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¡Hija de puta!

Imágenes del vídeo en el que un juez se burla de una víctima de violencia machista

Elisa Beni

“Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones”.

Cervantes. Don Quijote de la Mancha

¡Venga! ¡Reconozcan que han tenido un mohín de sorpresa si no de desagrado al leer el título! En efecto, son tres palabras bien poco aptas para ese sitio. No es un titular refriega de gañanes ni aspaviento de tasca ni alarido dolorido en casa propia. No, no es buen sitio un titular para escribir: ¡Hija de puta! Les hablaba el otro día de las palabras porque las palabras no sólo significan, sino que tienen su hábitat. En realidad, como saben, ese “hija de puta” no me pertenece, es todo del magistrado Francisco Javier Martínez Derqui y de las dos soplagaitas que le rieron la gracia. Esa palabra sí es mía. No puedo decir otra cosa de la fiscal y la letrada de la Administración de Justicia que acompañaban en la orgía de falta de profesionalidad al juez. Soplagaitas, por no decir otra cosa peor.

Los tres denigraron las togas que vestían. Los tres mancillaron la sala en que se sentaban bajo un retrato del Rey. Lo del juez aún fue más sangrante. Él, además, vulneró su deber de imparcialidad. Hay funciones, como la de administrar justicia, que exigen un plus de ética y de contención. Sancho tuvo mejor maestro que estos tres. Miren que no estoy mencionando el hecho de que se tratara de un caso de violencia de género porque ni siquiera es necesario. Ningún justiciable merece ser sometido a befa nada más dar la espalda. Nadie. Ni el peor de los asesinos. Es sarcástico poner un don ante todo nombre en las sentencias y luego descojonarte de seres humanos que están sometidos a tu poder nada más darse la vuelta. Hay funciones sociales que precisan, más allá de una preparación técnica, una preparación personal y moral. La gravedad de lo que se hace no puede verse reducida a una conversación de peluquería de barrio en sede oficial y aún revestido de los hábitos que pretenden resaltar la dignidad de lo que haces.

Inaceptable más allá de la cuestión técnica de si el magistrado perdió su imparcialidad, porque lo que perdió fue su dignidad y la de la función que ejerce. Lo mismo que hicieron las dos profesionales que no sólo no le reconvinieron su actuación, sino que participaron con frivolidad en el escarnio. No crean que les pido nada que no exija para mí, pero les aseguro que un periodista que fuera cazado partiéndose el eje a costa de una víctima del terrorismo o de cualquier otro delito nada más terminar de entrevistarla, no tendría gran futuro. Quiero pensar que cualquiera que estuviera a su lado le hubiera reprochado su actitud. Como no quiero que me digan que consideran ético que cuando nos anestesian y nos meten a un quirófano se produjera un corifeo de cirujanos, enfermeras y auxiliares chanceándose con palabras gruesas de nuestro aspecto físico o frivolizando sobre aquello que nos van a hacer o las consecuencias físicas que tendrá para nosotros. Y si alguno lo hace, simplemente es nefando.

Resulta tremendo que algo que es tan nítido, tan evidente, no haya sido considerado lo suficientemente claro por parte de las asociaciones judiciales que han elegido o bien callar o bien, como es el caso de Juezas y Jueces para la Democracia a la que pertenece el ilustrísimo elemento, salir a templar gaitas hablando de la poca fortuna de las frases. El corporativismo es, sobre todo, no hacer sangre con otros por si algún día puedo evitar que la hagan conmigo. Y en este caso da un poco de miedo pensar que haya muchos jueces que piensen que podrían verse en algo así, cuando creo que puedo asegurar que tal desvergüenza no es nada común.

En Francia, un país que aún nos lleva tanto por delante, la presidenta de la segunda asociación en número de magistrados del país se sentará en el banquillo en diciembre por el conocido como “Affaire, Le mur des cons”.  El caso “muro de los gilipollas” se refiere a un corcho que el Syndicat de la Magistrature (SM) tenía en la pared de su sede en el que se pinchaban fotos de políticos, personajes públicos y otros magistrados con comentarios jocosos y una advertencia: “Antes de añadir un gilipollas, verifique que no está ya”. La insolente decoración fue grabada por un periodista que acudió al local a hacer una entrevista. Ahora la presidenta del sindicato de magistrados progresistas va a ser juzgada por injurias públicas.

Juzgar no es un juego. Antes de meterse en ello hay que ser consciente de la gravedad de la misión. Las consecuencias para la imagen de la Justicia y de la judicatura de cada uno de estos incidentes es demoledora. Fui durante cinco años directora de Comunicación de los casi novecientos jueces de Madrid. Intenté explicarles enecientas veces que mucho más que la propaganda del hacer diario, cuya utilidad se presupone, ayuda el evitar crisis como ésta. Es mucho más útil evitar estos puñetazos a la imagen ya tan deteriorada del servicio público de Justicia y si suceden saber gestionarlos que hacer enternecedores videos o post en redes sociales para explicarnos todo lo bueno que hacen cada día. Esto cuesta levantarlo más que un quintal. Últimamente he tenido que llegar a oír de magistrados que este diario y sus periodistas, yo columnista incluida, estamos inmersos en una astral e increíble conjura para desacreditar al Poder Judicial por el hecho de hacer nuestro trabajo y sacar a flote sus trapos sucios. Ahora verán que ellos mismos se bastan y se sobran para ello.

Tampoco cabe la comparación de esta indignante conversación con la filtrada sobre la comida de la ministra con Villarejo. Entenderán que no me preocupe tanto que entre iguales se pongan verdes, se insulten o se critiquen a las espaldas. Que no me escandalice de que exageren o inventen chascarrillos. Eso sí que es algo muy común y he sido testigo de ello. Es la relación de poder del juez con el que espera su decisión la que hace innoble la cháchara del juzgado. Tampoco es comparable el origen ni la proximidad. Aquí es el propio juzgado el que graba y difunde la conversación, sin duda alguna sobre su licitud ni veracidad, y ésta sucede ahora mismo, sin que esas personas puedan decirnos que las circunstancias o su yo verdadero ha mutado desde que esto pasó. Y, al fin con esto llego a lo grave, porque es su cara verdadera la que descubren en esas expresiones y es una cara fea.

Uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencio. Aristotélicos como somos a fin de cuentas. Es perfecto poder marchar a espíritu libre siempre y cuando éste sea tan límpido que no ofrezca ningún problema pero, de no ser así, recuerden que la contención es virtud hermana de la prudencia y que junto con la justicia, la fortaleza y la templanza se vuelven cardinales máxime en un juzgador.

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