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¡Viva el periodismo!

Manuel Moix, rodeado de periodistas.

Gumersindo Lafuente

Hemos visto estos días cómo el periodismo, cuando hace bien su trabajo de control al poder –¡felicidades, compañeros de Infolibre!–, es tremendamente útil a la sociedad. También hemos sido testigos de cómo el poder intenta usar desvergonzadamente a los medios para defender sus intereses: el ya dimitido Moix no dio explicaciones al periodista que le interpelaba por su sociedad panameña y prefirió filtrarle el asunto a otro medio para que le hiciese un trabajito defensivo.

Vivimos desde hace ya muchos años en un estado de sospecha permanente. La corrupción ha minado la credibilidad de los políticos, pero también la de muchos medios y periodistas que en vez de buscarle las cosquillas a los corruptos se han dedicado a disculparlos o protegerlos. Esa falta de credibilidad afecta de manera sobresaliente a los medios más poderosos, los que históricamente han conformado el panorama informativo en España desde la Transición.

Y esa pérdida ha coincidido con una dura crisis económica que ha puesto al borde de la quiebra a casi todos esos diarios y ha dado lugar a un círculo vicioso de decisiones erráticas o equivocadas que están siendo la puntilla a sus posibilidades de recuperación.

Hace unos días Unidad Editorial decidió relevar en su cargo de director de El Mundo a Pedro García Cuartago, un tipo decente y muy buen periodista, que llegó al puesto de manera provisional y abrupta tras la fulminante destitución de David Jiménez, que a su vez había sustituido a Casimiro García Abadillo, que asumió la dirección para sustituir a Pedro J. Ramírez, el fundador del periódico. Todo esto en menos de cuatro años. En vez de un periódico, estarán de acuerdo conmigo, parece el banquillo del Valencia Club de Fútbol. Y ese es el problema. Ni en los clubes de fútbol ni en los periódicos se marchan, dimiten o despiden a los que más mandan, los presidentes o consejeros delegados, que son los auténticos responsables de los errores.

Algo similar ha venido ocurriendo desde hace años en el otrora gran periódico español, El País, en el que tuve la fortuna de trabajar en dos épocas de mi vida profesional, como también lo hice, por cierto, en El Mundo.

En El País los cambios no han sido tanto de director, que también, sino de posicionamiento editorial. Muchas veces da la sensación de que el periódico se ha olvidado de su historia y de sus lectores. Han roto el hilo fino que les unía con su audiencia y así es muy difícil que puedan construir un futuro.

Hoy, más que nunca, un medio, más concretamente un diario (y aquí ya hablamos fundamentalmente del mundo digital, no nos despistemos) depende de su comunidad. Hay dos ejemplos fantásticos. Uno lo tienen frente a ustedes, este humilde sitio, eldiario.es, existe fundamentalmente gracias al apoyo de sus más de 20.000 socios, que lo son, sobre todo, porque piensan que merece la pena pagar para que todos puedan disfrutar de su información. El otro ejemplo es de un hermano mayor y lejano, el New York Times, que después de la victoria de Donald Trump recibió un aluvión de suscripciones de ciudadanos que confían en que la fortaleza de ese periódico les pueda proteger de las arbitrariedades del poder.

En España no tenemos a Trump, pero el PP y Mariano Rajoy han dado sobradas pruebas de su desprecio por la democracia, la transparencia, la libertad de expresión y la libertad en general. Han cambiado las leyes para intentar amordazar la disidencia. Y ahora intentan atropellar la independencia de la justicia para ocultar el fango de corrupción con el que han construido su poder.

Y para pararles necesitamos periodismo, mucho periodismo independiente y decente. No charlatanes televisivos, no poderosos editores que quieren construir la realidad a la medida de sus intereses (y cuando no lo consiguen regañan o insultan a los lectores en los editoriales), no medios públicos controlados por el gobierno central o autonómico de turno. Por eso ha sido un problema para los ciudadanos y la democracia que los medios más grandes no hayan estado a la altura. Ni en el arranque de la crisis, ni en la valoración del 15M, ni en el tratamiento del nacimiento de Podemos, ni en la llegada al poder en las ciudades más importantes de España de agrupaciones políticas de nuevo cuño.

Y digo ha sido, porque la buena noticia es que una vez que parece que los viejos han rendido sus armas ante los poderosos, aquí estamos los nuevos, con los ojos abiertos y los oídos atentos, dispuestos a defender el fuerte de la libertad hasta las últimas consecuencias.

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