Si uno escucha hablar a Laura Delgado Carrillo pronto se percatará de que su mirada es capaz de atravesar prejuicios tan injustos como arraigados en la sociedad. La relación que esta jurista mantiene con el mundo penitenciario, y con las personas privadas de libertad en concreto, trasciende cualquier idea preconcebida sobre ese oscuro mundo de reclusión, castigo y soledad. Sin perder de vista el delito, Delgado es capaz de llegar a sentirse más comprendida por los reclusos que por sus amistades más cercanas.
Su tesón ya ha permeado a nivel institucional. Este 26 de septiembre recibirá la Medalla de Plata al Mérito Social Penitenciario, concedida por la Secretaría de Estado de Asuntos Penitenciarios, dependiente del Ministerio del Interior. La Administración premia así su “importante contribución a la mejora de la actividad penitenciaria”.
Tiene 34 años, nació en Sabadell y vive desde 2009 en Alcalá de Henares (Madrid), donde terminó la carrera de Derecho. En su casa ha cobijado a presos que no tenían otro lugar al que ir, guarda con ahínco miles de cartas que se ha intercambiado con cientos de ellos a lo largo de más de una década y sus estanterías están repletas de regalos que muchos le han entregado como muestra de cariño. Más allá de lo anecdótico, esta docente de Derecho Penal y Penitenciario en la UNED es consciente de que ha creado una simbiosis con el mundo de las prisiones que nunca ha sido capaz de encontrar en ningún otro lugar.
“Yo he tenido una vida muy normal, no era previsible que acabara desarrollando una relación tan intensa con el medio penitenciario”, dice. “Quizá venga de las peculiaridades que siempre he tenido a la hora de relacionarme con los demás, porque siempre me he sentido muy limitada a la hora de crear vínculos significativos”.
Esta cierta dificultad para sentirse comprendida se empezó a enfriar cuando conoció la cárcel, casi por casualidad. Delgado no lo olvida. Fue el 14 de febrero de 2014, en Estremera (Madrid), a donde acudió para realizar un voluntariado. Aquel San Valentín fue especial para ella: “Solo pude estar en la cafetería, pero fue suficiente para ver todos los males que se encerraban en la cárcel, lo tristes que estarían esas personas, y también se esfumaron muchos de mis prejuicios”.
Mucho antes de comenzar sus estudios universitarios, a Delgado ya le llamaba la atención todo lo relacionado con aspectos como la pena de muerte y la vulneración de derechos humanos. “A los 14 años estaba suscrita a los boletines de Amnistía Internacional y cuando lanzaban sus campañas para intentar frenar una ejecución yo enviaba mi carta escrita en un maltrecho inglés”, rememora con una sonrisa en la boca.
Más de 1.000 cartas con presos
Aquel voluntariado se convirtió en el inicio de una relación tan profunda como ninguna otra para esta doctora especializada en libertad condicional. “Con el paso de los años he aprendido a no juzgar, algo muy importante para saber convivir con los demás de forma pacífica y armónica, y también me he ido conociendo mucho más a mí misma”, comenta. Eso ha sido posible por las cientos de horas que la también asesora de grados de los estudiantes de la UNED en la cárcel de Alcalá-Meco ha dedicado a cartearse con los presos, un momento sin interferencia alguna que únicamente se dedica a ella misma y a su interlocutor.
La correspondencia es tal que siempre que se acerca el año nuevo desembolsa unos 300 euros en sellos antes de que suban de precio; y en su último viaje, que fue a Colombia, se gastó 100 euros en el envío de postales a personas repartidas por diferentes cárceles españolas. Además, cuando viaja, visita todos los centros penitenciarios que puede llevada por esa pulsión indómita que día tras día guía sus pasos.
“Hablo de todo con ellos, aunque cada relación es única. Con unos hablo de temas más jurídicos mientras que con otros mantengo conversaciones muy profundas”, ilustra. Delgado no tiene miedo de hacer partícipes de su vida a las personas privadas de libertad, como prueban numerosas misivas de las más del millar que atesora.
Sin embargo, admite que las cartas que más le cuesta escribir son aquellas en las que se habla del delito cometido. “Pienso continuamente en no herir su sensibilidad a la par que ser fiel a mis pensamientos, y tampoco darles a entender que yo justifico lo que han hecho. Les intento entender siempre, pero no justificar”, recalca mientras repasa alguna de las cartas que se intercambia con los internos.
Ella nunca pregunta por el delito; habla con todo tipo de presos. Eso es consecuencia del proceso que llevó a cabo desde el momento en que se adentró en el medio carcelario: “Podría haber fracasado y haber antepuesto el delito a la persona, pero conseguí que no fuera así. A día de hoy no tengo problemas para relacionarme con ningún tipo de persona en prisión por razón del delito cometido”.
