Aterrorizados ante cualquier gesto de desaprobación, los senadores romanos fingían entusiasmo, aplaudían órdenes absurdas y celebraban medidas que sabían desproporcionadas. El miedo no era retórico: se dictaban ejecuciones por sospechas mínimas, se castigaban chistes, se premiaban las adulaciones desmedidas. Nadie estaba a salvo.
En apenas cuatro años, el emperador Calígula transformó el Senado en un teatro de supervivencia y la corte en un engranaje de paranoia. En ese entorno de sumisión y decisiones brutales se enmarca una investigación reciente que explora un aspecto tan desconocido como inquietante de su figura: su relación con las plantas medicinales.
Un episodio médico menor abre la puerta a una interpretación inesperada del tirano
El estudio, publicado en Proceedings of the European Academy of Sciences and Arts, reconstruye un episodio que aparece en la obra Vida de los doce césares, escrita por Suetonio en el siglo II, en el que un senador aquejado de una dolencia viaja hasta la ciudad griega de Antikyra para someterse a un tratamiento con eléboro.
El pasaje cobró nueva importancia al ser analizado por Trevor Luke, miembro del Yale Ancient Pharmacology Program, que interpreta el episodio como una muestra del conocimiento farmacológico que Calígula podía tener. En sus palabras, recogidas por The Guardian, “se le tacha de loco, quizá con razón, pero demostramos que muy probablemente sabía algo sobre el eléboro y sobre medicina en general”.
Esa pequeña ciudad portuaria situada en el golfo de Corinto era reconocida por sus tratamientos a base de eléboro, una planta empleada en la Antigüedad para tratar epilepsia, melancolía y otras dolencias nerviosas. Según explican los autores del estudio, Andrew Koh y Trevor Luke, su popularidad entre las élites del Imperio no se debía a su oferta cultural o comercial, sino a su función como centro de terapias singulares.
Koh afirma en el artículo publicado en la revista académica que “creemos que Antikyra operaba como una especie de Clínica Mayo del mundo romano, un destino al que acudían romanos ricos e influyentes en busca de tratamientos médicos poco comunes en otros lugares”.
La respuesta de Calígula al senador enfermo revela una familiaridad con tratamientos que no era habitual entre emperadores
El pasaje clave describe cómo, tras solicitar una prórroga de su licencia médica, el senador recibe la orden de ejecución por parte de Calígula, que sentencia que “una sangría era lo indicado para alguien que no mejoró tras tanto eléboro”. Para el equipo del Yale Ancient Pharmacology Program, ese comentario implica una familiaridad con la lógica de los tratamientos médicos de la época.
Según su análisis, Calígula podría haber leído o escuchado sobre la indicación de la sangría como remedio alternativo, algo que figura en textos como el De Medicina de Celso, difundido en el siglo I.
La relevancia médica de Antikyra se confirma también a través del contexto botánico. Aunque las plantas de eléboro no crecían con facilidad en esa región, los preparados se importaban desde zonas montañosas como el Monte Helicón, a más de 750 metros de altitud. Antikyra se convirtió así en un referente del turismo terapéutico, centrado en un solo tipo de tratamiento, lo que refuerza su carácter único.
Las fuentes clásicas diferenciaban entre el eléboro blanco, vinculado a dolencias del sistema nervioso, y el negro, empleado como purgante. La ciudad alcanzó notoriedad por sus preparados especializados, usados especialmente contra la epilepsia.
Algunos datos apuntan a que Calígula buscaba en el eléboro un remedio para sus propios trastornos físicos y mentales
El interés de Calígula por esa planta podría estar relacionado con afecciones personales. Algunas fuentes antiguas apuntan a que el emperador padecía epilepsia e insomnio, dos problemas comunes que se intentaban aliviar mediante tratamientos con eléboro. Según el análisis de Koh y Luke, esa conexión personal explicaría su familiaridad con los efectos de la planta y su posible conocimiento de otras técnicas como la sangría.
Además, sostienen que ese pasaje puede haberse interpretado erróneamente: Luke sugiere que “es posible que Suetonio se equivocara y que Calígula no ordenara la ejecución del senador, sino que simplemente recomendara un tratamiento alternativo que había leído o conocido por experiencia propia”.
Los investigadores también subrayan la dificultad de traducir con exactitud las menciones al eléboro en los textos antiguos, ya que el término podía referirse a distintas especies vegetales. En la actualidad, algunos botánicos en Grecia identifican el eléboro con el saúco enano, lo que complica la verificación moderna de sus efectos. Sin embargo, el análisis filológico y etnobotánico realizado por el equipo de Yale sugiere que la interpretación histórica más plausible es que Calígula manejaba conceptos básicos de farmacología, y que aplicaba ese conocimiento en contextos donde se cruzaban el poder, la salud y la crueldad.
El trabajo de Luke y Koh reabre así un capítulo menos explorado de la historia del emperador, revelando cómo su perfil tiránico convivía con un dominio selectivo de saberes médicos que utilizaba a su manera. Aunque sus decisiones infundían pánico, y su reinado se recuerda por la violencia, esta investigación añade un nuevo matiz que no exculpa, pero sí complejiza, la imagen tradicional del gobernante.