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Josep Fontana y la historia como arma de futuro

El historiador Josep Fontana. / Enric Català

Joseba de la Torre

Catedrático de Historia Económica en la Universidad Pública de Navarra —

Para aquellos que aprendimos el oficio de historiador a comienzos de los años ochenta del siglo pasado, Josep Fontana fue uno de los referentes esenciales. Los escritos de Fontana conjugaban el rigor metodológico y la pasión por construir una historia nueva, en la que el historiador actuase como la conciencia crítica de la sociedad del tiempo presente. Estas dos ideas han impregnado la amplísima labor historiográfica de este maestro de historiadores y enseñantes. Hemos perdido este martes a uno de los grandes historiadores europeos del siglo XX.

Cambio económico y actitudes políticas

Seis décadas separan el primero y el último de sus libros. Miles de páginas de análisis lúcidos y casi siempre certeros de materias y cronologías arduas y diversas. Todas ellas revelan que su compromiso de historiador trascendía la academia y perseguía arrojar luz sobre las tinieblas del pasado español para conquistar un mejor futuro. Nada ajeno a su militancia antifranquista, de hombre de izquierdas, que pagó con la expulsión de la universidad en 1966. En ese contexto se explica que en los primeros años 70 Fontana dirigiese su tarea universitaria a desentrañar las claves de la revolución liberal, la quiebra de la hacienda, las finanzas de la guerra napoleónica o la formación del mercado español en medio de un tiempo tan lejano. Esa historia económica revelaba la complejidad de los hechos políticos y las respuestas sociales que tienen lugar en los momentos de cambio. Explicar las bases del fin del absolutismo borbónico y el diseño de un nuevo sistema político, económico e institucional cobraba otro sentido en la antesala del final del franquismo. Su crítica profunda a la Transición democrática quizás se cargó de razones ya entonces. 

De paso, Fontana estaba contribuyendo al nacimiento y desarrollo de la historia económica como disciplina (aunque después se sintió más historiador social). No se trataba de una invocación mecánica al materialismo histórico más fosilizado, ni la respuesta a un historicismo ya agotado ni al revisionismo liberal que se avecinaba. Fue el resultado de un conocimiento oceánico de la historiografía europea más innovadora y de casi cualquier avance en otras ciencias sociales. No había libro nuevo o viejo que se le escapase, forjado ese espíritu enciclopédico en la librería de su padre. La biblioteca personal requirió de varios pisos en el Poble-sec para alojarla, antes de que acabase donándola a la Universitat Pompeu Fabra. Ese es desde hace más de veinte años su legado material a las generaciones futuras de investigadores sociales.

El legado inmaterial es más difícil de ser tasado. Entre finales de los 70 y la década de los 80, el páramo español de la historia contemporánea comenzó a mutarse en vergel gracias, entre otras razones, a las ediciones y traducciones de la mejor versión del marxismo anglosajón y centroeuropeo que algunos editores tan aguerridos como ilustrados impulsaron bajo la dirección de Fontana.

Maestro de historiadores, siempre dejó manejarse a sus discípulos en absoluta libertad. La historia agraria, industrial y fiscal se beneficiaron de ello. Fontana creaba escuela también fuera de la universidad, entre numerosos profesores de bachiller, para acabar con la lacra de la vieja historia de los de arriba, tan desconectada de la realidad en que viven sus estudiantes. Su escritura es sencilla, rotunda y bella. Al alcance de todos, de aquí su brillo como divulgador de la historia.

Pasado, presente y futuro de un mundo extraño

Esa conciencia crítica saltó fronteras con su réplica a la soflama neocon de “el fin de la historia”. Contra el desconcierto ideológico que engendraba la desaparición del bloque soviético y la aparente victoria final del ultraliberalismo, Fontana llamaba a mantener viva la capacidad de razonar, preguntar y criticar. Fue lógico que la Gran Recesión de 2008 radicalizase ese compromiso frente a la desigualdad y la defensa de los sacrificados en el altar de la prosperidad global, ante las que no había que resignarse. Ya lo había hecho mucho antes. Cuando explicaba en 1986 la esperanza frustrada de la II República y la naturaleza siniestra del franquismo liquidando la democracia y frenando las expectativas de crecimiento económico y desarrollo social. Uno de sus recuerdos de infancia más vividos era el saqueo de la casa de sus padres por las tropas de Franco en la toma de Barcelona. O en 1994 al desvelar el espejismo del progreso europeo. Sus ensayos más recientes, Por el bien del Imperio y El siglo de Revolución, de 2011 y 2017, sintetizan una visión muy personal de la historia del siglo XX, la del tiempo en que le tocó vivir.

Nos hemos quedado sin Fontana. Su legado como historiador permanecerá.

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