De todas formas, no denomina “amistad” a estas relaciones, a pesar de ser de las más intensas que conserva. “Los siento muy cercanos, son confidentes, me tienen como una especie de mentora. Ellos también me orientan a mí en muchos casos, pero no podemos ser amigos si no hay una relación de igualdad”.
Una relación que la mantiene sana
La gran pregunta que revolotea durante la conversación comienza con un por qué al que Delgado no tiene miedo en responder: “Las personas privadas de libertad tienen muchas carencias afectivas, y es ahí donde yo veo cierta predisposición a humanizar las relaciones que probablemente fuera no encontramos, donde estamos todo el día pegados a un móvil y con prisas”. Y añade: “No me cuesta sentirme comprendida por ellos, porque lo que yo puedo sentir en mi día a día ellos lo han sentido con la misma intensidad y profundidad con la que yo trato de transmitírselo”. “Cuando cuento esas cosas fuera de prisión no siento que se reciba de la misma manera”, dice como si tuviera clavada en la mirada aquella máxima de Concepción Arenal que dice: “Odia el delito y compadece al delincuente”.
Tal es la relación que mantiene con el mundo carcelario que llega a afirmar que es lo que le ha permitido “encontrar una forma de mantenerme estable a todos los niveles, sobre todo en lo que refiere a salud mental”. “Los presos le dan sentido a todo lo que hago”, añade. Delgado vive “por y para las personas recluidas en prisión”, prosigue. Y todavía agrega que “de no ser por las personas privadas de libertad, probablemente estaría vacía y enferma”.
Capitalismo e infelicidad en las prisiones
Esta especialista en derecho penitenciario, a nivel personal, apenas valora lo superficial y “todo aquello ligado al capitalismo en el que vivimos, como la competitividad, el consumismo y la apariencia”, en sus propios términos. Asimismo, sabe bien que la mayor parte de la sociedad no ha enfrentado el proceso por el que ha pasado ella de desvincular el delito de la persona. “Me da mucha pena cómo hay personas muy vengativas que nunca sabrán lo en paz que se vive una vez te deshaces de ese odio tan primario que nos inoculan”, sostiene.
Delgado se expresa con sencillez, mueve las manos al hablar y mira hacia arriba cuando reflexiona. Es lo que hace justo antes de abordar un aspecto clave: quién debería estar en prisión. “Yo confío en que en algún momento no necesitemos las prisiones. Siempre he abogado por encontrar alternativas, no nuevas formas de castigar, pero sí formas alternativas al castigo como tal. A pesar de ello, a día de hoy es cierto que hay gente que solo estando encerrada es capaz de pararse a pensar dónde está y qué está haciendo con su vida”, se explaya con cierto utopismo.
El mundo penitenciario sigue siendo un espacio demasiado opaco: “Una de las cosas que más esconden las cárceles es el perfil del preso. Lo que verdaderamente nos encontramos en ellas es gente que tiene riesgo de exclusión social, procede de entornos marginales y con problemas de drogadicción muchas veces, por eso las prisiones están llenas de gente infeliz”, explica.
La pasión que Delgado siente por este ámbito tan silenciado e ignorado a nivel social no es óbice para que se muestre crítica con el mismo. “Siempre me he significado cuando he visto algo que no funcionaba bien, o que podría funcionar mejor. Y no tengo problema en decírselo a los funcionarios de prisiones o a la Administración”, concretiza. Es lo que hace en cada ocasión en la que se percata de hechos como cuando “la autoridad del sistema se proyecta de forma continua sobre el individuo recluido, lo que me parece contraproducente para su reinserción”.
Medalla de Plata a pesar de la crítica
Otro de los hitos que Delgado tiene en su haber es ser la autora de ¿Dónde está papá? (el Hilo ediciones, 2024), el único cuento en castellano para niños y niñas en el que se explica por qué su padre o madre está privado de libertad, ilustrado por Lorena Zamora Blanco. “Quería facilitarle a las familias esa explicación tan difícil para los más pequeños, que tuvieran algún tipo de soporte físico cuando llegara la conversación”, explica.
La publicación del cuento le ha servido a Delgado como excusa para continuar con su frenética visita a cárceles de toda España. “Los propios centros me invitan a ir, así que ha tenido muy buena acogida”, agrega. Seguramente, este libro tan solo sea una de las tantas gotas que hayan rebasado el vaso para que Delgado vaya a ser condecorada con la Medalla de Plata al Mérito Social Penitenciario el próximo 26 de septiembre que le entregará el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska.
Se siente muy agradecida por el reconocimiento: “Siempre he sido una persona muy crítica con el sistema penitenciario y que me reconozcan mi trabajo pese a esa actitud crítica me motiva, es como un indicador de que a lo mejor estoy haciendo bien las cosas”, subraya cómplice de su propio buenhacer. No tendrá la oportunidad de hacer un discurso tras recoger la distinción. Si pudiera, tiene claro que sus palabras estarían orientadas a “dignificar a todas las personas privadas de libertad”, como no podía ser de otra forma en Delgado.