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Venezuela y el populismo de Guaidó

Juan Guaidó

Montero Glez

Una vez iba yo hablando con la escritora Inma Aguilera en el interior de un taxi, por Compostela, y recuerdo al taxista cómo respiraba angustiado cada vez que en nuestra conversación salía a relucir el nombre de Pablo Iglesias.

Al final, tal y como iban sus respiraciones, pensando que le iba a dar un síncope, pregunté al taxista que si le podía ayudar en algo. El taxista  dijo que tenía a su hermana en Venezuela y que Pablo Iglesias había sido poco menos que ministro de economía allí y con su cargo había arruinado Venezuela. Pensé que me estaba vacilando y empezaron los juegos florales. Tan sólo es una anécdota que ilustra cómo la guerra psicológica contra el chavismo ha calado con hondura en nuestro país y con ello algunas gentes tiritan cada vez que se habla de Pablo Iglesias.

En estos días, me viene al recuerdo aquella anécdota en el taxi que al final terminó como era de esperar, esto es, buscando otro taxi, en plena carretera, arrastrando las maletas. No puedo evitar el recuerdo de lo ocurrido en Compostela cuando veo las imágenes de Venezuela y, de igual manera, me da por pensar que el populismo es una herramienta que permite la sustitución de gobernantes desde la calle. Siendo así, la herramienta del populismo debería ponerse al servicio de causas legítimas. Pero eso es imposible, en el populismo no se concibe el espíritu individual como garantía de espíritu colectivo. Por eso necesita sus pastores, sus ganaderos y sus vendedores de muñeca pepona. 

En nuestro país la guerra psicológica contra el chavismo ha reunido unas cuantas muestras. Ya las conocemos. Como era de esperar, en estos días han hecho declaraciones de apoyo a la maniobra financiada por Estados Unidos. Utilizan el lenguaje del mercado global en su propio beneficio para bendecir a los que asfixiaron comercialmente a Venezuela, a los que llevaron el hambre hasta las barrigas de un pueblo que ha salido a la calle; hombres y mujeres que parecen sonámbulos y que buscan a tientas el interruptor de la luz.

El hambre es una verdad y en Venezuela, además de una verdad, es una mercancía. Por eso, el capital, manejador de mercancía, financia el populismo de Guaidó, una tendencia que no distingue entre derecha e izquierda y que siempre va hacia la derecha, que es donde quedan los intereses del pastor.

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