Bajo las colinas y los trigales de la barriada rural de Mesas de Asta, a apenas once kilómetros de Jerez de la Frontera, se encuentra uno de los tesoros arqueológicos más significativos de toda la península ibérica. Lo que hoy parece una simple elevación en el paisaje de la campiña jerezana fue en su día Asta Regia, una ciudad de una importancia y envergadura sin igual en el sur de Europa. A pesar de su relevancia histórica, la mayoría del yacimiento permanece bajo tierra, enterrado y olvidado durante décadas, oculto bajo terrenos de propiedad privada que apenas ahora comienzan a ver un cambio en su estatus legal y de protección. Y ello a pesar de que la ocupación humana en este enclave es excepcionalmente larga, extendiéndose desde aproximadamente el 1200 a.C. o incluso desde la época megalítica hasta finales del primer milenio de nuestra era.
Durante estos dos mil años, esta joya de la arqueología fue habitada por diversas culturas que incluye tartesios, fenicios, turdetanos, romanos e islámicos. Esta presencia continuada de diferentes civilizaciones hacen de Asta Regia un laboratorio único para estudiar la evolución del mundo antiguo en el occidente mediterráneo. El valor estratégico de Asta Regia se debió en gran medida a su privilegiada ubicación geográfica junto al Lago Ligustino, un enorme estuario que ocupaba la desembocadura del Guadalquivir en la antigüedad. Rodeada de esteros navegables, la ciudad mantenía un contacto comercial vital con otros pueblos de la zona y tenía salida directa hacia el mar. Esta conexión marítima explica su papel como capital comercial y su supervivencia hasta que la colmatación del área estuarina provocó su abandono progresivo hacia el siglo XI.
Durante el periodo romano, Asta Regia alcanzó un estatus destacado como colonia dentro del Conventus Gaditanus y estuvo conectada con centros como Gades e Hispalis a través de la Vía Augusta. Algunos reputados investigadores vinculan su nombre a la tradición romana de marcar las subastas con una punta de lanza, denominada hasta en latín. Los expertos sugieren que en su época de mayor esplendor tuvo incluso más importancia regional que otras ciudades romanas famosas como Itálica o Baelo Claudia. En cuanto a sus dimensiones, el yacimiento abarca una extensión que se estima en unas 90 hectáreas. Este vasto territorio incluye una zona urbana de unas 42 hectáreas y una extensa necrópolis que ocupa al menos 32 hectáreas. Dentro de sus muros y en las zonas de extramuros, la ciudad habría contado con infraestructuras típicas como teatros, anfiteatros y un puerto bullicioso.
Gran parte de lo que se conoce científicamente de la ciudad hoy en día se debe a los trabajos de Manuel Esteve Guerrero, quien realizó varias campañas de excavación entre 1941 y 1969. Sus trabajos desvelaron solo una ínfima parte del yacimiento, estimada en menos del uno por ciento, pero el volumen de piezas rescatadas fue asombroso. De hecho, casi el 90 por ciento de la colección que alberga actualmente el Museo Arqueológico de Jerez proviene de estos hallazgos realizados a mediados del siglo pasado en Mesas de Asta. Las excavaciones revelaron una compleja estratigrafía donde se superponen los diferentes niveles históricos. En la zona más cercana a la superficie se encuentran los restos del periodo islámico, seguidos por estructuras íbero-romanas, niveles turdetanos, restos fenicios y, finalmente, la capa más profunda perteneciente, a la cultura tartésica.
Entre los hallazgos más notables se encuentran más de 570 tumbas tartésicas y una necrópolis posterior descubierta en 1993 con más de 2.260 estructuras funerarias. A pesar dichos hallazgos y de haber sido declarado Bien de Interés Cultural en el año 2000, el yacimiento ha sufrido un largo periodo de abandono y deterioro. Las zonas descubiertas originalmente por Esteve han carecido de mantenimiento, lo que ha permitido el crecimiento de maleza y la erosión por factores externos que degradan los restos arqueológicos. Además, los vecinos de esta zona cercana a Jerez suelen alertar sobre el hallazgo de monedas y cerámicas que afloran a la superficie tras días de intensas lluvias.
Freno al deterioro
En los últimos años, eso sí, una nueva ola de interés ha sido impulsada por la aplicación de tecnologías no invasivas, como el georradar 3D, por parte de la Universidad de Cádiz. Desde 2016, los investigadores han podido mapear el subsuelo sin necesidad de excavar, generando modelos del trazado urbano, calles principales y murallas. Estos estudios han identificado incluso lo que podría ser el cardus maximus de la ciudad romana y grandes edificaciones junto a las puertas de acceso. La sociedad civil también ha jugado un papel fundamental en la lucha por cuidar el yacimiento mediante la creación de la Plataforma por Asta Regia. Esta organización, compuesta por decenas de asociaciones, partidos políticos y ciudadanos, trabaja para difundir el conocimiento sobre el sitio y presionar a las autoridades para que adquieran los terrenos privados para la investigación pública. Su misión no es solo la conservación, sino también la dinamización económica y social de la región a través del patrimonio.
De hecho, un punto de inflexión significativo se ha producido recientemente con la compra por parte del gobierno de Andalucía de cuatro parcelas principales de la zona arqueológica. Este movimiento busca frenar el deterioro del enclave y promover la realización de un plan de investigación en colaboración con el Ayuntamiento de Jerez y de la mano, obviamente, de equipos científicos expertos. Podría ser, aseguran, el inicio de un nuevo capítulo que podría permitir finalmente excavaciones sistemáticas a gran escala. La ansiada recuperación de Asta Regia representa más que una labor arqueológica, ya que es una forma de reconectar a toda una región con su pasado milenario. A medida que se vaya descubriendo el yacimiento se convertirá en un foco de turismo, ciencia y desarrollo profesional, para que neófitos y expertos puedan observar de cerca la grandeza de una ciudad que dominó las orillas del desaparecido Lago Ligustino.