Día Mundial del Flamenco: estos son todos los palos que debes conocer para entender el arte

El flamenco no es solo un género musical: es una forma de sentir, una herencia viva que combina historia, poesía y emoción. En el Día Mundial del Flamenco, que se celebra cada 16 de noviembre –fecha en la que la UNESCO lo declaró Patrimonio Inmaterial de la Humanidad—, vale la pena detenerse a entender sus raíces. Y eso pasa, necesariamente, por conocer sus palos, los distintos estilos que dan cuerpo y ritmo a este arte universal.

¿Qué son los palos del flamenco?

No, lo que tú escuchas y tanto te gusta no suele ser flamenco. Chiqui de la Línea, cantaor y compositor de flamenco -maestro de Rosalía durante toda su carrera en la ESMUC-, lo explicó bien claro en una masterclass que dio para los concursantes de OT en 2020. “Lo que escuchamos y llamamos flamenco, en realidad es lo que los cantaores llamamos flamenquito”. Música moderna con toques aflamencados, pero no flamenco puro. Andy y Lucas, La Húngara, Fondo Flamenco, Los Rebujitos... son grupos de flamenquito. Ahora, ¿qué es el flamenco?

En flamenco, “palo” es el nombre que recibe cada uno de los estilos o formas de interpretar el cante, el toque y el baile. Existen más de 50 palos, aunque algunos expertos amplían la lista hasta el centenar si se tienen en cuenta sus variantes locales.

Cada palo se distingue por su compás (el patrón rítmico que lo sostiene), su carácter emocional (alegre, solemne, trágico o festivo) y su origen geográfico. Hay palos de Cádiz, de Sevilla, de Huelva o de Granada, y otros nacidos en la mina, en el campo o incluso en los puertos de América.

Reconocerlos todos es tarea de oído fino y años de estudio, pero cualquiera que se acerque al flamenco puede aprender a identificar los más populares. Son los que se bailan, los que se escuchan en las peñas y los que mantienen viva la esencia de este arte andaluz.

Tangos: el compás que marca el origen

Es uno de los palos más antiguos y, para muchos, el más “asequible” para iniciarse en el flamenco. Su compás de cuatro tiempos y su aire rítmico lo convierten en una base común para cante y baile.

Los tangos flamencos son alegres, pegadizos y versátiles: existen tangos de Triana, de Cádiz, de Málaga, de Granada o de Extremadura. Cada región los ha adaptado a su manera, pero todos comparten ese pulso marcado y ese espíritu que invita a mover los pies.

Su versión más lenta y sentimental recibe el nombre de tiento, donde el cantaor abandona la fiesta para entrar en un terreno más profundo, casi de confesión.

Bulerías: el alma de la fiesta flamenca

Si hay un palo que define el espíritu del jaleo y la improvisación, ese es la bulería. Es rápida, vibrante y contagiosa, con un compás de 12 tiempos que alterna acentos de forma impredecible y que desafía incluso a los más expertos.

Nació en Jerez de la Frontera, y desde entonces se ha convertido en el broche de oro de cualquier celebración flamenca. En las peñas o los tablaos, las bulerías suelen cerrar la noche: un semicírculo de palmas, guitarras y cante, y uno a uno los bailaores salen al centro para improvisar unos pasos.

No hay fiesta flamenca sin bulerías. Es el momento en el que el arte se vuelve puro instinto.

Soleás: la raíz más honda del flamenco

Las soleás son uno de los palos troncales del flamenco. Representan su vertiente más profunda y solemne, el cante “jondo” por excelencia. Su nombre viene de “soledad”, y su compás —también de 12 tiempos— marca una cadencia lenta y reflexiva.

Se dice que la soleá es el alma del flamenco, el punto de equilibrio entre la fuerza y la melancolía. Su interpretación requiere dominio técnico y, sobre todo, una conexión emocional con el duende. De ella derivan otros palos importantes como la bulería o la caña.

Fandangos y alegrías: la cara luminosa del arte

Si los tangos y las bulerías son ritmo, los fandangos son melodía. Originarios de Huelva, combinan armonía, libertad y un aire popular que los ha hecho evolucionar en mil variantes. Pueden ser serios o festivos, según la interpretación, pero siempre mantienen un sabor profundamente andaluz.

Las alegrías, por su parte, son el palo más optimista del flamenco. Nacidas en Cádiz, reflejan el espíritu marinero y la gracia del sur. Su compás es similar al de la soleá, pero mucho más vivo y juguetón. En baile, las alegrías se reconocen por sus mantones, volantes y el clásico remate con “¡Tiriti, tran, tran!”.

Siguiriyas y martinetes: la emoción desnuda

En el otro extremo del espectro están las siguiriyas, un palo desgarrador, trágico, casi litúrgico. Es el cante de la pena, el lamento ancestral del pueblo andaluz. Su compás es irregular y su tono, grave y profundo. Se dice que quien canta por siguiriyas “se vacía el alma”.

Los martinetes, en cambio, nacieron en las fraguas. Son cantes sin guitarra, donde la voz del cantaor se acompasa con el sonido del martillo golpeando el yunque. Son el origen más primitivo del flamenco, una evocación al esfuerzo, la tierra y la supervivencia.

Mucho más que música: una forma de vida

Los palos del flamenco son el esqueleto de un arte que trasciende el tiempo y las fronteras. Desde la sensualidad del tango hasta el dramatismo de la seguiriya, cada uno expresa una emoción distinta, una manera de entender el mundo.

Por eso, para comprender de verdad el flamenco no basta con escucharlo: hay que sentirlo. Porque detrás de cada palo hay una historia, una tierra y un latido que todavía hoy sigue sonando con fuerza en cada compás.

Y en este Día Mundial del Flamenco, no hay mejor homenaje que aprender a reconocerlos, aplaudirlos y, sobre todo, dejarse llevar por ellos.