cierto tiempo porque hay voluntad política y hay estrategia para que la situación cambie y mejore, pues apechugas. Pero claro, cuando te encuentras con semejante desgobierno dices: apaga y vámonos. […] Yo entiendo que la gente al final ha acabado buscando otras salidas profesionales”.

Los entrevistados achacaban parte de esto al “desprestigio” que sufre la atención primaria, que consideran que ha llevado a su abandono político. Pereira cree que esto es porque en la sociedad circulan valores que premian la inmediatez, lo tecnológico, la medicina personalizada y el consumo. “La medicina es consumir, pero las relaciones, el cuidado y la prevención, centrales para la atención primaria, son menos atractivas y tangibles y más difíciles de vender políticamente en comparación con un robot que hace cirugía”, señala.

“El estamento político le da patadas a Atención Primaria porque culturalmente, en la realidad, lo que mola es el hospital”, dice uno de los entrevistados. Los jóvenes del estudio sienten que no se valora su trabajo y que, a pesar de la Covid-19, no hay cambios sino ausencia de voluntad porque consideran que la atención primaria no tiene rédito político.

El hito a la hora de decidir abandonar, según Pereira, era la sensación de que no hay cambios aderezada por la inflexibilidad laboral: “Ven que no tiene solución y que son una pieza más en un engranaje que solo se dedica a sacar demanda asistencial adelante en un sistema desinflado y eso genera mucho pesimismo de cara al futuro. Hablaban de una sensación de estatismo: ¿esto es todo lo que me queda por delante con 30 años?”. “Los medios nos están enfrentando con la población porque ahí hay un interés de la política para privatizar la sanidad”, considera.

Ganas de “represtigiar” la medicina de familia

“Tenemos un colectivo de profesionales que están muy motivados, con vocación de servicio público y ganas de represtigiar la medicina de familia, pero que se encuentran con unas condiciones de trabajo tan imposibles que deciden abandonar. Es urgente que mejoremos eso, porque estamos despilfarrando potencial”, asegura Pereira.

La investigadora resume algunas de las soluciones propuestas por los entrevistados. Primero, disminuir la sobrecarga aumentando los recursos humanos. Segundo, fidelizar a los sanitarios aumentando su estabilidad profesional. Tercero, flexibilizar las condiciones laborales para poder progresar y conciliar. Por último, y a largo plazo, devolverle el prestigio perdido a la atención primaria ocupando espacios de investigación y colocándola en una posición más técnica.

Pereira asegura estar contenta de adónde ha llegado, pero también “triste y frustrada” por lo sucedido. “Yo volvería. Me encantaba ser médico de familia”. Pero, como dice Simó: “Nadie estudia medicina en España para hacerse rico ejerciendo en la pública, pero tampoco para que te tengan con esa inestabilidad laboral a los 30 años tras muchos años de formación”. 

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